La otra Cuarta

20 de Abril de 2024

Héctor J. Villarreal Ordóñez

La otra Cuarta

Mientras la retórica mañanera gira sobre sus pocos ejes y recicla sus frases; mientras que quien lleva el timón evoca el siglo XIX, se declara feliz, feliz, feliz y acomoda en su cuenta de Twitter a Jorge Luis Borges a su cosmovisión maniquea de derechas o izquierdas; mientras la Cuarta Transformación se perfila como proyecto político sin anclaje en la realidad, vemos como otra cuarta, la Cuarta Revolución Industrial, avanza y pasa frente a México sin demasiadas escalas.

La

Cuarta Revolución Industrial

es tecnológica y es la combinación de procesos de digitalización, conectividad, automatización, robotización e inteligencia artificial. Es un cambio profundo, que impone retos nuevos a los gobiernos, a la planeación de políticas públicas, a la creación de nuevos marcos jurídicos y en general a la cultura y la convivencia social.

En un texto publicado el domingo pasado en El País, el investigador Andrés Ortega explica que esta Revolución, “además de deseable en muchos aspectos y preocupante en otros, es inevitable, imparable y rápida”, de modo que “está ya teniendo un impacto sobre el empleo —el número y el tipo de trabajos— y los salarios, y está vaciando las clases medias… con lo que ello supone para el auge de populismos y la desestabilización de las democracias”.

El llamado desempleo tecnológico crece a gran velocidad y derivará en conflictos sociales en el corto plazo. El empresario Carlos Slim, en un foro con expresidentes, empresarios y académicos, en mayo de 2017 en Buenos Aires, Argentina, dijo que “la pérdida de empleos, hartazgo social e incertidumbre son el costado negativo de una revolución tecnológica… que ha traído beneficios, pero también dolores de cabeza, el principal de ellos el desempleo, en parte porque los Estados no han sabido acompañar el cambio”. Slim explicó que esos cambios han derivado en miedo, falta de esperanza e incertidumbre, y habló del temor de las personas a que su actividad o profesión se vuelva obsoleta en muy poco tiempo.

El desplazamiento de seres humanos por tecnología adquiere mayor resonancia por esos temores y por la inconformidad, ansiedad y enojo que provoca. No podemos descartar que fenómenos como el incremento de la violencia en ciertas formas y entornos se asocie, en parte, a esos desánimos colectivos, que ni la felicidad presidencial logra amainar. Además, este contexto estimula el surgimiento de ofertas políticas nacionalistas, proteccionistas y populistas en diversas regiones del mundo. El éxito electoral de Donald Trump quizá no sería tal sin el clima que esta incertidumbre ha inducido en la sociedad estadounidense.

Ortega apunta el peligro de llegar a una sociedad en la que un 30% de las personas trabajará mucho y ganará bastante; otro 30% trabajará mucho y ganará poco, dedicado sobre todo a labores manuales, pero el 40% restante resultará superfluo o inútil para los procesos productivos. Como es obvio, un factor determinante sobre a qué segmento pertenecer, será la educación que se haya recibido.

Algunos países se esmeran ya en comprender y deliberar sobre estas transformaciones, en educar y preparar a sus ciudadanos para ese futuro inminente y disponer de mecanismos para proteger a las personas ante los cambios. Se extrañan estos temas en nuestra discusión nacional.

La austeridad como método y estandarte para imponer recortes, ocurrencias o ajustes de cuentas; la prioridad dada a políticas como reclutar brigadas de servidores de la nación que promuevan las dádivas y la imagen presidencial; la invocación de una cartilla moral inspirada en el mundo de 1944 y la obcecación oficial con tecnologías obsoletas, entre otras innovaciones, no parecen estar en sintonía con el futuro que ya está aquí.