Pandemónium

25 de Abril de 2024

Gabriela Sotomayor

Pandemónium

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Hay derechos que a pesar del caos de la pandemia no se pueden perder y cuya violación tampoco se puede tolerar: el derecho a saber el destino de los muertos, a identificar sus restos, el derecho a la verdad, un principio ético y fundamental.

Una familia lleva a su enfermo a un hospital Covid en la Ciudad de México, la persona ingresa con problemas respiratorios. Los familiares esperan noticias, preguntan, no les informan, nadie les contesta, horas más tarde les entregan un papel que les anuncia que la prueba salió negativa, no es el virus. Respiran.

Días después la familia recibe una urna con las cenizas de su ser querido. Una escena más que dantesca para la familia y para el que vivió su propio desenlace. Si eso no es el infierno, pues es difícil ponerle un nombre.

A una mujer, en otro hospital, le entregan el cadáver de la persona equivocada, “este no es mi muerto’’, acusa. Tardaron “unos días’’ en que ubicaran qué pasó con su pareja “y ya lo habían cremado’’. Y así otras historias de terror. Además de impensable, esto es imperdonable.

El derecho de todo ser humano a tener evidencia de su familiar muerto es uno de los puntos nodales para asumir el duelo y cerrar. Ese vacío, esa falta del cuerpo, es por lo que siguen llorando miles y miles de familiares de desaparecidos en México. No se puede amplificar este dolor por un coronavirus.

Ante la compleja situación, es imperativo encontrar un sistema, una solución práctica para poder disponer de los cadáveres con permiso de sus familiares, previa identificación. No hay excusa, ni pretexto.

Es necesario que los enfermos que entran a un hospital Covid tengan la seguridad de que estarán atendidos, además de perfectamente identificados. Si ese hilo se rompe se creará más confusión, más enojo.

Viene a la memoria el escenario de Italia, el griterío en los hospitales, la confusión, las esquelas interminables de los diarios, la pila de féretros, los cuerpos de los ancianos abandonados a su suerte.

Francesco Rocca, italiano, presidente de la Federación Internacional del Cruz Roja y la Media Luna Roja, nos habló desde su tierra natal cuando el epicentro estaba en el norte de Italia, hacia finales de marzo. Rocca, visiblemente ojeroso y agotado, describía el daño psico-social que se suma a la lista de desastres que va dejando a su paso el coronavirus.

“El personal sanitario se enfrenta a un estrés inconcebible. Todos trabajan a contrarreloj, pero no sólo están físicamente agotados, sino también mental y emocionalmente porque se están enfrentando a una derrota”, dijo.

“Pero lo más terrible de todo es la falta de contacto humano físico. La falta del abrazo (…) En todo el mundo vamos a perder algo con lo que hemos crecido: el abrazo que nos damos cuando perdemos a un ser querido”, lamentó Rocca, quien dirige la red humanitaria más amplia del mundo con 14 millones de voluntarios.

“Esto nos va a marcar (…) La reacción normal ante el miedo es la de abrazarnos. En las peores situaciones de desastre, en áreas de conflicto o en las guerras podemos abrazarnos ante la catástrofe. Ahora esto no es posible”, expresó con el rostro desencajado el presidente de la Federación Internacional del Cruz Roja y la Media Luna Roja.

Nos toca inventar la manera de encontrar consuelo conforme nos vamos hundiendo en este tsunami pandémico en el que están prohibidas las muestras de cariño, el velorio, el funeral.

Por eso es indispensable que cuando sea imposible recibir el cuerpo, se tenga la certeza de que frente a nosotros están los restos de esa persona a la que tanto quisimos y que por circunstancias del destino tuvimos que despedir sin un beso, sin abrazarla, sin acompañarla, sin apretar su mano y que a pesar de los pesares ha muerto a solas en la más tremenda de las soledades. Es lo justo.