El 'overthinking'

18 de Abril de 2024

Alicia Alarcón

El ‘overthinking’

Siempre he sentido que la mala suerte me sigue continuamente, aunque no sea precisamente cierto. Es parte de mi naturaleza derrotista. Aunque entiendo que si me hubiera pasado la milésima parte de lo que he imaginado, ya hubiera colgado los tenis o hubiera estado recluída con una camisa de fuerza. De ahí mi insistencia del porqué siento la mala suerte muy cerquita. A veces tengo presentimientos de que la Ley de Murphy es parte de la inspiración del guión de mi vida, es decir, siento que si algo tiene que fallar, fallará. De hecho puedo asegurar que algo me está fallando en algún lado, aunque no sepa exactamente qué ni en dónde. Si todo parece que va bien, es obvio que he pasado algo por alto. Entonces reviso mil veces por todos los ángulos posibles, porque mi sospecha no me permite seguir el curso de algo que va aparentemente bien. Repito los escenarios imaginados e intento calcular de alguna manera los resultados de las acciones o situaciones. Me hago mil preguntas al respecto de cualquier cosa y no paro. Sufro de la enfermedad del sobre pensar. El famoso overthinking. El “me estoy rompiendo la cabeza”. El “no veo ningún problema pero seguro hay alguno”. El vivir a base de “what if’s”. El caso es que éstas últimas semanas el proceso de mi exceso de pensamiento se ha incrementado con tanta situación nefasta. Y para variar, como en la mayoría de los casos, es poco fructífero porque no llego a ninguna conclusión posible. Y si se diera la maravillosa ocasión de poder resolver algo, acabaría por darle en la torre con el regreso al overthinking.

La mayoría de mis momentos de exceso de pensamiento a veces se basan en lo que yo hubiera hecho en determinada situación. Aunque no sea una circunstancia mía, la adopto. La sufro si salió mal. La resuelvo en mi mente. O no. Porque hay situaciones que jamás he logrado entender por dónde llegan y porqué se complican tanto. Ya se. Por eso digo que es una enfermedad.

En uno de esos últimos momentos de overthinking extremo (que es un decir, porque jamás me detengo) me invadió una sensación de profunda tristeza y desesperanza. Me acordaba de lo muy básico en el “by the book” de la imágen pública, que se resume como “la percepción dominante que una colectividad establece respecto de un actor, institución o referente cultural, con base en las impresiones y la información pública que recibe” y el control de daños, que en palabras del Profesor Alfonso Gonzalez Herrero es “cualquier situación natural o provocada, previsible o súbita, propia o ajena, declarada o latente que amenace la imagen de la organización, ponga en riesgo sus actuaciones futuras o amenace con alterar las relaciones internas o externas entre ésta y sus públicos, entre ésta y sus miembros y que necesita que se ejecuten estrategias para evitar el impacto sobre la imagen, las relaciones y las actuaciones de la organización o, de producirse, minimizar el daño e intentar revertirlo como un activo positivo”.

En otras palabras, una crisis se entiende como una ruptura de la regularidad, de lo cotidiano. Provocada por un suceso evitable o no, y que requiere de medidas inmediatas y efectivas para evitar o mitigar los daños que pueda traer. No podía olvidar las palabras “inmediatas” y “efectivas”. Le di vueltas por todos lados. Entendí de donde venía mi desesperanza. Si yo, un ser común tenía la capacidad de ver las cosas claras (unas veces gracias al overthinking y otras porque los golpazos llegaron solitos) ¿Porqué los que toman decisiones no las alcanzan a ver más claro?

Al final me frustra muchísimo que las personas que supuestamente saben del espectáculo político no pongan todo su “know how” al servicio de un gobierno perdido en cuanto a imagen y control de daños. Alimentando la carroña de los que consideran que hay “noticia” en una chamaca de 18 años, a la que su mal manejo del lenguaje la pone en entredicho. Al de un procurador que dejando a un lado el alter ego de su profesión, dice terminando una conferencia de prensa que ya está cansado, demostrando lo que pocos actores políticos se atreven a demostrar: un poco de humanidad. Desafortunada frase y momento para el. Afortunada y adecuada frase para un reclamo popular. Un maquillista que tuitea celebrando su viaje desde el avión presidencial sin tener sensibilidad del momento. Fotos desafortunadas de un lenguaje no verbal que indica estrés, apatía y distancia. Otras en un jardín que terminan con alusiones tremendas. Propiedades que no se aclaran si son producto del trabajo o de un negocio conveniente. O si la dueña tuvo alguna negociación alguna vez por impuestos echando abajo sus declaraciones de compra de bienes raíces. Crisis de viajes que no debieron hacerse, sensación de abandono, de poco liderazgo, incendios, revienta-marchas pagados, detenciones arbitrarias y reclamos. De contrapesos y exigencias ya con mucho enojo. Y muy cerca de lo que jamás se esperaron al hacer su “análisis”. Como un angustiado padre de familia diciéndole al asombrado presidente que renuncie. En su cara, a cinco metros. Grabado clandestinamente y haciéndose viral.

Y nadie dice más, ni defiende, ni hace más de lo que se ve. Lo que se ve, desgraciadamente es lo que hay.

Siempre me ha admirado la resistencia física de los políticos. Trabajan en horarios rarísimos. De madrugada por ejemplo. De verdad que suponía que tenían la misma enfermedad que yo. Con la diferencia de que pensaba que el overthinking a ellos sí les servía para hacer propuestas, tomar decisiones y analizar las cosas a fondo. Es decir, hacer - o hacer como que hacen- su chamba. A menos que no sepan cómo. A menos que no vean nada. Igual les falta estar enfermos como yo. O a lo mejor es demasiado claro, que no lo alcanzan a ver. El gobierno tiene una carencia del muy necesario overthinking político. Me refiero a ver las cosas por todos los ángulos para no dejar cabos sueltos y evitar naturalmente el control de daños. Prevenir antes de lamentar. O de plano, la conclusión es que igual no piensan -ni ven- nada. Igual sus expertos en imágen política y comunicación social piensan que la inacción es lo que hay que hacer es decir, nada. Y asumen que no va a pasar nada solamente porque no hacen nada. Y eso me da miedo. Porque no están pensando. Y ahí están los motivos de mi enfermedad, de mi mala suerte, para no dejar de pensar... .