Ghostbusters: Afterlife, homenaje a la nostalgia

25 de Abril de 2024

Alejandro Alemán
Alejandro Alemán

Ghostbusters: Afterlife, homenaje a la nostalgia

alejandro aleman

Más que una secuela, Ghostbusters Afterlife es el mejor homenaje nunca antes hecho a la cinta original de 1984. El director, Jason Reitman, encontró la mezcla que tendrá contentos a todos: a los cuarentones que lloriquearon con el reboot protagonizado por mujeres (Ghostbusters, 2016), a la nueva generación que hasta ahora sólo sabía de los Cazafantasmas por sus padres, y al estudio, que sabe que las franquicias son lo que salvará a la industria en la post-pandemia.

Reitman no se limita a excavar en el trabajo de su padre (Ivan Reitman, director de la cinta original), sino que además incluye claras referencias a la obra del director que moldeó el cine comercial estadounidense hace más de 40 años: Steven Spielberg.

La fórmula de películas como

E.T. (1982), The Goonies (1985) y Gremlins (1984) está presente en Ghostbusters Afterlife. Incluso el tema del padre ausente, piedra angular del cine de Spielberg, es también aquí el centro de todo el conflicto.

Phoebe (solvente McKenna Grace) se ha mudado con su familia a Oklahoma, a la granja de su recién fallecido abuelo. Junto con su madre Callie (Carrie Coon) y su hermano adolescente Trevor (Finn Wolhard) tratan de adaptarse a un nuevo hogar.

En medio de este coming of age viene la revelación: el abuelo no era otro sino Egon Spengler (otrora interpretado por el ya fallecido Harold Ramis), quien dejó como legado su viejo equipo de Cazafantasmas y una misión que Callie, junto con su hermano y su nuevo amigo Podcast (Logan Kim), tendrán que resolver.

El fanservice está a la orden del día. Desde el momento que abre la película con el score clásico de Elmer Bernstein hasta las escenas post-créditos y decenas de referencias para los fans más duros.

Pero por más referencias que incluya, Reitman entiende que es imposible emular la cinta original, lo único que queda por hacer es adaptar parte de ella: la música, los gadgets, incluso el humor (más adulto en la primera, aquí más adolescente pero no por ello menos gracioso).

El triunfo está en la nostalgia. Estos niños, jugando a ser Cazafantasmas con los gadgets del abuelo, somos nosotros hace 30 años, jugando a ser Cazafantasmas con los juguetes de cartón que nos inventábamos.

Como decía Don Draper, la nostalgia es una herida que no sana. Rumbo al apoteósico final, Reitman sabe explotar esa herida, sabe que cuando envejeces te vuelves sentimental.

No hay forma en que los fans no salgan de esta película sin derramar algunas lágrimas. El golpe es certero, toda la película está hecha para llegar a ese final perfecto: entre la nostalgia, el cine ochentero y la viabilidad comercial. Una gran máquina del tiempo.

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