Dos novelas de Richard Price

23 de Abril de 2024

Luis Alfredo Pérez

Dos novelas de Richard Price

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Los escritores de novela negra suelen golpearse el pecho muy fuerte. Somos, dicen, tan escritores como los que hacen literatura seria: tómenos en serio.

Sus argumentos son variados. El más común y estridente afirma que la literatura criminal muestra lo que es la sociedad, y que si hoy en día es tan abundante, no hay otra razón que lo oscuro de la época en que vivimos.

Permítame disentir. La gran mayoría de las personas que escriben novela negra lo hacen porque es fast food creativo.

Una de las claves en la construcción de una novela es que en alguna parte debe estar creciendo la tensión para finalmente llegar a un clímax. El lector quiere saber qué le sucederá al personaje; o si conseguirá su objetivo; o si detrás de lo que enfrenta hay alguna desagradable sorpresa que no alcanza a ver.

El primer problema de las novelas negras es que la inmensa mayoría recurre a las mismas fórmulas para crear tensión. El Argumento A es que se ha cometido un crimen y se busca al criminal –– y muy probablemente, para aumentar la tensión se siguen cometiendo crímenes. En el Argumento B en cambio todo indica que está a punto de cometerse un crimen, y hay que impedir que ocurra.

Bingo: el escritor ya tiene la columna vertebral, ahora debe rellenar espacios. El segundo problema es que generalmente lo hace echando mano de un catálogo de personajes ya muy sobado. A la cabeza está el policía (o inspector, detective, sheriff, o comandante) con una vida personal destrozada, que encima es alcohólico y tiene úlceras; o lo contrario: tiene una familia hermosa que contrasta con la sordidez que el hombre enfrenta en su vida cotidiana; y además el tipo es amante de la buena mesa.

A eso se añade un nuevo amor. Unos malos muy malos. Politicos corruptos. Compañeros pintorescos. Etcétera y demás.

Este tipo de novela negra ––la mayoría–– son escritas por gente culta y sofisticada, que domina los resortes narrativos pero que mira el mundo desde la comodidad de una vida completamente diferente a lo que narra. Está muy bien: leer estas novelas es muy entretenido, y a veces uno aprende algo. Otra cosa es que sean capaces de capturar el espíritu de nuestro tiempo, como sus autores aseguran.

Para encontrar el cartón en estas novelas basta con desmenuzar estos aspectos. Pero más interesante resulta compararlas con las pocas novelas criminales que trascienden el gueto.

Si tiene ganas de leer un par en verano, Clockers (1992) y Lush Life (2008), de Richard Price son una buena opción.

Ambas están construidas como dípticos. En la primera Price colocó en su centro a uno de tantos asesinatos cotidianos en un barrio asolado por las drogas, y narró la vida de dos personajes relacionados con él: un joven narcomenudista —clocker en el argot— involucrado en el crimen, y el policía que lo investiga. A su alrededor Price muestra un nutrido grupo de personajes secundarios. Desde la familia del clocker hasta su jefe, pasando por sus subordinados; desde la familia del policía hasta sus compañeros, pasando por un actor que está “empapándose” de la vida “real” para su próximo personaje.

Lo revolucionario de esta novela es que aporta el punto de vista de los “criminales” sin mitificarlos ––como hacen tantas películas y malas novelas–– ni sentirse superior a ellos.

Lush Life en cambio gira alrededor de un escritor al que alguien casi asesina, y la policía que investiga lo ocurrido –– y que asiste con sorpresa a la actitud de la víctima, que no quiere oír hablar del tema.

Ambas novelas muestran cómo cierto nivel de ficción es capaz de llegar a verdades que no alcanzan los recuentos “reales”, se trate de documentales, noticias o reportajes. Y muestra también por qué muchas novelas criminales son muy entretenidas, pero resultan caricaturas escritas desde una torre de marfil.

Twitter: @luisalfredops