¿Cómo acabar con la pobreza en el campo?

19 de Abril de 2024

¿Cómo acabar con la pobreza en el campo?

El 40% de la producción de alimentos en México proviene de la agricultura a pequeña escala; sin embargo, las autoridades piensan que esto no es así e insisten en apoyar con medidas asistencialistas en lugar de impulsar proyectos que fomenten el desarrollo social y el crecimiento

En este país, no hay peor condena que nacer mujer, indígena y en el medio rural.

Según el documento Diez años de medición de pobreza multidimensional en México: avances y desafíos en política social (Coneval, 2018), el 84.3% de las personas nacidas en México con esas tres características son pobres, y de ellas, el 54.2 por ciento viven en pobreza extrema.

¿Habrá forma de combatir esto que parece un mal sistémico e irremediable?

Sí, varias. Las podemos encontrar desde la economía y la estadística, hasta en la biología y química. Pero ninguna funcionará por sí sola, y todas dependen de que tengamos una concepción distinta de la ruralidad.

Vista panorámica del paisaje agrícola

“... hace unos años, en una discusión con funcionarios de la Secretaría de Agricultura (entendimos que) su idea era que los pequeños productores, los minifundistas, eran sujetos de políticas asistencialistas porque no contribuían a la producción de alimentos”, dice la economista Margarita Flores, colaboradora del Programa Universitario de Estudios para el Desarrollo (PUED) de la UNAM.

›Flores explica que esa idea “no coincide para nada con los pocos datos estadísticos que tenemos, que indican que entre el 38 y el 40 por ciento de la producción de alimentos viene de la agricultura pequeña”. Pero más grave que esta percepción errónea es pensar que la solución para el problema de la pobreza rural sea la asistencia social y no políticas públicas que fomenten el desarrollo y el crecimiento económico.

Aun considerando a los grandes productores, el sector agropecuario y pesquero puede ser considerado como poco productivo, pues contribuye con 3.5 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB).

Pero verlo así es un error, dice Roberto Guadarrama, director del Instituto para la Planeación del Desarrollo, porque “toda la cadena alimentaria, desde la producción agropecuaria hasta las tienditas, los mercados públicos, supermercados y las taquerías de la calle representa el 30% del PIB”.

Además de eso, y de alimentarnos, esta cadena emplea al 40% de la Población Económicamente Activa (PEA) mexicana.

Dato: A lo largo del siglo XX, la población mexicana se multiplicó por siete, pero la población urbana, en el mismo periodo, se multiplicó por 44.

“Si no actualizamos el paradigma no vamos a entender el problema” ni a poder solucionarlo, concluye Guadarrama.

Entonces, aunque parezca una obviedad, “hay que ver al sistema alimentario como un sistema”, dice el doctor Cassio Luiselli Fernández, miembro del PUED y autor del libro Territorios, ciudades y pequeños productores: estrategia para el crecimiento y la seguridad alimentaria, donde, con esta visión sistémica, se hacen un análisis y una serie de propuestas para que los mexicanos seamos más ricos, estemos mejor alimentados y, de paso, cuidemos el medio ambiente.

Pero vayamos a la raíz del problema...

Un éxito con una alta dosis de fracaso

Después de que se firmó el Tratado de Libre Comercio para

América del Norte (1994), en México se dieron apoyos para desarrollar el campo. Eran apoyos directos a los productores, sin límites; quien tuviera 200 hectáreas recibía su parte proporcional de la misma manera que quien tuviera tres (los recién anunciados apoyos, por cierto, sí tienen límite: 20 hectáreas).

Esta forma de apoyar la producción dio resultados. Por el lado de los productores, actualmente somos el décimo país exportador de productos agrícolas, el primer lugar en la exportación de aguacate, y México producetenemos un superávit de siete mil millones de dólares en la balanza comercial agropecuaria.

