Normalizando la degradación

24 de Abril de 2024

Juan Antonio Le Clercq
Juan Antonio Le Clercq

Normalizando la degradación

En una breve nota publicada en 1995 al respecto del continuo declive en recursos marinos y su impacto en el volumen de captura de peces, el biólogo Daniel Pauly formuló el concepto del “síndrome de líneas de base cambiante”, para explicar la adaptación de las pesquerías ante el deterioro gradual experimentado y la forma en que se ajustaba con el tiempo su percepción sobre el volumen de la pesca y el tamaño de los ejemplares capturados.

Este concepto es retomado por David Farrier en su libro Huellas, para explicar que los seres humanos asumimos como un hecho normal el que la biomasa de especies salvajes se reduzca a alrededor de 3% de los mamíferos terrestres existentes. No actuamos ante la destrucción del mundo natural porque partimos de que lo que ocurre en la actualidad es un proceso normal solo porque hoy así se expresa.

El concepto de síndrome de líneas de base cambiante tiene algunas repercusiones profundamente perturbadoras para comprender el riesgo, la vulnerabilidad y la capacidad de cambio. Permite entender las consecuencias destructivas de la idea de normalización, el asumir que actos o eventos que provocan degradación o inseguridad, se representan como fenómenos habituales o inevitables, que no se pueden alterar porque así son las cosas.

Los procesos de rendimiento decreciente y degeneración institucional se integran entonces como parte de la vida cotidiana y, al normalizarlos, se desconecta el presente de lo que tenía lugar en otros tiempos. Aceptar la degradación ambiental o social como algo normal, imposibilita comparar niveles de destrucción, degeneración o decadencia entre distintos tiempos y niveles de desempeño.

El concepto advierte que las comunidades humanas son resilientes a la degeneración o los rendimientos decrecientes y, por lo mismo, pueden adaptarse gradualmente a peores situaciones o mayores niveles de vulnerabilidad, hasta que se alcanza un punto insostenible. La combinación de normalización del deterioro gradual y el adaptarse a malos resultados, imposibilita la reacción social para exigir o promover el cambio transformador.

Si bien esta idea surge de la biología, tiene mucho que decirnos al respecto de la crisis de inseguridad y violencia que enfrenta nuestro país. Cada determinado tiempo, discutimos la disminución de la tasa de homicidios, incidencia delictiva, niveles de victimización o grados de impunidad desde la lógica del síndrome de las líneas de base cambiantes, asumiendo como punto de partida pequeñas fluctuaciones en comparación de lo que ha ocurrido en el pasado inmediato para normalizar en el camino tasas inadmisiblemente altas de violencia, inseguridad o impunidad.

Para que tenga algún sentido hablar de disminución de la violencia, la inseguridad o la impunidad, se requiere definir una línea base desde la cual tenga sentido comparar niveles de desempeño, un punto de referencia que distinga niveles de mejor y peor desempeño y no suponga solo contraponer niveles de desempeño ineficientes y pequeñas variaciones en una línea cambiante y ascendente de degradación.

La doble tragedia de la crisis de violencia que enfrenta nuestro país, es que la violencia, la inseguridad o la impunidad ocurre en grados muy altos, pero al mismo tiempo se normalizan los eventos o expresiones cotidianas con que se expresa esta crisis, como las cifras de homicidios, las desapariciones, el descubrimiento de fosas clandestinas o campos de exterminio, los feminicidios, los ataques a periodistas y activistas de derechos humanos, los escándalos interminables de corrupción. Mientras sigamos entendiendo estos fenómenos desde el síndrome de las líneas de bases cambiantes y aceptemos como normal lo inadmisible, no habrá forma de contener estos eventos destructivos y aspirar a una mejor calidad de vida pública.

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