'No nos hagan esto': crónica de un día de vacunas en CU

24 de Abril de 2024

‘No nos hagan esto': crónica de un día de vacunas en CU

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Foto: Idalia Gómez

No le alcanzaron las fuerzas, llegaron los médicos, le pusieron oxígeno y se lo llevaron a observación casi desmayado. No soportó 40 minutos bajo el intenso sol en espera de la vacuna

El señor de cabello revuelto, totalmente cano, superaba los 80 años. Su cuerpo delgado avanzaba como aletargado y sin muchas ganas. Después de unos minutos le prestaron una silla de ruedas que le permitió estar un poco mejor. Pero no le alcanzaron las fuerzas, llegaron los médicos, le pusieron oxígeno y se lo llevaron a observación casi desmayado. No soportó 40 minutos bajo el intenso sol en espera de la vacuna.

Sin respetar la sana distancia, las personas adultas mayores esperaban su turno para recibir la vacuna. Foto: María Idalia Gómez.

Esta vez, a diferencia de la primera dosis, los habitantes de La Magdalena Contreras fueron concentrados en el estadio de Ciudad Universitaria. Aunque les enviaron su horario de cita, no importó. A alguien se le ocurrió que era buena idea hacer una única fila a la que debían irse incorporando las mujeres y hombres de más de 60 años.

La hilera se veía deshilvanada e improvisada, que se acomodaba entre autos en estacionamiento número uno del estadio. Sólo se conservaba el orden por la voluntad y el tesón de los adultos mayores, porque al medio día los jóvenes daban más la sensación de dislocados. Algunos corrían de un lado a otro, proveían sillas de ruedas, orientaba, o a grito pelado pedían a las personas se acomodaran, varios más, simplemente platicaban entre ellos.

Este lunes, el reto era soportar bajo pleno sol, de entre 17 y 20 grados, recorrer un kilómetro en esa fila que daba siete vueltas, antes de poder ingresar. Una hora más tarde ya eran ocho vueltas y para las tres de la tarde era una serpentina de 11 vueltas.

¡“Ay no! No nos hagan esto”, soló una mujer de 73 años, Julia, al llegar y ver la enorme fila que debía hacer a pesar de tener cita a las 12 del día.

Muchos adultos mayores llegaban acompañados o en parejas, y eso les facilitó ubicarse en un lugar en la larga y confusa fila. Pero decenas no, estaban solos, caminaban lento, preguntaban a quienes veían y otros adultos mayores los orientaban, porque los jóvenes de chaleco verde estaban esparcidos y perdidos entre la multitud.

El calor se siente también desde el piso. Se refleja y aturde. Ya es la una de la tarde y faltan dos filas más por recorrer, ya se avanzaron cuatro. Algunos sí traían agua y hasta paraguas para desafiar al sol, pero la mayoría no, ni siquiera una gorra, y menos un banquito para descansar un poco.

Un primer alivio en el pausado recorrido. Cerca del ingreso a la zona de vacunas, los jóvenes de chaleco verde del gobierno capitalino comienzan a regalar pequeñas botellas. Y el aire, que resoplaba por momentos, alivió más el hartazgo.

“Por qué cambiaron el lugar, estuvo mejor la primera vez, cerca de la casa, allá sólo esperamos 20 minutos. Nos hubieran dicho que trajéramos, blanquitos, paraguas y agua”, se quejó la señora Ernestina después de cuarenta minutos de estar formada.

Aunque las filas no dejaban de avanzar de a poco. Los rostros de los que esperaban la vacuna, ya después de una hora, se habían enrojecido, se tapaban con trapos la cabeza o se turnaban para sentarse y otros mantenerse en la fila. Pocos se quejaban.

Al preguntarle a unos vecinos, coincidían en una mala organización que ya los tenía agotados. Otros más se consolaban diciendo “¡vale la pena! ¡sí avanza!”. Esas filas, sin duda, las alimentaba la esperanza.

Las autoridades capitalinas dispusieron de autobuses gratuitos para que llegaran los vecinos desde El Judío, El Tanque, San Bernabé, Tierra Unida o San Jerónimo, y luego los regresaran. Otros más llegaron en sus propios autos o en taxi. Es cierto que esta forma de vacunar permite no hacer diferencia de clases, es una fila que iguala a todos.

Ya en el ingreso, a la puertas del estadio, podía verse a algunos miembros de la Marina y más adentro, el personal de salud y los llamados Servidores de la Nación.

“Hay que fijarse qué le ponen a uno. Fíjate bien en la jeringa, te pones los lentes, y ya que te la pongan, que te la enseñen vacía”, le recomendaba Isabel a su padre, un hombre de cuerpo cansado, antes de entrar solo a la zona de vacunación.

“¿Desconfías que no se la pongan?, se le pregunta.

“Mejor no quedar con la duda”, responde Isabel sonriendo.

Adentro se escucha la música mexicana, una mujer canta y anima a los adultos mayores, quienes esta vez no se paran a bailar, más bien descansan en las sillas bajo, por fin, una carpa. Les reparten una bolsa con alegría, una fruta y más agua. Por momentos se escucha una grabación con las recomendaciones médicas tras la inoculación.

El procedimiento cambió significativamente. Ahora el personal de salud muestra la vacuna al paciente y también la jeringa llena, y luego vacía.

Han pasado poco más de dos horas desde la llegada de las citas del medio día, la afluencia no para y la unifila ya da 11 vueltas en el estacionamiento universitario, debe acumular casi kilómetro y medio de recorrido.

Los adultos mayores que salen vacunados, a diferencia de la primera dosis aplicada en febrero, se les nota el rostro cansado, pero contentos. Y todos, absolutamente todos, dan las gracias antes de partir.