Pero los apoyos sin límite y la participación en el mercado internacional, entre otros factores, también generaron una gran desigualdad en el campo. Actualmente, sólo 20% de los agricultores mexicanos cuenta con las capacidades tecnológicas y financieras para producir lo suficiente para exportar y atender la demanda de la población nacional.

En 80% que no participa del mercado alimenticio de esta manera hay poco más de cinco millones de pequeñas familias productoras, comenta Luiselli.

Actualmente, sólo 20% de los agricultores mexicanos cuenta con las capacidades tecnológicas y financieras para producir lo suficiente para exportar y atender la demanda de la población nacional.

Este fenómeno también ha afectado a los consumidores. “Estamos extendiendo la cadena valor” explica Margarita Flores, lo cual significa que “los caminos” desde las parcelas hasta los consumidores (internacionales o en los supermercados de las grandes ciudades) se alargan y encarecen. Al incrementarse los precios, los pequeños mercados de las localidades se van asfixiando. Se llega al extremo de que los apoyos, más que para producir, se usan para comprar comida.

El sistema se enfocó en apoyar la producción, pero puso poco o ningún énfasis en las otras actividades necesarias; entonces, la distribución, la promoción y la comercialización son poco eficientes. Tanto, que las mermas anuales se contabilizan en 29 millones de toneladas, dice Guadarrama.

Es fútil hablar de soberanía alimentaria mientras existan todavía territorios con hambre en nuestro país❞, Cassio Luiselli, Programa Universitario de Estudios para el Desarrollo (PUED) de la UNAM.

En resumen, como explica Margarita Flores: “Aunque se puede decir que México ha alcanzado la seguridad alimentaria, hay más de 24 millones de personas que sufren carencia alimentaria”. Y la mayor parte de ellas se encuentran en el campo.

Las ramas y frutos del problema

Claro que contemplar el sistema alimentario mexicano, y no sólo el sector agropecuario, hace las cosas mucho más complejas, pues además de la agricultura hay que contemplar la alimentación y la salud, el medio ambiente y, pues, hasta la economía en su conjunto. Y no es entonces exagerado decir que tenemos problemas graves en todos esos rubros.

7 de cada 10 mujeres mayores de 20 años tienen problemas de sobrepeso u obesidad; en los hombres, son seis de cada 10, y en los niños en edad escolar, tres de 10.

Para empezar: los mexicanos estamos mal alimentados. No en balde ocupamos los primerísimos lugares a nivel mundial en problemas de diabetes, obesidad y sobrepeso.

En México siete de cada 10 mujeres mayores de 20 años tienen problemas de sobrepeso u obesidad; en los hombres, la proporción es de seis de cada 10, y en los niños en edad escolar, tres de 10.

Esto no es de extrañar si vemos, por ejemplo, que a nivel nacional, según la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición de Medio Camino (ENSANUT 2016) sólo la mitad de los escolares consumen con frecuencia frutas y huevo, y apenas el 20 por ciento, verduras.

En contraste, el porcentaje de consumidores de botanas, dulces y postres fue de 62; el de cereales dulces, de 53, y el de bebidas no lácteas endulzadas, 81.5 por ciento.

Baste ese como ejemplo, para no hablar del abandono de zonas agrícolas a causa del narco, la creciente feminización de los ejidos porque los hombres migran dejándoles todo el trabajo a ellas, de la contaminación de los cuerpos de agua, de las contribuciones de la ganadería a la generación de gases de efecto invernadero y de la degradación de los suelos.

En lo económico, no ver a la agricultura como una actividad productiva importante ha hecho que la banca la trate con desdén y que el sector tenga un muy limitado acceso al crédito y al financiamiento. Y sin recursos es imposible crecer.

Y el tema se muerde la cola: Es imposible pedirle a la gente, con el nivel de ingresos que tiene en el México rural, que aumente su consumo de frutas y verduras si éstas son más caras que los alimentos menos nutritivos y con altos contenidos de grasas y azúcares que vende el oligopolio de las grandes empresas de comida procesada.

