Del porqué las cosas no funcionan...

19 de Abril de 2024

Alicia Alarcón

Del porqué las cosas no funcionan...

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En 1929 la crisis mundial originada en los Estados Unidos fue de una manera tan fuerte, que tres años después eran incapaces de poder salir de ella. Afectó a la mayor parte de los países industrializados -ya recuperados de la primera guerra mundial- y mostró la incapacidad del entonces sistema político estadounidense de poder hacer frente a las necesidades primarias de su población a través de prácticas proteccionistas que al final, fueron inútiles.

Al llegar Franklin D. Roosevelt al poder en 1932, tras convencer a la población de que les podía ofrecer un cambio de vida radical, implementó lo que se llama el “New Deal” que transformó para siempre la visión de la famosa “America the great” y la convirtió en lo que hoy ellos orgullosamente claman como la mejor nación sobre la tierra. Aunque este sea un punto totalmente debatible, lo que es cierto es que la envidia invade un poco cuando hay crisis mundiales y ellos siguen viviendo en su “perfect american way of life”.

Parte importante del programa de Roosevelt de la reactivación de fondo en un país de postguerra sumergido en pobreza, en degradación social y económica, se trataba de elevar el nivel de vida de la gente y demostrar con acciones que el compromiso del gobierno era auténtico. Y aunque muchas de sus reformas estructurales se vinieron abajo por mil razones, muchas también siguen vigentes y funcionando. Implementó la recuperación agrícola, la competencia leal entre empresas, la reactivación del crédito público, es decir, lo que los economistas de hoy hacen “by the book”. Pero sobre todo, los programas de ayuda social y austeridad gubernamental, como la Economy Act (que bajaba el costo de la burocracia radicalmente), así como la reactivación del empleo a través de obra pública, fueron los que consiguieron levantar al país justo antes de la segunda guerra mundial. Hoy suena lleno de marketing político. Lo acusaron de intervencionista, de mermar a las grandes empresas (muchas de ellas quebradas y con necesidad de capital humano barato) y de tratar a los pobres como gente de primera clase. Se preocupó por las jubilaciones y por tener un sistema de salud efectivo. De reforzar a los sindicatos. Aunque muchas de estas acciones no fueron efectivas al corto plazo, Roosevelt no renunció a sus programas sociales como prioridad. Para salir de la bronca, no era necesario volver a nacer. Solamente hacer nuevas reglas y hacerlas respetar, porque es como si funcionan.

Los gringos nos van ganando casi por un siglo. Y no solamente en sistemas económicos o políticos, estos últimos no siempre honorables. Pero el orgullo patriótico (y a veces patriotero) de ser quiénes son, los lleva en la delantera permanente. Quizás es que nadie cambia hasta que tiene una crisis lo suficientemente profunda y le interesa cambiar. Interesarse en el capital humano es mucho más importante que en el capital económico. Porque el primero produce al segundo, no al revés. Recuperar la dignidad humana debe ser parte prioritaria de cualquier plan político. Pero en la vida a la mexicana, no es así.

El gobierno mexicano podrá haber implementado todas las reformas estructurales que existan para reactivar la economía, para hacer pactos políticos, para administrar (es un decir) el dinero y que parezca que funciona todo a la perfección. Podrán hacer como que agarran a todos los criminales sanguinarios que existan, hacer como que resuelven todos los crímenes de estado, hacer como que gastan el dinero en donde deben, hacer como que están en los zapatos de la población, hacer como que están cercanos y entienden. Hacer como que hacen lo que se necesita. Quizás un New Deal a la mexicana empezaría por recuperar la sensatez y la congruencia. No solo hacer como que hacen los millones de empleos que se necesitan o hacer como que se combate la inseguridad. No solo hacerse los transparentes y encontrarles mansiones todos los días o que les tomen fotos con relojes absurdamente impagables, todo con un sueldo de funcionario público. Entender que la honestidad, no solo se pregona sino se ejerce. Hacer el bien (y no fingir hacerlo) porque también es buen negocio para todos. A pesar de que todo pueda demostrar lo contrario, el gobierno mexicano todavía no toca fondo. Y eso repercute en no tener intención de cambio. Y por eso seguiremos años luz de nuestros vecinos del norte en muchas cosas. Y muy lejos de una calidad de vida superior para todos. Porque la clase política en México todavía no ha aprendido a ejercer la dignidad que implica tener un cargo público y recordar que su origen se establece para servir a la gente. Y no al revés. Dignidad, señores.