El respeto a la religión ajena

23 de Abril de 2024

Antonio Cuéllar

El respeto a la religión ajena

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Millones salieron a las calles con la finalidad de dejar muy en claro que, en esta época de la existencia de la humanidad, no hay base superior a la libertad de expresión sobre la cual pueda edificarse la democracia. Sin cuestionamiento alguno sobre el contenido de la sátira religiosa, ni siquiera sobre su idoneidad, se ha sobrepuesto la convicción universal de que, tratándose de la imprenta, no hay acción u omisión alguna que pueda atribuírsele que justifique un atentado como el perpetrado contra los caricaturistas del semanario francés la semana pasada. En principio debemos de estar en absoluto acuerdo con todos los que han condenado los hechos atroces cometidos por los dos fanáticos musulmanes pertenecientes a Al Qaeda, pues la muerte de los periodistas constituye una alternativa inaudita que no puede tener cabida en el mundo civilizado. Sin embargo, acaso de verdad ¿no existe regla ética de los medios que deba limitarlos? El ejercicio de la libertad de expresión, como todo otro derecho, encuentra su limitante en el derecho de los otros; y si es verdad que en el caso de la libertad de imprenta dicha cláusula es mucho mas restringida, pues es a partir de ello que existe el análisis de la cosa pública, no debe retrocederse en la defensa de los intereses legítimos de la sociedad colocados por encima de ella. ¿Acaso no es con base en la tutela de principios humanos superiores que se penaliza la publicación de imágenes inapropiadas de menores de edad? En la portada del semanario se leía, literalmente, que el Corán es una mierda, y a través de una caricatura se ilustraba al libro sagrado del islamismo penetrado por las balas dirigidas a mahoma. ¿De verdad la ilustración ofensiva ha de verse protegida por la garantía de la libertad de expresión? La caricatura y los hechos que ha desencadenado quizá evidencian la necesidad de reconocer reglas esenciales de convivencia a las que debemos quedar sujetos todos, sin que por ello se suprima en modo alguno el derecho a discrepar, respetosamente, con relación a cualquier hecho, circunstancia o consideración. Se han cruzado dos fuegos en una guerra que persigue fines diversos. Mientras que la sociedad entera defiende un modelo democrático de vida y la libre manifestación de sus ideas, los fanáticos atacantes han perseguido una reivindicación religiosa y una revancha de fe que quizá no colapsa con la anterior. Es evidente que los hechos obligan al entendimiento de un problema y a la búsqueda de una frontera hasta hoy inexistente, de la que depende la sana convivencia entre la fe y la libertad de expresión. Otro sí digo La alerta inmediata y su identificación como atentado terrorista permitió al gobierno del Presidente Hollande adoptar medidas de reacción, que continúan, a través de las cuales se logra la intervención eficaz de las fuerzas del orden. Más de ochenta mil efectivos desplegaron un operativo que permitió la identificación, ubicación y muerte de los delincuentes. Me pregunto cuál sería la reacción social y mediática en nuestro país ante hechos similares, cuando el ejercicio de la fuerza del Estado se ha condenado y deslegitimado en absoluto. Quizá la realidad nos convoque y obligue a discutir, con prontitud, cuál deberá ser la preparación, como también la conducta y procedimientos policíacos que se deban seguir, con toda legitimidad, para hacer imperar el orden que deriva de la ley. México no puede seguir convirtiendo en mártires a los delincuentes, y en delincuentes a sus agentes de seguridad.