❝Aunque se puede decir que México ha alcanzado la seguridad alimentaria, hay más de 24 millones de personas que sufren carencia alimentaria❞, Margarita Flores de la Vega, Programa Universitario de Estudios para el Desarrollo (PUED) de la UNAM

La solución anda “por aquí”

“En condiciones de pobreza, la seguridad alimentaria se tiene que conseguir a nivel local”, dice Luiselli. Entonces, “la pequeña agricultura es la que va a permitir a este país enfrentar la pobreza rural”.

Para Luiselli, la clave está en incorporar las 5.4 millones de unidades productivas rurales, de las cuales 80% son menores de cinco hectáreas, al desarrollo nacional.

También poner atención y dar apoyo a las pequeñas ciudades y pueblos donde se realizan las actividades que no son propiamente agrícolas, pero que cierran e interconectan las cadenas de valor.

En ese sentido, Luiselli hace énfasis en la importancia de considerar los territorios con la gran heterogeneidad que tienen en las distintas regiones de México; Flores añade que se podrían considerar por cuencas hidrológicas, más que por demarcaciones administrativas.

Esto permitiría, además, aprovechar las amplias variedades de la biodiversidad, tanto agrícola como salvaje, que se han desarrollado en las distintas localidades de México y fomentaría que se siguieran desarrollando.

Por otra parte, en diversos centros de investigación y desarrollo mexicanos, se están estudiando con poco presupuesto y numerosos obstáculos la biodiversidad y los ecosistemas, y generando nuevos productos y tecnologías como fertilizantes , pero la inmensa mayoría se quedan como curiosidades en el ámbito académico por la falta de un sistema eficiente de innovación.

Sí, pero ¿cuándo?

¿Se puede poner la solución en práctica? Tal como estamos ahorita, no.

El lema del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) es “Lo que se mide se puede remediar”. Pero en México faltan muchas mediciones.

En el caso del campo, el doctor Luiselli comentó que “nos falta estadística; los censos se envejecen rápidamente y el último (Censo Nacional Agropecuario) que tenemos es del 2007”.

›Esto a pesar de que el Banco Interamericano de Desarrollo recomienda hacer uno cada ocho o 10 años. Pero en 2018 no se dio presupuesto al Inegi para que lo hiciera. Tampoco en 2019 (Hay que mencionar que cada dos años sí se ha hecho la más barata Encuesta Nacional Agropecuaria).

En la biotecnología, como ha denunciado desde hace años el doctor Luis Herrera Estrella, del Cinvestav Irapuato, hay una sobrerregulación que hace que sólo grandes empresas puedan llevar productos al mercado. Las semillas mejoradas, por ejemplo, están controladas por tres empresas transnacionales.

Hace unos días se anunciaron los apoyos a los productores y los precios de garantía (el valor mínimo con que el estado comprará los productos), que son necesarios, pero que se pueden parecer a las políticas de asistencialismo si no se dan además apoyos en servicios generales, que pueden ir desde la construcción de caminos, carreteras y bodegas para granos hasta la investigación.

Países como Uruguay, Nueva Zelanda, Australia y Chile dedican más de la mitad de sus apoyos a servicios generales. De hecho, la economista uruguaya María Noel Ackermann comenta que se ha demostrado que este tipo de apoyos “generan menos distorsiones que los apoyos vía precios y son claves para la construcción de competitividad internacional y el desarrollo del sector agropecuario”.

Pero quizá el peor obstáculo sean el centralismo y la dificultad del cambio cultural. Los 187 mil

pequeños asentamientos urbanos que hay en el país, tienen que tener cierta autonomía para decidir sus políticas, organizar sus mercados, encargar sus investigaciones y decidir sus destinos. Y el resto del país tendría que respetarlo y valorarlo.