Fotoperiodismo

20 de Abril de 2024

Héctor J. Villarreal Ordóñez

Fotoperiodismo

Los voluntarios llamados “cascos blancos” que rescatan a víctimas en la guerra de Siria y a su vez son blanco continuo de los bombardeos rusos que mantienen a Bashar al-Asad en el poder, lo describieron como “alguien que eligió quedarse detrás de escena y luchar con sus cámaras”. Anás Diab, el fotógrafo de 23 años que murió a finales de julio en un ataque aéreo en aquel país árabe, buscó con sus fotos que se viera la masacre y que el mundo no se acostumbre ni se olvide de ella.

Dos imágenes, entre muchas, retratan la realidad que Diab fotografió para contarla. En una, un niño herido se acurruca sobre un montículo de tierra del que sale apenas la mano de su hermana muerta en el bombardeo. En otra, el propio fotógrafo comparte imágenes de la pantalla de su cámara con cuatro niños sirios que recobran la sonrisa por un fugaz instante de tregua.

En una época saturada de imágenes fáciles, inmediatas, a veces ciertas, pero otras veces manipuladas o inventadas desde cámaras y herramientas de edición disponibles en un teléfono celular, la fotografía como género periodístico y documental incrementa, no diluye, su vigencia y su relevancia como fuente de información confiable y forma de expresión libre.

Las fotos y la muerte en acción de Anás Diab recuerdan a Robert Capa, el fotógrafo húngaro que dijo “si tus fotos no son lo suficientemente buenas es que no te has acercado lo suficiente”. Capa, autor de las únicas 11 fotografías existentes del momento preciso del desembarco de Normandía en la Segunda Guerra Mundial, llegó a la costa francesa en los barcos militares estadounidenses el seis de junio de 1944, estuvo en el lugar y el instante de los conflictos y hechos que retrató y falleció también, 10 años después, al pisar una mina mientras hacía fotos, para la revista Life, de la guerra de Indochina.

Ni el asedio de las imágenes ni la “omnipresencia de las pantallas” que según Gilles Lipovetsky ha transformado la manera de mirar que tiene el mundo, han abolido las reglas esenciales del fotoperiodismo, que sigue siendo referente de veracidad y certeza cuando se trata de contar, mediante imágenes, cuestiones que irrumpen, explican o subyacen en la cotidianidad que se vuelve Historia.

También en julio murió el fotógrafo Eniac Martínez, en México. Lo recuerdo como alguien que siempre venía de terminar o estaba por iniciar un viaje. Desde su trabajo sobre los mixtecos, su registro de los litorales de México o hasta su última entrega, para la que construyó imágenes bellas con la fetidez, el desbordamiento y el abandono de la basura, con los zopilotes que la sobrevuelan, los perros que la olfatean o las historias desconocidas que se pudren con los objetos que la conforman, Eniac dejó su testimonio personal de que contar algo con fotos reclama tener algo que decir, pero también tener la determinación de estar en el sitio desde donde es posible contarlo.

Más allá de nuevas plataformas tecnológicas o del hastío que pueda causar el deslizamiento inacabable de imágenes bajo el movimiento de un dedo sobre la pantalla de un dispositivo, el registro riguroso, oportuno y ético de un hecho o una historia relevantes sigue siendo trabajo de profesionales con vocación, técnica y pasión por relatarlos, desde su perspectiva única y crítica.

Como con todo lo que atañe a la función social del periodismo, se equivocan y se revelan como ignorantes y autoritarios quienes esperan que les hagan fotos a modo, imágenes militantes de supuestas causas o complacientes con sus monótonos y repetitivos escenarios retóricos. La tarea del fotoperiodismo es ir a cazar la imagen que no fue fabricada para su venta, sino que apenas se asoma, como no queriendo que alguien la vea, aunque sea inevitable, grotesca y verdadera.