Hibris trumpeana

16 de Abril de 2024

Juan Antonio Le Clercq
Juan Antonio Le Clercq

Hibris trumpeana

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Nadie esperaba que una presidencia encabezada por Donald Trump se caracterizara por congruencia y sentido común, pero en sólo seis meses ha alcanzado niveles de absurdo político absolutamente sorprendentes. Lo que toma otra dimensión si recordamos que estamos hablando de la primera potencia mundial y los niveles impredecibles de riesgo que esto involucra para la comunidad internacional. Cada día que pasa aumenta la suma de ocurrencias y dislates del gobierno de Trump, sean tuits impulsivos, declaraciones incongruentes de su equipo, gestos frívolos durante giras de trabajo o acusaciones relacionadas con la trama rusa o conflictos de interés. Por momentos estamos ante una mala parodia de las peores temporadas de House of Cards, lo que ya dice mucho. Camino que al parecer los políticos ingleses pos Brexit están decididos a seguir también. No se trata únicamente de la polémica agenda pública que ha impulsado Trump, a final de cuentas la política involucra disputas y conflictos sobre el sentido y alcance de las políticas públicas. Lo que tendría que inquietar a la clase política y a los líderes sociales en Estados Unidos son las señales delirantes que envían los actos y declaraciones de su presidente y que se han traducido en un debate permanente sobre su estado mental y capacidad para gobernar, algo que se refuerza cotidianamente con la publicación de artículos y opiniones especializadas en el mismo sentido. Algo está muy mal cuando la conversación pública sobre un Jefe de Estado comienza a tomar forma de análisis de expediente clínico. La comparecencia de James Comey, exdirector del FBI, ante el Senado estadunidense, puso sobre la mesa, lo que al parecer son las características políticas distintivas centrales de su presidente: tendencia a la mentira reiterada y demanda de lealtad personal por encima de las obligaciones institucionales. También videnció hasta qué punto están dispuestos los líderes republicanos a dejar hacer-dejar pasar mientras esto les permita sacar adelante su agenda política y el estado de sumisión de su equipo cercano, siempre listo y dispuesto para justificar y alabar a un líder tan caótico como intolerante a la crítica. Trump no es el primer poderoso en gobernar con síntomas de enfermedad física y mental o en padecer la hibris, esa patología que lleva a gobernantes embriagados de poder al autoengaño sobre su lugar en el mundo y entre el resto de los mortales, a perder cualquier sentido de la realidad y de control sobre sus impulsos y, que en la desmesura de la vanidad, los lleva a despreciar a todos a su alrededor al considerarlos inferiores. Tal vez sea el primer gobernante que alcanza el poder abiertamente gracias a la hibris, a la exhibición sin tapujos de su narcisismo y delirios de superioridad. Lo que es indudable, es que para un líder político enfermo de hibris se mantenga en el poder, requiere del acompañamiento del pensamiento de grupo, del respaldo de seguidores y servidores que aplauden y repiten lo que hace y dice el líder, que replican y celebran acríticamente decisiones irracionales y que terminan persiguiendo como enemigo irreconciliable a quien tiene la osadía de levantar la voz en contra. Es difícil prever hacia dónde arrastrará a Estados Unidos la hibris trumpeana. Posiblemente desaparezca Trump en algunos meses gracias a la figura del Impeachment, tal vez continúe y se perpetúe en el poder gracias al apoyo de sus fieles y a la complicidad de una parte de la clase política. Para nuestro país representa una advertencia que no puede ignorarse, una amenaza permanente a pesar de su carácter impredecible. Como advirtió Merkel con tarro de cerveza en la mano, tenemos que asumir que no será posible confiar en las señales y decisiones que vendrán de Estados Unidos en los próximos años y, por lo mismo, debemos asumir la responsabilidad de luchar por nuestro propio destino y la obligación de tomar las decisiones de política nacional e internacional necesarias para proteger nuestros intereses. ¿Lo entenderá esta vez nuestra clase política o seguirá atrapada en sus propios círculos de irresponsabilidad y pactos de impunidad?