Myanmar, un país de contrastes

16 de Abril de 2024

Myanmar, un país de contrastes

Captura de pantalla 2016-01-09 a la(s) 11.24.02

Corrupción y residuos, problemáticas a combatir tras el fin de la era militar

En Myanmar, la reciente victoria del partido de la oposición, liderado por la premio Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi, en las elecciones parlamentarias del pasado mes de noviembre ha levantado una ola de optimismo sobre el futuro del país.

Pero hay lugares en este vasto país del sureste asiático, durante décadas gobernado por militares, donde no se mira ni siquiera la más leve brisa de cambio: el distrito de Nyaung, al lado de un pantano, a pocos kilómetros del centro de la ciudad más poblada, Rangún, es uno de ellos.

Los habitantes de Nyaung son invisibles para las autoridades y están constantemente asediados por pequeños mafiosos que quieren apoderarse de sus palafitos.

¿La razón? Su villa se encuentra junto a una zona industrial que poco a poco está creciendo, y la posibilidad de construir viviendas para los trabajadores tan cerca despierta la codicia de mucha gente. Especialmente de los criminales.

Además de la lucha contra la creciente corrupción, una de las promesas más importantes que hizo durante la campaña electoral la Liga Nacional para la Democracia, el partido de la disidente Aung San Suu Kyi, consistía en limpiar los suburbios y las zonas rurales de la infinita cantidad de residuos acumulados durante décadas de dictadura militar.

Especialmente el plástico parece ser uno de los enemigos más peligrosos de la Lady, como los birmanos suelen llamar a Aung San Suu Kyi.

El distrito de Nyaung y sus alrededores se hunden en la basura. Nunca se han visto recolectores de basura en esta zona. Oficialmente porque sus cerca de dos mil familias no deberían vivir ahí.

A mediados de los años 90, en esta zona que no es más que un pantano cerca del río Hlaing, había sólo tres palafitos, construcciones endebles sobre estacas o pies derechos.

Pero en los últimos cinco años los palafitos son ya cientos y la población ha crecido de forma espectacular. Casi todos sus habitantes trabajan a destajo o están desempleados: no tienen los recursos suficientes para permitirse una casa más céntrica y, por lo tanto, han optado por un alojamiento más barato. O, mejor dicho, gratuito.

En el barrio de Nyaung la planificación urbanística brilla por su ausencia. Para construir sus palafitos los residentes han tenido que luchar contra el barro y los insectos. Los servicios sanitarios, que no son más que cabañas de madera sin desagüe, son comunitarios.

La electricidad no llegó hasta hace pocos años, y tampoco es legal. Nyaung nunca ha interesado a las autoridades locales; por lo menos, hasta hace algún tiempo.

Apenas a 200 metros de Nyaung hay un pequeño, pero creciente centro industrial. Las únicas casas cercanas son las de Nyaung. Una pequeña organización criminal local -con contactos sólidos en la política y la policía- que ha olido el negocio y ha empezado a meter su oscura mano en los barrios bajos.

Cada vez con más frecuencia sus hombres, armados con cuchillos, se adentran en las estrechas calles de Nyaung y causan el pánico entre la población.

Apenas ven un palafito vacío, tal vez porque sus propietarios no están dentro en ese momento, lo ocupan y meten a hombres suyos que trabajan en las cercanas fábricas. La situación lleva así desde hace casi un año.

“Aquí todos somos como fantasmas, invisibles. Hemos tratado de hacer manifestaciones y peticiones oficiales con la ayuda de un abogado, pero las autoridades no nos hacen ni el menor caso porque somos ilegales. Es cierto, no pagamos impuestos, pero para estar seguros estaríamos dispuestos a desembolsar una pequeña suma. Me parece justo”, dice Journo, de 63 años, jardinero y una de las personas más prominentes de la barriada.

“Pero los de arriba no quieren darnos los documentos de propiedad de estas tierras, unas tierras que hemos arreglado con nuestras manos. No contamos para nada, por lo que la administración y la policía dejan que esos delincuentes hagan lo que quieren con impunidad”, añade.

Hoy es un día especial para Nyaung. Los niños han realizado una pequeña muestra de bailes tradicionales en uno de los espacios de la escuela, dirigida por monjes budistas. Un par de horas en las que se han podido olvidar de la ilegalidad, el barro y los residuos.

Los monjes se mantienen al margen, dentro de la pagoda adyacente, recogidos en meditación a pesar de la música, que está a todo volumen.

Khay Mae Nanda, de 73 años, es el monje más anciano, y hace poco más de un año fue trasladado a Nyaung. Se tomó muy a pecho el asunto de los ataques de estos mafiosos y destina parte de las ofrendas de los fieles a los que se han quedado sin casa.

“El gobierno, la administración pública y la policía vinieron y trataron de echarnos. Pero eso no nos importa, todavía estamos aquí. Los monjes y los habitantes de este barrio queremos quedarnos aquí a toda costa, esta es nuestra casa”, señala el monje.

“La situación es muy complicada. Sería muy difícil para nosotros llevárnoslo todo y trasladarnos a otro lugar. Nos quieren echar porque estamos muy cerca de las fábricas, se trata de un lugar estratégico. Puedes ir a trabajar a pie. Y, en cualquier caso, no sabríamos dónde ir. Nadie tiene el dinero para pagar un alquiler”, afirma.

En Nyaung vive un pequeño grupo de cristianos bautistas, una docena de personas. Su pastor se llama Ij Zwe Doble Bhein y es originario de Corea del Sur. Va al barrio una vez por semana, el domingo. Siempre lleva algo de comer para su rebaño. Los creyentes se juntan en su pequeña iglesia, que también es un palafito.

“Hemos ido muchas veces a la policía... y su respuesta es siempre la misma: ´No podemos registrar vuestra queja a menos que tengáis documentos regulares que acrediten la propiedad de la tierra´. Está claro que son corruptos. Todo el mundo sabe quién les paga, un conocido jefe mafioso que tiene la base no lejos de aquí”, dice el pastor.

“Poco a poco está poniendo a sus hombres en Nyaung. Ya son decenas, tal vez cientos, los palafitos ocupados. Esos sinvergüenzas vienen en pequeños grupos de dos o tres personas, y tratan de apropiarse de las casas cuando no hay nadie dentro. Si, en cambio, encuentran a alguien, los echan por la fuerza. Nadie tiene el coraje de oponerse a ellos, son muy peligrosos”, denuncia.

Daw Nwe, de 69 años, una de sus fieles, lo interrumpe: “Lo sé, es pronto. No se puede cambiar un país como este en tan poco tiempo. Pero la Lady (Aung San Suu Kyi) además de la basura, tiene que hacer algo en contra de la corrupción. Y tiene que hacerlo cuanto antes”.

Refiere que “aquí todo el mundo es corrupto, la policía los primeros. Sólo las mujeres han tenido el valor de oponerse a esos demonios. Un día mi hija y unas vecinas se pusieron delante de una casa de la que esos hombres querían apropiarse. Hicieron de escudo, y los hombres se quedaron mirándolas”.

“Le lanzaron una piedra a mi hija y le dieron en el pómulo. También le hicieron cortes en el brazo con un cuchillo. Su sacrificio ha servido de poco: ahora esa casa les pertenece a ellos. La Lady tiene que moverse, no hay tiempo”, asegura la anciana.