De la raza a(g)ria a la có(s)mica

24 de Abril de 2024

J. S Zolliker
J. S Zolliker

De la raza a(g)ria a la có(s)mica

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Antaño existió un país en crisis que tuvo el infortunio de cultivar un político sin ningún tipo de escrúpulos. Mesías, lo llamaron algunos cansados de la situación general; peligroso, lo llamaron otros pocos pero más juiciosos. Lo que nadie sabía de cierto, era la abismal sed de poder que tenía aquél individuo.

Otrora compitió en elecciones y las perdió. Siempre negó que el resultado fuera derecho. Incluso acusó de una gran conspiración en su contra y en contra de su pueblo.

Guerrero, vehemente, ambicioso, estaba convencido que era la única solución posible. Urdió por ello, con sus asesores más cercanos, un plan terrible. Entrevió incendiar su patria para —según él, estúpidamente— reconstruir todo desde sus ruinas. Él, el elegido. No importaría el costo. Él y sólo él, lideraría a su nación a ser la más justa con los pobres, la más poderosa y ultimadamente, la final solución a todo mal.

Lo planeó con tiempo y detalle, incluso formando un nuevo partido político donde él fuera el mandamás. Movilizó entonces a criminales a lo largo y ancho del país, los cobijó hasta que se fortalecieron. Otros meses pasaron sin resultados, pero con paciencia, a estos canallescas agrupó bajo su único mando. De hecho, llegó a hacer a diversos delincuentes, candidatos. Electos fueron varios y por sus ordenes, desde sus puestos de poder, asesinaron.

Lo importante, era seguir un código: todo tiempo pasado mítico fue mejor, los símbolos son sumamente importantes, aparentar ante todo, una probidad y humildad apabullante. Ofuscados sus compatriotas, varios adeptos más ganó.

Después llegó el tiempo de hacer arder el tejido social. En ciertas ciudades y pueblos, ordenó grupos de choque que actuaban al margen de la ley, para agredir a la población civil y hacer que por miedo, estos últimos reclamaran más seguridad. Hicieron marchas, protestas, actos vandálicos y un tanto de todos contra todos. “Ingobernabilidad”, rezaron los titulares.

Tiempo al tiempo, decía orgulloso. Luego incluso, armó huelgas gigantescas. Espléndido, montaba mítines y comunicados impresos para informar lo que estaba mal y que el gobierno de entonces, era incapaz de solucionar.

Rápido, el descontento de la población general comenzó a crecer y a esparcirse. Y vinieron entonces la desapariciones forzadas de cualquiera. Quería —el desquiciado político— que no hubiera marcha atrás. Únicamente, habría perdón para quien actuara bajo su mando. Independientemente si las acciones que hacían eran legales o no. El colaborador tendría segura la libertad después de montado un teatro en el que se le juzgara y se le declarara inocente o culpable de crímenes muy menores. Recuperarían la libertad en pocos meses, cuando mucho.

Esta estrategia, cabe decir, le funcionó de maravilla. Infundió pánico, provocando que el caos reinara y entre muchos grupos criminales hubieran combates a muerte. Nadie supo en su momento que él, tan bueno, tan justo, tan sencillo, tan abstemio, estaba detrás de tales acciones.

Crímenes, sin duda. En completa frialdad planeados. Nada más para satisfacer su sed de poder. De gobernar a como diera lugar. Incendió hasta su propio edificio. Así solicitó la desaparición de poderes. Ríos de sangre corrieron en su nombre y por sus órdenes. Mató a todo el que lo cuestionaba. Ejecutó a todos sus adversarios. Xenofobia al máximo.

Intentó —y casi logró— controlar a todos. Con desgracia, dejó la historia y su ambición, costó demasiado. Olvidar, no se debe hacer jamás porque la historia, siquiera con sus variaciones y niveles, puede repetirse. En México o Alemania o Senegal.