Al borde del final del sexenio de Andrés Manuel López Obrador, la realidad nos golpea con una verdad incómoda. Seis años de promesas no cumplidas y expectativas desinfladas. México se tambalea en economía, educación, salud, seguridad y medio ambiente. La tan cacareada Cuarta Transformación ha resultado ser más espejismo que oasis.
La economía, ese pulso de la nación, palpita débilmente. El Banco Mundial nos lanza cifras como dardos: un PIB que se desplomó en la pandemia y un crecimiento económico anémico del 0.8% anual, el más bajo en décadas. La inflación, ese monstruo silencioso, llegó 5.7% en 2021, dejando carteras vacías y sueños desvanecidos.
En el terreno educativo, AMLO apostó por una reforma que ha levantado más cejas que aplausos, siendo objeto de críticas por su contenido ideológico y la falta de transparencia en su elaboración, así como la llegada de un exfuncionario chavista a la Secretaría de Educación Pública que ha encendido alarmas sobre un posible lavado cerebral ideológico en nuestros libros y aulas.
El sistema de salud pública está totalmente colapsado y ha sido incapaz de garantizar el acceso a medicamentos y atención médica de calidad. El desabasto de medicamentos es una epidemia que no cesa, y el Insabi, esa promesa de sanidad danesa, se ha quedado corto, muy corto.
La seguridad, ese derecho tan básico, se ha convertido en un juego de palabras vacías. “Abrazos, no balazos” suena bien, pero no detiene balas. La violencia contra los jóvenes es una mancha en nuestra conciencia nacional: casi 40 mil asesinatos de menores de 29 años, un aumento del 59%. Nos están matando, y no es metafórico.
El medio ambiente, ese precioso legado para las futuras generaciones, ha sido sacrificado en el altar del progreso mal entendido. El ecocidio por megaobras destructivas y una insostenible fijación con el petróleo nos pintan un futuro inmediato gris, muy gris.
La era de AMLO se ha caracterizado por decisiones que han dejado cicatrices profundas en el tejido de México. La opacidad gubernamental, la ineficiencia, la concentración de poder y el centralismo son cánceres que corroen nuestra democracia. Los datos son claros, las críticas son fuertes: estamos ante uno de los gobiernos más desalentadores de la historia moderna de México. La promesa de la Cuarta Transformación se ha quedado en eso, una promesa, dejando a su paso una serie de desafíos que el próximo gobierno deberá enfrentar con urgencia.
Pero no todo está perdido. Aún tenemos voz, tenemos voto. Es hora de levantarnos, de exigir democracia, libertad y verdad. Porque México tiene fuerza, tiene corazón. Porque nosotros, los jóvenes, somos más que estadísticas de violencia; somos el motor de cambio. En las próximas elecciones, hagamos que nuestro clamor se escuche: ¡Fuerza y corazón por México!