Retrato de una cuarentona

25 de Abril de 2024

Diana Loyola

Retrato de una cuarentona

diana loyola

Cuando una llega al cuarto piso todavía se puede agradecer el metabolismo, que aún nos permite bajar de peso con poco esfuerzo. El pelo casi libre de canas brilla lustroso como crin de caballo al viento. Es valiosa la humedad entre las piernas que lubrica a la menor provocación (¿Foreplay? ¿No se pierde tiempo con eso?). Recién llegadas las cuatro décadas se siente una vitalidad de joven bien dormida y el optimismo de que todo se puede, con más o menos arrojo pero aún todo es posible —esto, según entiendo, puede perderse con la edad—. Podemos apreciar el estómago de hierro (y no, no hablo de músculos de acero) que aguanta cualquier comida callejera y los pies que nos llevan lejos sin quejarse.

Apenas pasados los 40 se siente una bien consigo, muchas decidimos ser solas y afrontar las consecuencias, la mejor tal vez sea acompañarnos a nosotras mismas. Aprendemos a ser nuestra mayor alcahueta, a vivirnos bonito y a cuidarnos más. Se conquista la independencia emocional, económica y la autonomía con mayor brío y experiencia. Se encuentra una más sexy y menos inmadura, más plantada —y arraigada— y menos temerosa y dependiente, se es vulnerable desde un lugar más sabio, donde la vulnerabilidad es también una fortaleza.

Pecaré de egocéntrica, pero no puedo evitar hablar de mí, del viaje de aventura que ha sido atravesar los cuarentas porque sin duda ha sido la mejor época de mi vida. Renací en un consultorio a los 25 años y me he criado más fuerte y más valiente, he sido una buena madre para mí y sin duda ahora cosecho los esfuerzos plantados por tantos años. Me he dado sentones y topado con pared tantas veces que ya perdí la cuenta. He permitido que me lastimen, me he rendido al amor y se me ha roto el corazón un par de veces. Soy afortunada por ello, me siento más humilde y más humana. La empatía es mi fortaleza en el contacto con el exterior y la paz es mi mayor conquista interna.

Me ha llevado muchos años construirme una estructura interna sólida, que me sostenga, que me dé el soporte emocional que necesito, que me haga sentir que no cualquier temblor o cambio me hace perder piso o me tira. He creado también un lugar interno seguro, mi refugio, mi solar, mi paisaje interno más rico, donde estoy a salvo hasta de mis propias críticas, donde me acepto con total abandono, donde puedo respirar tranquila, no importa qué. Es donde me resguardo en los días de tormenta.

A los 40 me sé una guerrera de la luz (como sanadora), orfebre de plata y comelona profesional. También amo las letras, aunque éstas siempre se escapan de mi zona de confort. Soy dueña de mis días y feliz tejedora de sueños por la noche. Los miedos, las sombras, la oscuridad son vecinas que tocan a mi puerta, he aprendido a recibirlas, a escucharlas, a entenderlas. Las dejo habitar mi casa y luego, con un “gracias” las acompaño a la salida.

Disfruto más los libros, la picardía, la risa y el silencio. Cocino con más antojo y saboreo los momentos compartidos. Soy más yo y sin duda lo he trabajado. Llegar a los cuarenta ha representado estar más consciente de lo que me pasa, de lo que pasa con mis hijos, de lo que acontece en el país, en la política, en el mundo, en la economía… y no deprimirme por ello. Trabajo por ser mejor persona, por educar a tres seres en su mejor versión y hasta por producir la menor cantidad de basura posible un día tras otro. Llegar al cuarto piso es el reto más interesante que he tenido y como dicen “al toro por los cuernos”. Conozco a tantas cuarentonas con el mismo perfil que sí, somos legión.