El descanso

23 de Abril de 2024

Antonio Cuéllar

El descanso

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El 27 de enero pasado se conmemoró un aniversario más del holocausto. Entre muchos datos e información que se recuerda, apareció otra vez la historia de Irena Sendler, la heroica enfermera polaca que en el curso de la segunda guerra mundial, haciendo uso de toda su fuerza y de los pocos elementos que las circunstancias pusieron a su alcance, logró sustraer a 2500 niños judíos polacos del gueto de Varsovia con la única finalidad de salvar su vida. A pesar de que estuvo a punto de ser ejecutada logró salvarse, fue postulada como candidata para obtener el Premio Nobel de la paz y vivió hasta los 98 años, siempre discreta y con honores muy inferiores a los merecimientos que su valentía debió haber alumbrado.

En la adversidad es cuando se conoce realmente el carácter y la talla de las personas. Durante el Blitz, Londres fue asediado 57 días y noches consecutivas por la Luftwaffe, un bombardeo que junto con el del resto de las diecisiete ciudades atacadas hasta 1941, dejó cerca de 40 mil civiles ingleses muertos. A pesar del inmenso dolor y del miedo que el hostigamiento bélico que la fuerza aérea más temida en Europa imponía a la Gran Bretaña, Winston Churchill jamás cejó en el coraje y valor para salir adelante y alentar a sus compatriotas para continuar el combate contra el ejército nazi. Fue la altura de su patriotismo y fuerza de su propia convicción la que conservó el vigor moral de su pueblo, que en unión de los ejércitos aliados consiguió doblegar a los alemanes en mayo de 1945.

México ha venido atravesando una era de enorme dolor, que no empezó hace dos sino hace más de una veintena de años, provocada por mala administración de sus recursos, envilecimiento de los valores morales de su pueblo por un crecimiento desmedido de la criminalidad, y por la vergonzosa falta de oportunidades. Ahora, con la pandemia que cobra cientos o miles de vidas cada día, aunadas a las que cobra la miseria y la inseguridad, México enfrenta para sí un estado similar al que sólo países en guerra podrían conocer.

El 2018 fue un año que posicionó a Andrés Manuel López Obrador en una situación histórica y política a la que pocos mexicanos podrían haber aspirado para verse beneficiados con el juicio de la historia. Es frente a esta adversidad que su capacidad se pone a prueba, y que podría significar un aliento para que los más de ciento veinte millones de mexicanos que conformamos este país pudiéramos, unidos, transformar el caótico país en que vivimos y sembrar una semilla que algún día pueda convertir a nuestra tierra en un centro geopolítico de estabilidad y desarrollo.

El problema que enfrentamos, desafortunadamente, nace a partir de la grave pérdida de foco y orientación que el resultado electoral produjo en el candidato vencedor. Éste se asume a sí mismo como un salvador de la patria y no aprecia que vencer al régimen establecido no era sino el comienzo de un proceso de sanación para México.

El presidente duerme en Palacio Nacional y por ese hecho se asume, ya, como un héroe de la historia, un líder que, en la medida en que realmente no ha logrado nada por México, no es, ni podría en estas condiciones llegarlo a ser.

La grave cifra de contagiados y fallecidos demanda un presidente con estatura que pueda enfrentar la crisis y dejar a un lado la política; un Jefe de Estado que goce de la cordura, de la objetividad y la frialdad necesaria para entender que, en el México de hoy, el enemigo es invisible, y es muy poderoso. A los próceres los escribe la historia en función de la trascendencia de sus decisiones y la contundencia de las acciones por ellos emprendidas en su tiempo, jamás por la voz de sus aduladores, el despilfarro o la fatuidad de sus conmemoraciones.

Andrés Manuel López Obrador quiere lograr un cambio radical en el proceso de desarrollo nacional generando empleo y riqueza a favor de quien él considera los más pobres, en el sureste de México; pero asume equivocadamente que con la construcción de una refinería y un camino ferroviario lo va a conseguir. El tiempo corre y la oportunidad para él transcurre sin darse cuenta de que, por ese camino, sólo logrará dividir a México y sepultar la oportunidad que la suerte pone ante él para comportarse como un personaje de la historia. El presidente corre sin rumbo, convencido de que en seis años reinventará un país que a lo largo de su vida ya se ha venido construyendo poco a poco. Se despista al soslayar que la solución de los problemas de hoy no se encuentra en la sepultura del pasado.

La catástrofe sanitaria, económica y de seguridad que el país atraviesa exige que el dinero de los contribuyentes se deje de despilfarrar en proyectos que no conducen a nada. La convergencia tecnológica en el campo energético, y la salud ambiental que reclama el planeta, tal y como los líderes de todo el orbe lo aprecian, no le dan campo al jefe del gobierno del país para experimentar más tiempo alrededor de una idea cual más sensatamente superada.

La discusión ya no tiene que ver con la vacuidad de un mensaje presidencial narcisista, transmitido desde un Palacio y dirigido a un pueblo golpeado por la enfermedad y la muerte, sino sobre la inviabilidad objetiva de dos o tres proyectos de infraestructura que absorben descontroladamente el presupuesto, e impiden la adquisición más apremiante de las vacunas a las que está sujeta la vida de los mexicanos y un retorno demorado, pero absolutamente necesario, hacia una nueva normalidad para todos. México necesita un descanso urgente, de la violencia, de la muerte ….. y de decisiones erradas.