Un viaje a tierra Mixe

24 de Abril de 2024

Diana Loyola

Un viaje a tierra Mixe

diana loyola

Tenía poco más de 15 años cuando hice un viaje que me marcó profundamente a la bellísima Oaxaca. Al Noreste del estado, en la parte alta de la llamada Sierra Mixe y parte del Istmo de Tehuantepec, visité –junto con la familia que me invitó a viajar con ellos- varios municipios de esta comunidad indígena. Me sorprendieron por muchas razones, sus paisajes, su flora, la fauna que salía a nuestro encuentro, sus veredas sólo transitables a pie o en burro y sobre todo, el amable y cauteloso trato de sus habitantes. Recuerdo, entre otros, el municipio de Tamazulapam del Espíritu Santo. Si la memoria no me traiciona, el nombre proviene del náhuatl “Tamazul” que significa sapo, y “lapam” que quiere decir lugar. Así pues es el “lugar del sapo”, y se le considera tierra sagrada pues los sapos simbolizan el escudo de la región mixe. Las montañas me parecían mágicas con sus verdes imposibles. En aquel entonces ningún vehículo automotor tenía acceso a varios de los pequeños pueblos de esta región, por lo que debimos dejar el auto a varios kilómetros y caminar por estrechos senderos rodeados de ocotes, encinos y madroños. Finalmente y después de poco más de una hora, llegamos a un pueblo (del que con pena infinita no recuerdo el nombre), y caminamos por sus calles sin asfalto ni banquetas, el sol de medio día nos doraba la cara y yo sentía que el aire limpio me llenaba de energía. En la plaza central, polvorienta y adormecida por el sopor de la hora, caminaba entre la poca gente que había, una señora que empujaba un carrito de helados de limón, me llamó la atención la energía que tenía pues contrastaba con la edad que su cara (surcada por ese clima agreste) y su cuerpo encogido, denotaban. Me explicó diligente que el agua utilizada para hacer sus helados estaba hervida “porque si no los de salubridad le recogían su carrito”. Sólo había una tienda en el pueblo, y sus repisas de madera sin barnizar se veían tristes por los pocos productos exhibidos, había pan de pulque, coca-colas y unos cuantos paquetes de pan Bimbo (creo que ahí entendí la capacidad de distribución de estas marcas). No había una cárcel formalmente dicha, las personas que tenían un mal comportamiento o habían cometido algún delito, las encerraban en pequeñas celdas que rodeaban una cancha empobrecida de basquetbol, donde también los habitantes podían jugar volibol y futbol. Los presos podían ver los partidos. Varias mujeres lavaban ropa en las piletas del pueblo, algunas cargando bebés sobre sus espaldas, bien amarrados con sus rebozos. Los críos dormían plácidos mecidos por el ritmo acompasado del tallar ropa de sus madres, y entre todas cuidaban a los niños de mayor edad para que no se alejaran. A falta de restaurante o posada para poder comer, un hombre de aspecto recio y mirada afable, recomendó al papá de mi amiga que tocara en el portón de una casa porque “ahí la señora cocina muy bueno”, comimos tamales de amarillito (un mole de ese color con gusto exquisito), tasajo en tiras, frijoles y tortillas recién hechas. Un banquete que nos dejó maravillados, satisfechos y agradecidos. Las tortillas las cocían en un enorme comal de barro rojo, desteñido y salpicado de manchas negras. Este comal estaba sostenido por vasijas del mismo tipo de barro en forma de “botines” en cuyo “empeine” lo recargaban. Las vasijas contenían agua para el café y frijoles que, al tener contacto directo con las brasas y con el calor refractado por el comal, aprovechaban de forma inteligente la energía. Fue uno de tantos días en los que no me cabía el asombro en los ojos. Bendito viaje. Oaxaca es un estado lleno de lugares maravillosos, de pueblos que entrañan cultura y sabiduría, de una gastronomía que brilla y una gente que encanta. Me prometí algún día repetir esa experiencia, y sigue en mi lista de pendientes. @didiloyola