Luis Miguel

19 de Abril de 2024

Luis Alfredo Pérez

Luis Miguel

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Hace unos días encontré en un periódico una noticia con el encabezado “Luis Miguel, un sol que se apaga.” O algo por el estilo: no quise perder el tiempo leyéndolo. Por alguna comprensible pero perversa razón, cada kilo que Luis Miguel sube hace feliz a mucha gente.

Así que voy a romper una lanza por él.

Es verdad que ha explotado una imagen de galán perfecto hasta extremos que sobrepasan un adjetivo que comienza con “m” y termina con “z”. Pero no olvidemos que con los artistas se trata de eso: de que nos den una imagen idealizada, la ilusión de una realidad que no existe pero que nos entretiene. ¿Qué sentido tiene que los artistas pop tengan el mismo aspecto que nuestros vecinos?

Es verdad también que nunca se distinguió por accesible. Ni daba entrevistas ni hacía ruedas de prensa; pero todo eso servía para alimentar la leyenda y el misterio.

Llegó un momento, tampoco vamos a negarlo, en que sus discos sonaban a lo mismo; es verdad también que muchos de sus grandes éxitos fueron covers de otros artistas. Y todos sabemos que abusó de los boleros: comenzó con “Romance”, siguió con “Segundo Romance”, luego vino “Romances”, luego “Todos los Romances”, e imagino que ahora va en “Los Romances que realmente me gustan” después de haber grabado “Los Romances que se me había olvidado que también me gustaban.”

Por último, es imposible negar que durante una época se pirateó la parafernalia de Top Gun, que luego se peinaba como si fuera un Camilo Sesto joven, y que ahora parece estar siguiendo los consejos de belleza de Elvis Presley –– lo que vendría a ser reforzado por el hecho de que Las Vegas, el lugar por excelencia para los impersonators de The King, parece haberse convertido en su residencia artística.

Pero lo que a mí se me quedó grabado es esto. Durante mi niñez y mi adolescencia encendía la televisión, donde sólo había canales mexicanos, y los “artistas” que veía eran alarmantes. No cantaban, no tocaban los instrumentos que llevaban encima, parecían estar más interesados en hacer telenovelas, y todos giraban alrededor de un individuo llamado Raúl Velasco, también conocido como el “Aún Hay Más.”

Durante lustros, uno encendía la televisión mexicana los domingos y veía el resumen semanal de lo peor del plástico cultural: artistas tontos e intercambiables haciendo playback, que se desvivían para ser famosos. Ni siquiera el más joven Luis Miguel fue ajeno al escaparate, y apareció haciendo como que cantaba junto a Sheena Easton.

Pero el hombre tenía talento, fue bien dirigido, y al parecer en algún momento decidió que quería ser bueno. Años después, y mientras la televisión seguía copada por Emmanueles, Danielas, Garibaldis, Christians y residuos de Timbiriche, ir a un concierto de Luis Miguel era como comprar boleto a un universo paralelo. Sus músicos no sólo tocaban en vivo, sino que su nivel era buenísimo, la producción era memorable, Luis Miguel cantaba que daba gusto, aparecía impecable y hacía un gran show. Uno salía convencido de que cantar era para él lo más importante en la vida.

Y quizá era verdad. Con excepción de los bodrios, perdón, de los pecados juveniles, perdón, de las películas que hizo con Lucerito y no quiero recordar con quién más, a partir de cierto momento Luis Miguel pareció satisfecho siendo tan sólo un cantante. Por no hacer el ridículo, ni siquiera respondió al canto de sirenas del crossover, y nos ahorró hacerlo ver el papelón de intentar conquistar el mercado angloparlante.

Encima nunca pretendió cambiar el mundo, no parecía estar enojado con nadie, y no sentía la necesidad de hablar de política ni de salvar a la selva negra ni de decir maldiciones. Para los que lo veíamos, y aunque al principio podía chocarnos, resultó que la música no se acababa en el rock, ni tenía por qué hablar de nuestros dramas sociales.

Tal parece, sin embargo, que ahora el hombre no está en forma, o está perdiendo el cabello, o abusó de los rayos del sol.

Hace una semana hablé de los mitos; un motivo recurrente en ellos es la historia del héroe que entra en una realidad paralela en la cual, por alguna circunstancia, tiene la oportunidad de llenar su mochila de oro macizo. Pero cuando regresa a su aldea, resulta que se ha convertido en piedras, y todos se burlan de él.

En realidad este mito no habla de un héroe que resultó un poco tonto, sino de la incapacidad de mucha gente para apreciar las cosas valiosas.

Yo creo que Luis Miguel fue en busca de buena música, y que la encontró. Así que, si está gordo o se le pasó el botox, en realidad no es importante. Y aún podemos disfrutar de su música.

Twitter: @luisalfredops www.librosllamanlibros.com