“…Si no hay Estado de Derecho, ¿se justifica el cobro de impuestos?” @ArturoDammArnal, 4/12/14
Primer pago. Rapidito y de buenas
En ese remolino de imágenes, historias y opiniones que es Facebook, hace algunos días me topé con un letrero anónimo en el que se leía: «Mi sobrino me preguntó qué son los impuestos. Entonces me comí el 30% de sus galletas y se puso a llorar. Ya está listo para ser un adulto». Ojalá el pobre niño ya haya superado el golpe de realidad al que fue empujado por el tío economista y glotón. También espero se aleje de estas líneas pues, si las lee, nuestro pequeño amigo advertirá un escenario más duro, con menos galletas.
Partamos del 30% que refiere el ejemplo anterior, es decir, la tasa más alta de Impuesto Sobre la Renta (ISR) pagada por un contribuyente que gana menos de quinientos mil pesos al año. Sumemos a la rebanada inicial el 16% incluido en casi todos los productos por concepto del Impuesto al Valor Agregado (IVA). Para este momento ya desapareció el 46% de las galletas, y la enumeración continúa. Agreguemos lo correspondiente a la tenencia, predial e impuestos especiales sobre productos como el alcohol, tabaco, refrescos, telecomunicaciones, etc. Considera también los servicios que son responsabilidad del Estado y que pagamos por insuficientes o ineficaces; la cifra crecerá si tienes gastos por educación, salud, seguridad en tu colonia, drenaje, alumbrado, recolección de basura... ¿Te parece bien dejar la cuenta en que el 50% de nuestros ingresos se va en impuestos? Únicamente quedaron la mitad de los pastelitos.
Hagamos otra comparación. Porque el tiempo es un recurso escaso que nos obliga a cuidar cuánto de él dedicamos a cada actividad, otra forma de comprender el costo de los impuestos es medirlo en horas laborales: la mitad de tu estancia en el trabajo la dedicas a generar recursos que destinarás al pago de tributaciones. Si el promedio diario son ocho horas laborales, ¿qué harías si pudieras invertir cuatro en otra actividad? ¿Familia, hijos, amigos, ejercicio, lectura, descanso? Ese es el ‛valor’ de nuestros impuestos, y una de las razones por las que generan tanta rabia las incompetencias de algunas oficinas gubernamentales. ¿No te enchilan las largas filas para realizar un trámite burocrático que además termina en “no se puede, no hay, ya vamos a cerrar, venga mañana”?
Segundo pago. Que cada palo aguante su vela
Me doy cuenta de las imprecisiones de algunas ideas apuntadas en los párrafos anteriores. Hay consideraciones ausentes: los gravámenes son necesarios para el funcionamiento de cualquier país; el porcentaje de ISR está vinculado a los ingresos del contribuyente; estoy considerando únicamente a los cautivos; muchas personas no pagan o evaden las cargas tributarias por encontrarse en la informalidad o porque abundan las grandes empresas que consiguen reembolsárselos a través de intrincadas argucias fiscales. Con todo, la conclusión permanece: la calidad de los servicios recibidos a cambio del pago de impuestos, aunque con mejoras significativas, aún deja mucho que desear. Cuando cubrimos el importe de un producto o servicio ―especialmente cuando se trata de algo que nos significó gran esfuerzo― esperamos se efectúe de la manera apropiada, justa. De otra manera queremos, por lo menos, hablar con ‛el encargado’ quien resuelva la insatisfacción o que nos devuelvan nuestro dinero.
Es cierto. En países como Austria, Holanda, Dinamarca, Suecia y otros, los impuestos son más altos. No obstante, supongo innecesario entrar en detalles para saber que nos encontramos lejos de ellos en seguridad, salud, educación. De igual manera, en cuanto a ingreso promedio anual, varios miles de dólares nos separan de esas naciones.
En las últimas semanas se ha pedido la renuncia de muchos funcionarios públicos. La exigencia llega a niveles risibles. La solución, pienso, no es despedirlos. Lo importante es que hagan su trabajo. Incluso, tengo otra opinión más provocativa. Lo central no es disminuirles el sueldo (con sus honrosas excepciones). En sus manos se encuentran importantes tareas que deben remunerarse acorde a la responsabilidad y los resultados. Nuevamente, lo prioritario es que hagan lo que les toca. ¿Te imaginas a los 500 diputados federales, a los más de 1,100 diputados locales y a los 128 senadores gestionando en equipo, a cabalidad, un México mejor? Nuestro país sería otro si algunos encumbrados funcionarios se empeñaran en dar lo mejor de sí mismos por el bienestar ciudadano, en lugar de ocuparse en cálculos políticos sobre lo más favorecedor para su egoísta beneficio personal.
Otros dos deseos navideños: además de la eficacia en el uso de los recursos públicos, el éxito recaudatorio ―como tanto han repetido los que saben― está en ampliar la base de contribuyentes y no en que tributen más los cautivos. Esta segunda opción es la respuesta fácil, pero no la alternativa fértil. Finalmente, cuida tus gastos. Los mismos profesionales de la economía y las finanzas señalan que inestabilidad política, continuas fluctuaciones en el tipo de cambio, endeudamiento público, caídas en el precio del petróleo, son terrenos resbaladizos. No es alarma, son precauciones.
En el equilibrio entre derechos y obligaciones, «dando y dando, pajarito volando», dijo ahora nuestro amigo Guillermo Rías del Pueblo.