Viaje infernal

25 de Abril de 2024

J. S Zolliker
J. S Zolliker

Viaje infernal

maleta

Estuviste ahorrando por un buen rato porque tu trabajo —que amas— paga poco. No porque no tengas capacidad. De hecho, eres sumamente inteligente, pero como dije, te encanta lo que haces y has preferido sacrificar ganancias por ganar de lo que te llena el alma: la academia.

Quieres visitar a unos buenos amigos que conociste en un congreso y con los que te mantienes en contacto constante por correo electrónico y por Facebook. Viven en otro país, en el que nunca has estado. Te emociona la posibilidad. Y claro, para ahorrar, te han invitado a hospedarte con ellos en su sala. Te parece bien. Con tal de lograr el viaje dormirás en su sofá y comerás en puestos callejeros.

Para mantenerte dentro del presupuesto, incluso comprarás tus boletos de avión en un sitio de internet que los ofrece más baratos porque son de los que hacen varias escalas en diferentes territorios. Ni modo. La travesía será muy larga (casi el doble de tiempo) pero es para lo que hay y lo que hay, es siempre mejor que la sopa de fi(jo)deos.

Llega la fecha anhelada. El viaje, con creces ha resultado mejor de lo que esperabas. Nuevas amistades, conocer otras tradiciones, comidas, músicas y labios. Hasta crees estar enamorado de una nueva María —más joven que tú— que se te enterró en el destino; entre las costillas. Sí, hay que decirlo, cuando la abrazas para despedirte, vives uno de esos sentimientos fatuos e intuitivos que reconocen que no quieres regresar a casa porque sientes que a lo que vuelves, no será nunca mejor que lo que ahora dejas.

Y así, como si el destino te hablara, el viaje de regreso es un desastre completo desde el inicio. Llegas tarde. Apenas logras documentar tu maleta y corres para pasar seguridad y alcanzar el vuelo. Cuando llegas a la sala, te avisan que el avión saldrá con dos horas de retraso. Bueno, al menos no lo perdiste. Pero ahora tienes hambre y te das cuenta que no te alcanza para comprar nada. Entonces abres uno de los regalos que le llevas a tu hermana cargando en la mochila: una cajita de alfajores; un clásico postre gaucho. Nada más uno, te dices.

El primer tramo es relativamente corto y haces escala de dos horas en Chile. Corre, aborda, y luego viene el segundo tramo a Colombia, donde haces otra escala de tres horas más. Te caes de sueño y apenas te han dado de comer unas papas fritas de bolsa con sabor a “caldo de gallina”. Abres la caja de alfajores y te das cuenta que ya has terminado con la mitad. Lo bueno es que también casi concluye la travesía.

Cuando sobrevuelas la ciudad de México, ya casi te sientes en casa. Te hace falta un buen baño y dormir largo y tendido. Desde el cielo, el D.F. se mira como una hermosa ciudad, vibrante, bellamente iluminada y hasta inofensiva. En ese momento no tienes idea ninguna que desea consumirte. Te echas el último alfajor a la boca antes de aterrizar.

Si el viaje es fue una pesadilla, ni se diga el llegar a México de Sudamérica. La discriminación es inmediata y latente. Cuando intentas llegar a migración, un guardia mal encarado te desvía: de Sudamérica me hacen el favor de desviarse por ese pasillo a la izquierda. Entonces a todos los pasajeros los mandan al área más sucia y descuidada y los hacer recorrer tramos intrincados, completamente separados de los demás trotamundos que vienen de fuera Europa o los Estados Unidos.

El oficial de migración es tosco cuando lo menos que esperas de un compatriota, es una cálida bienvenida. Igual y deben estar cansados, piensas. Ahora a recoger la maleta. Pero esperas en la banda y llegan maletas y maletas y miras que la gente que te rodea las descarga y se comienzan a ir. La tuya no se ve por ningún lado. Esperas que los de la aerolínea no la hayan perdido entre tanto trasbordo.

De pronto se te aproximan tres funcionarios que parecen gorilas. Oiga joven, ¿ésta es su maleta? No, la mía es de color gris y esta es naranja. ¿No se llama usted así? Sí, correcto, así me llamo, pero esa maleta no es mía. Pues acompáñenos porque ese nombre trae esa maleta naranja en la etiqueta y tiene varios kilos de droga y es tu palabra contra la nuestra ¡Esperen! ¿A dónde me llevan? ¡Ya le dije que no es mía! ¡Por favor!

Ahora estas preso. Bienvenido al infierno.