Salvar el Titanic

23 de Abril de 2024

Salvador Guerrero Chiprés

Salvar el Titanic

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Las movilizaciones, bloqueos, mítines y la persistencia de la sombra de Ayotzinapa se proyectaron en el segundo año de gobierno de Enrique Peña Nieto como la sombra más persistente de la presente administración.

Cada problema debería ser percibido como una gran oportunidad; la profundidad de una crisis debería detonar el mecanismo de su aprovechamiento.

Más que la relativa heterogeneidad de equipos cercanos a la gestión de la comunicación y de la operación política, lo cual podría explicar parcialmente la adopción del estilo miscelánea de la Presidencia para hacer la presentación de su esquema de fortalecimiento del Estado de Derecho, parece emerger un nuevo elemento.

Se trataría de la pérdida de confianza en la asertividad del liderazgo nacional y el consiguiente debilitamiento de la capacidad de enunciar claramente posiciones y de articular la operación del gobierno.

No se trata de que Aurelio Nuño, David López, Miguel Ángel Osorio Chong o Luis de Videgaray, tengan recomendaciones distintas, en concordancia con sus diferentes responsabilidades institucionales, políticas o la variedad de la naturaleza de los personajes más cercanos al Presidente.

Se trata más bien de esa casi imperceptible e involuntaria proyección de falta de claridad para entender el comportamiento de la opinión pública y asumir enteramente la profundidad de la crisis de credibilidad y de liderazgo percibido ampliamente en la sociedad para perjuicio de todos.

Todos somos Ayotzinapa no puede sustituir a la reivindicación esencial del poder: todos somos el Estado.

No es que la profunda desigualdad nacional, el desempleo, la incertidumbre en la paridad de la moneda, la escasez de crecimiento económico o la intensidad del colapso del discurso de mejoría en la seguridad sea eludido del análisis. Están en su centro. Antes lo estaban y existía la percepción de un liderazgo al menos suficiente. Hoy los líderes nacionales cuestionan el liderazgo presidencial así como los liderazgos intermedios.

Tampoco necesariamente es el punto la predominancia del tema de la justicia, los derechos humanos, la corrupción o la impunidad, rezagos inmensos que todos coincidimos en señalar.

El tema es la pérdida de la autoestima del gobierno. La autopercepción de que los problemas de la nación, proyectados desde el ámbito institucional o familiar, no se manejan adecuadamente y que, al mismo tiempo no se atina a encontrar la respuesta, a pesar del incomparable presupuesto dedicado a la construcción de imagen de Peña Nieto.

Esa declinación en la autoestima parecería derivada, a su vez, de la inhabilidad para determinar cuál es el punto desde donde una palanca de operaciones políticas y mediáticas podría accionarse para reponer al Presidente que por momentos ha sido dejado en las manos de sus asesores menos brillantes.

¿Cuál es el problema? La desaparición de una referencia de credibilidad desde el gobierno federal atenazada por la convergencia de varias crisis. ¿Cuál es la solución? La serenidad para separar los momentos políticos y mediáticos y reconocer su eventual convergencia.

Un caso: en su mensaje para fortalecer el Estado de Derecho Peña Nieto desaprovechó la oportunidad de ocupar tres tiempos distintos: 1) la seguridad y la justicia; 2) el asunto social e institucional y 3) la propuesta de modificación a la ley en particular lo relacionado con la modificación al artículo 115.

Los bueyes se pusieron delante de la carreta.

Mandó al primer sitio la intervención del legislativo donde es más profunda la divergencia visible e invisible. Cometió el gran error advertido por todo retórico de la antigüedad: hizo incompatible la solución que buscaba con el problema al que se dirigía.

Además, la inclusión miscelánea en el mismo tiempo y espacio político de los tres temas en que pudiera dividirse su decálogo desmanteló la oportunidad que se le presentó...antes del segundo aniversario de gobierno

Y todos pagaremos por cada momento más en que esa claridad política y mediática esté ausente. La encuesta de Reforma y de El Universal con el deterioro de la percepción positiva de Peña Nieto es apenas la punta del iceberg.

Salvemos el Titanic.