El círculo rojo

19 de Abril de 2024

J. S Zolliker
J. S Zolliker

El círculo rojo

js zolliker

El circulo rojo de Vissariónovich era un grupo muy pequeño y discreto, compuesto por sólo cuatro íntimos y leales colaboradores con quienes el dictador consultaba e implementaba sus decisiones más osadas y delicadas. Les llamaremos para fines útiles de ésta narrativa ficción: Beria, Malenkov, Jrushchov y Bulganin.

–Tengo temor de no terminar; de no cumplir mi misión. –les confesó decaído. –El mundo está a punto de caer en una gran recesión económica y yo contaba con un escenario más favorable.

–¡Pero si estás lleno de vida! –replicó Bulganin, sorprendido, porque nunca le había escuchado una declaración similar que demostrara algún grado de debilidad.

–No te preocupes –agregó Malenkov, regordete, saboreando con la vista la comida–, las fuerzas armadas te respaldan.

–Por si fuera poco, se nos viene la peste esa –agregó con frustración mientras, trabajoso, se ponía de pie y con un trozo de chicharrón, cuchareaba algo de guacamole. –Eso dejará a mucha gente sin empleo y sin taco en la mesa, no votan.

–Es poco tiempo para realizar una transformación tan profunda –justificó Jrushchov, siempre pensando en la sucesión e intentando inyectar en los otros, la idea de que habría que cerrar filas torno suyo, como natural sucesor.

–Quizás es tiempo de detenernos un poco y…

–Quizás todo lo contrario –se atrevió a interrumpirlo Beria, el más íntimo de todos. –Es tiempo de una gran transformación y sacudidas históricas requieren de sacrificios históricos. Vamos en un duelo contra el tiempo y el capitalismo, sin duda. Y quizás es tiempo no de detenernos sino de acelerar a fondo. – dijo mientras Malenkov intentaba con poco éxito, disimular el gozo que le producía imaginarse el pozole que se zamparía más adelante.

–¿A qué te refieres? –preguntó él, casi tartamudeando y con gran sorpresa e interés.

–La peste es una oportunidad por donde se vea.

–¡Morirán miles! –exclamó Bulganin.

–Casi todas, personas mayores o con enfermedades crónicas, gente del pueblo que ya no generará nada más que problemas y que ya está condenada a morir sin remedio. Si perecen ahora, nos ahorrarán años de mantenerlos con tratamientos muy costosos, sin mencionar años de pensiones. –dijo Beria con frialdad.

–El camarada Beria tiene razón: cremar un cadáver, cuesta nada comparado con mantener a un puerco una década –apuntó Jrushchov mirando de reojo a Malenkov. –Además –pronosticó– mientras el pueblo llora a sus muertos, podemos por fin terminar con el órgano electoral que nos impide prolongar nuestro proyecto de nación.

–¡Pero son miles! –chilló Bulganin.

–Menos bocas que alimentar, menos empleos que crear –reiteró Beria.

–Eso es cierto –meditó Bulganin en voz alta –menos gente, menos opositores.

Él se levantó y se puso a caminar alrededor de la gran sala donde se encontraban reunidos al resguardo de cualquier oído indiscreto y los demás, conociendo ya de sobra la rutina, guardaron silencio mientras decidía.

–Quizás tengan razón –finalizó–. No cabe duda que la peste nos cayó como anillo al dedo… Siempre será más fácil remar si el bote va ligero, ¿no es cierto?