Cinco generaciones

24 de Abril de 2024

María Idalia Gómez
María Idalia Gómez

Cinco generaciones

maria idalia gomez

Una niña, de apenas siete años, todos los días se sube a un enorme banco que le permite ponerse por encima de la estufa y cocinar para sus hermanos. Se llama Dolores Izazaga y en realidad no sabe bien a bien preparar la comida, medio aprendió viendo a su madre María, pero ahora ella debe trabajar porque su esposo, Leopoldo, murió de una de esas enfermedades sencillas, pero que en la época prerrevolucionaria no tenían cura.

Lola, como la llaman de cariño, era la mayor de cinco hermanos y además de cocinar debía hacerse cargo de limpiar la casa y cuidar de los pequeños. Era la forma de apoyar a otra mujer, su madre.

Ella sólo pudo estudiar primaria, aunque le hubiera gustado continuar, pero a inicios de 1910 era muy difícil pensar en ello. No sólo porque era un pueblo, el de Taretan, Michoacán, y pocas alternativas había, sino porque las mujeres cumplían roles muy específicos, casarse muy jóvenes, atender la casa, tener hijos (todos los que lleguen), usar vestido y que sea con estilo, y atender al esposo en lo que fuera necesario. No era fácil tener voz, mucho menos ser escuchada. Más bien discreta y callada.

Pero Dolores fue rebelde y sin romper abruptamente con lo que se esperaba de ella se casó mayor, leyó bastante, escribió algo de poesía y hasta salió a apoyar la nacionalización del petróleo que consumó el entonces presidente Lázaro Cárdenas, a quien conocía desde que era caballerango. Fue siempre liberal, pues una parte de su familia lo era, como El Insurgente José María Izazaga, pero ella por ser mujer no siempre podía actuar abiertamente.

Esa es la primera imagen de lucha y fuerza que tengo de vida, la de esas dos mujeres, María Orozco y su hija Dolores.

Un día escuché a mi madre, Magdalena, decir que el primer momento de liberación en su vida fue poder usar pantalón. Era 1968 y poco a poco se extendía su uso en México, pero no era bien visto, más bien criticado.

Era un México muy conservador, pero las Olimpiadas, con la presencia de centenares de extranjeros que ya usaban ropa más informal, aceleró su uso. Por varias semanas en las preparatorias y universidades a las mujeres que vestían pantalón les chiflaron, pero pronto se hizo cotidiano. ¿Por qué fue liberador? Porque las mujeres entonces se sintieron menos expuestas a las miradas, toqueteos u otros abusos de los hombres.

Son tan sólo 50 años atrás y entonces la mujer era considerada alguien que valía menos, que sabía menos, que debía hacerse cargo de todo en casa y, si era necesario, trabajar. Era muy fuerte y capaz, pero su lugar era marginal.

Cada día, cuenta mi madre, había que cuidarse en la calle, había que demostrar que no era un adorno y que su trabajo valía, aunque les pagaran menos que a los hombres. Era demasiado común el maltrato físico o intelectual. Había que tolerar el alcoholismo masculino, ser abandonadas con hijos o que ellos tuvieran muchas mujeres. Era imposible un divorcio, era una deshonra ser madre soltera o embarazarse antes del matrimonio y muy mal vista la protesta. Seguían siendo objetos, pero a la vez debían mantener la santidad.

Mi madre junto con sus hermanas fueron bisagra de la puerta que a su vez, su madre y abuela comenzaron a abrir. Su batalla fue tremenda, simbólica y crucial. Luego nosotras, las generaciones que seguimos, nos lanzamos a empujar ese portón, a veces parecía inamovible, a veces pesado y a veces lo pateamos con ayuda de esos hombres que también comenzaron a cambiar.

El #8M fui a cubrir la marcha como periodista. Por primera vez me acompañó mi madre a una cobertura y también fueron mis primas y sobrinas y mis grandes amigas. No lo sabía antes, me di cuenta entonces, cuando estuvimos allí y éramos tantas, diferentes e iguales, que este domingo se abrió la puerta y la tumbaron las jóvenes que se han plantado y no están dispuestas a conceder. Y nosotras detrás de ellas y con nosotras nuestras madres, pero también, junto a todas nosotras, hombres que quieren estar.

Así nos crecieron alas.

“Que tiemble el Estado, los cielos, las calles. Que tiemblen los jueces y los judiciales. Hoy a las mujeres nos quitan la calma. Nos sembraron miedo, nos crecieron alas.

“Cantamos sin miedo, pedimos justicia. Gritamos por cada desaparecida. Que resuene fuerte: ¡Nos queremos vivas! Que caiga con fuerza el feminicida… Yo todo lo incendio, yo todo lo rompo. Si un día algún fulano te apaga los ojos. Ya nada me calla, ya todo me sobra. Si tocan a una, respondemos todas. Por todas… Soy la madre que ahora llora por sus muertas. Y soy esta que te hará pagar las cuentas. ¡Justicia! ¡Justicia! ¡Justicia!”. Canción sin Miedo de Vivir Quintana.