Kundera

18 de Abril de 2024

Luis Alfredo Pérez

Kundera

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Hace veinte años la popularidad de las novelas de Milan Kundera estaba en su apogeo en México. Con esto quiero decir que en esa época eran el equivalente de Murakami hoy en día: todo mundo decía estarlas leyendo, y se sentía bohemio como consecuencia.

Por entonces yo estaba en la universidad, y recuerdo que las novelas del autor checo eran asunto serio. Estaban llenas de sexo, hablaban de lo que pasaba en la Europa que vivía bajo el yugo soviético ––un lugar completamente diferente a, por ejemplo, el idealizado París literario––, y sólo comenzar a leerlas uno se daba cuenta de que eran exóticas no sólo en cuanto a temas sino estilo.

Algunas hipérboles de por entonces decían que Kundera estaba refundando la novela, otras que salvándola de la banalización. (Como si no hubiera en esa misma época, como en todo momento, decenas de escritores más escribiendo novelas que mantienen viva su potencia y descubren nuevas posibilidades.) Lo que no se puede discutir es que sus novelas tenían nervio. Nos recetó en sucesión “La Broma”, “La Vida Está en Otra Parte”, “El Libro de la Risa y el Olvido”, y la muy popular ––pero menos lograda–– “La Insoportable Levedad del Ser.” Entre medias llegaron “El Libro de los Amores Ridículos”, la recopilación de ensayos “El Arte de la Novela”, y “Los Testamentos Traicionados”.

Luego algo cambió; no parece casualidad que las novelas que publicó a partir de 1993, cuando comenzó a vivir en Francia, parecieran escritas por otro autor. Recuerdo sin embargo que en aquel momento yo no pude entenderlo. ¿Le ha sucedido, que tiene en tanta estima a un escritor, a un grupo de rock, a un pintor, que se niega a aceptar que su obra más reciente no es buena, y busca explicaciones para dotarla de valor?

Ayer le eché un vistazo a la edición en inglés de su nueva novela, “La Fiesta de la Insignificancia”, y esa época me vino a la mente.

También me vino a la mente Quentin Tarantino.

En concreto, una de sus muchas teorías. Dice Tarantino que hay directores que han hecho películas llenos de pasión, con un sentimiento de urgencia y potencia (claro que todo esto lo dice de una manera mucho más florida y concreta), y que eso puede advertirse en el resultado; este puede ser mejor o peor, pero no hay debate en torno a la energía que el autor puso en su película.

Pero después, observa Tarantino, muchos de esos mismos directores a los que debemos obra maestras han hecho películas dejándose llevar, sin pasión. El resultado es suave, meloso, rayano en lo cursi y la autocomplacencia.

Es como una maldición que también aplica a otros artistas. Muchos caen con el paso de los años en una especie de satisfacción. Suele ser el resultado de una cadena: reconocimiento es igual a popularidad, popularidad es igual a aprecio y comodidades, lo que es igual a distracciones y pérdida de excitación.

Le sucedió a Vargas Llosa, le sucedió a García Márquez, le sucedió a Kundera. ¿Una excepción? Philip Roth, que fue precisamente quien dio a conocer a Kundera a los lectores estadounidenses al publicarlo en la colección “Escritores de la Otra Europa”, que editaba para Penguin.

Roth se mantuvo hasta el final tenso, impaciente y dispuesto a no tomar prisioneros –– no en relación a su vida social, lo que a final de cuentas no es relevante para la literatura, sino en relación a su escritura.

Para mantener ese nivel se necesita vigor físico y rigor intelectual; quizá Philip Roth se retiró porque decidió que no quería seguir pagando el esfuerzo que representa, o porque se dio cuenta de que ya no estaba a la altura de otra época. En cambio Kundera, diablos, acaba de publicar una nueva novela.

Twitter: @luisalfredops