¿Nadamos o flotamos en la información?

19 de Abril de 2024

Vicente Amador

¿Nadamos o flotamos en la información?

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«El internet está lleno de basura… y el público se lo cree» Ignacio Solares

La cantidad de datos disponibles es impresionante: libros, periódicos, revistas, páginas web, blogs, infinitas redes sociales que configuran una maraña difícil de cualificar, ordenar, sintetizar y hacer propia. Los más de mil sesenta millones de portales electrónicos creados en los primeros 25 años de internet mucho dicen del cúmulo de conocimiento e ignorancias colgados de la red (Cfr. AFP).

La indigesta mole informativa trae consigo una multitud de sucesos sin valor, intrascendentes, que para sorpresa de muchos consiguen dar la vuelta al mundo y llegar a millones de personas. Principalmente si vienen de famosos, una foto impertinente, un comentario políticamente incorrecto o revelaciones indiscretas, dan la vuelta al mundo en minutos. Paradójicamente, sucesos de gran relevancia permanecen ignorados.

¿Qué convierte “la nota” en digna de ser replicada?, ¿de darle “like”?, ¿de “retuitearla”? ¿Por qué hay grandes historias que pasan inadvertidas? Sin pretender dar con esto una respuesta, muchas veces me quedo con la impresión de que nos enteramos de lo que unos cuantos quieren. Resulta sorprendente comprobar la similitud en los reportes entre distintos diarios, noticiarios y hasta individuales comentarios encontrados en Twitter o Facebook.

En la historia de la humanidad las ideas han fincado su valor en el soporte con el cual se presentan, en su estructura argumentativa, en el atractivo con el que se manifiestan. En el actual mundo “superinformado” parecería que algo es verdadero o valioso en función del número de veces que se repite. Evidente desobediencia al consejo de Tagore: «La verdad no está de parte de quién grita más».

Estar bien informado es más que haber leído mucho. El problema no es llegar a la información sino aprender a nadar en esa información, nos dijo Fernando Savater.

La información no es un simple artículo de consumo, es algo que merece ser pensado, analizado, comparado. Estar bien informado tiene más que ver con pensar lo que se lee que con acumular datos desordenadamente.

Calibraba el asunto cuando, por distracción “facebuckera”, encontré “Las 52 mentiras más grandes en la historia de la humanidad (y que toda la vida has creído)”. Son ejemplos de creencias populares erróneas. Ahí les van algunas aclaraciones referidas en la publicación: los agujeros negros no son realmente agujeros; los toros no odian el rojo; la Muralla China no es visible desde el espacio; los vikingos no usaban cascos con cuernos; los murciélagos no son ciegos; Einstein no era malo en matemáticas; la cafeína no te deshidrata; el alcohol no mata las células del cerebro (¡yeeei!); Bugs Bunny no es conejo; tronarse los dedos no provoca artritis, etc. Para no creer todo lo que nos dicen. Échele un ojo.

La nota es de Ignacio Mardones en Upsocl. Al terminar el último párrafo imaginé a dos o tres de mis profesores universitarios reviviendo del sepulcro, escandalizados —listos para “colgar nuevamente los tennis”— por la fuente bibliográfica utilizada. Así son los nuevos tiempos. El problema no es solo el medio a través del cual nos informamos; en internet hay datos valiosísimos. Lo central es la actitud crítica frente a lo expuesto por los medios de comunicación. Al final, como lo recordó un ex vicecanciller de la Universidad de Oxford, tener la capacidad para distinguir entre lo importante y lo que no, es una de las facultades determinantes de la inteligencia humana.