El mensaje diplomático

24 de Abril de 2024

J. S Zolliker
J. S Zolliker

El mensaje diplomático

js zolliker

Muy entrada la noche lo despertó un extraño, desconocido, repiqueteo de teléfono. Abrió los ojos y se incorporó lo más rápido que pudo. Se tardó en reconocer la suite del hotel donde se encontraba. Le estorbaron la barriga y la tiesa espalda.

Con trabajos, encendió la lámpara del buró y encontró ahí, el aparato por el cual lo llamaban.

Entonces se dio cuenta que el corazón acelerado, le retumbaba en el pecho. No podía tratarse de un error, sus colaboradores sabían que no debían despertarlo salvo una emergencia mayor y los militares que viajan con él, siempre se aseguran de aclararle al hospedaje sede, sus protocolos tan particulares.

–¿Qué pasó? –preguntó con el pulso batiente en el cuello y sin poder controlar el tono de voz algo enfadado.

–Perdón por la hora, sé que estabas dormido, pero tenemos un problema…

–¿Cuál? –preguntó después de aclararse la garganta. –Sí, dime, ¿qué hay? –insistió en su pregunta mientras levantaba un poco más la voz y avispaba los sentidos. De inmediato, por su mente transcurrieron varias posibilidades, como un grave terremoto, una inundación, un enfrentamiento encarnizado entre cárteles y la Guardia Nacional o peor aún, un levantamiento armado en su contra. No fue nada de eso. Miró la hora en el combo de radio y reloj digital que tenía en su habitación. Calculó que en cuatro horas más habría de bañarse para desayunar y luego asistir a algunos actos protocolarios. Si no mal recuerda, un acto oficial en una casa que alguna vez fue un club de ricos y algunas otras reuniones oficiales como parte de su gira por Centroamérica y el Caribe. Pero lo que le restaba de tiempo, ya no podría volver a conciliar el sueño.

Recuerda que hace poco estuvo con el embajador en Veracruz y no leyó en él, ni en su comitiva, nada anormal. Habían inaugurado juntos una planta cervecera que primero ordenó su gobierno cancelar en Mexicali, pero que con mucha astucia y algo de pragmática simulación, fuera de la mirada y el escrutinio público, logró compensar y llevar a cabo en otra localidad. Después de la ceremonia que no publicitó demasiado, platicaron un largo rato y aquel funcionario norteamericano incluso le había mostrado su simpatía personal y le había reiterado la anuencia de su gobierno ante la obra del Istmo de Tehuantepec. ¿Qué pasó entonces?

Mandó despertar a su equipo más cercano, el círculo inmediato, el pequeño grupo de real confianza. Ordenó que le preparan café de cápsula en su habitación y con el líquido, apuró sus pastillas. A todos se les notaba la preocupación en la cara y alguno aún apestaba a trago trasnochado. Les platicó que le llamaron para avisarle que su hijo mayor tenía activa una investigación por la DEA, la temible agencia antidrogas norteamericana, y que era probable que en unas horas lo arrestaran en su domicilio en Texas. Les pidió analizar la situación. Conversaron con agudeza, compartieron ideas, apreciaciones, escenarios y llegó a una conclusión inevitable: todo aquello era un mensaje para él y tendría que contestarlo.

Despachó a todos, ojalá y puedan dormir un rato, pero se quedó con dos personas, uno de los cuales era el encargado de las relaciones entre ambas naciones. “Manda una nota al embajador para que le diga a su jefe que yo me sereno, le bajo y retrocedo mientras él no siga adelante”. “Y tú”, le dijo a la otra persona, blandiéndole el dedo índice en la cara, “ve mirando a ver cómo las próximas semanas lo sacamos de ahí y que se vaya a vivir a otro lado. No le hace si tiene que divorciarse... A Cuba si es posible o a Rusia de ser necesario”.

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