Un París para mi abuela

24 de Abril de 2024

Diana Loyola

Un París para mi abuela

paris

EJECENTRAL

“Lo único que me motivó a hacer tantos kilómetros de viaje, fue verlos”, así me saludó mi abuela cuando al recibirla le pregunté si venía cansada. Era obvio, los kilómetros acumulados no sólo en el viaje si no en la vida, hacen que se canse un poco más que los más jóvenes. Sin embargo aquí está, en París, caminando de la mañana al anochecer.

Tal vez sus pies no planeaban ya llevarla tan lejos, pero su corazón sí lo hizo. Tomó un avión y toleró horas y horas de un vuelo que ya no pensaba hacer, y todo por verme, por ver a mi familia. Y así es mi abue, con un corazón tan amoroso y generoso que le alcanza para todos sus hijos, sus nietos y sus bisnietos. Desde que tuve consciencia de lo afortunada que soy de haber tenido tan maravillosos abuelos, deseé poder ser como ellos cuando lleguen mis nietos, es una deuda que siento con el universo, con mi descendencia; la aspiración es grande, pero quiero marcar a los hijos de mis hijos de la misma maravillosa manera que mis abuelos marcaron mi vida.

París es grande, en muchos sentidos. Es una ciudad llena de magia, de energía, de luz, de movimiento generador; es el sueño romántico de muchos, el objetivo a conquistar de otros, es el escenario de mil historias y de la historia, esa que nos enseñan en la escuela. París y sus calles. París y su Sena. París y sus museos, su torre Eiffel, sus tiendas y sus cafés. ¡París!. Tanto que ver, oler, escuchar, descubrir, saborear, disfrutar…

Pero esta vez, mi mamá y yo decidimos que fuera un París a medida para mi abuela, para su ritmo pausado y contemplativo, para su paladar exigente, para su manera de abrazar la novedad. Nada de tomar esos tours que te traen como saltimbanqui por toda la ciudad, no, esta vez se trata de ir despacio, de no caer en estrés o prisa, de darse el tiempo de observar, de saber más, de visitar y hacer aquello que le de alegría a la vida, gozo al corazón.

Ya comenzamos la aventura, visitamos la torre Eiffel y se la presentamos desde el Trocadero, para que pudiera verla entera, para que la descubriera justo al dar la vuelta. Aquella torre aborrecida por muchos de sus contemporáneos y que hoy es ícono de todo un país, la saludó en un día de primavera lleno de sol, de aire fresco y de bienestar. Un día saludable en su energía, en su manera de regalar las horas. Caminamos despacio hasta alcanzar la base de la torre norte, pocos minutos después (gracias a que había poca gente por estar fuera de temporada vacacional) admirábamos París desde la punta, con el vértigo que da asomarse al Campo Marte y los ojos que no nos alcanzaban para captar tanta belleza. A nuestros pies, la ciudad posaba luminosa, como una maqueta tan mágica como espectacular. Hasta mi bebé de 20 meses no salía de su asombro. Poco a poco, como embriagadas de sol y hermosura, visitamos las tiendas, los restaurantes y finalmente bajamos. Agradecidas y contentas, sonrientes.

Una caminata por el borde del Sena nos llevó a un “bateau mouche”, una de las embarcaciones que recorre el río y pasa por 22 de los treinta puentes que tiene la ciudad. Mi abuela escogió su favorito; sonrió al pasar por el puente de los enamorados (cuya malla está cubierta por candados puestos por parejas); me pidió a mi tomar las fotos para ella poder admirar sin distracciones (tiene razón) y al final del paseo, sin quejas ni malestares, aceptó regresar para darse un buen baño, cenar y recuperar fuerzas “porque mañana será otro día largo”.

Me gustó redescubrir esta ciudad con calma, con más ganas de disfrutar que de visitar cuanto se pueda. Me gustó el París de mi abuela. À la prochaine!! @didiloyola