Historias de asaltos

25 de Abril de 2024

J. S Zolliker
J. S Zolliker

Historias de asaltos

js zolliker

Se manifiesta lluviosa la tarde y el ánimo fatigoso; normal para esta época del año del coronavirus y para sus más de cien días de encierro en casa. Se añoran los tiempos pujantes –que ahora se miran tan lejanos– llenos de actividades y expectativas, el gozo del espacio público y las convivencias con colegas, amigos y familia. El pensamiento se interrumpe con un dejo de culpa: hay que dar gracias por las bendiciones, aunque sean pocas.

Ella mira y cuenta las gotas resbalar por la ventana de su cocina y piensa en todos los que no tienen techo. Hay gente muriendo por un mal desconocido, otros quedándose sin trabajo ni sustento; cuando menos, salud tienen y gracias a la tecnología, en su hogar han podido mantener un ingreso. Si esto hubiera pasado hace un par de décadas, las muertes serían tantas más y las quiebras económicas peores; al menos hay compras de comida por internet, videoconfencias, empleo desde casa, clases, y hasta ilimitadas series de TV.

Un grito cruza la estancia. Es un alarido que le corroe. No sabe si por repleción centenaria o por aversión al timbre natural de la voz de su hija mayor al que de pronto, se le suman en coro el de las otras dos: ¡otra vez sin internet, ma! ¡Estoy harta, ma! ¡No puede ser, ma! ¡Mis amigas sí salen, ma! ¡Ni música puedo escuchar, ma! ¡Nada funciona en esta casa, ma! ¡Haz algo, ma!

Fastidiada, les ordena el silencio. Son la generación de la impaciencia y del rigor de lo inmediato. ¿Ya revisaron el guai-fai? La menor, torna los ojos. Respira profundo y decide aprovechar para educar. Resuélvanlo que no les voy a durar toda la vida para complacerles sus deseos, sus majestades, y satisfecha, observa que aquella pequeña es zanjada: abre el cajón y después de buscar, consigue la hoja de contrato del proveedor de servicio de internet. Intenta llamar pero el teléfono de casa no sirve. Vale, te ayudo.

Por el celular, marca. Tardan un poco en atender y cuando lo hacen, le avisan que hay algunos problemas técnicos por el clima y zona, así que le han levantado un reporte. Se estresa. Cuando el distanciamiento físico es obligado, el servicio de internet es lo único que permite el acercamiento social y la paz entre las tres adolescentes. Piensa en decirles que mientras lo arreglan, lean un libro, pero la semana pasada aquellas palabras fueron detonantes del subsecuente fiasco.

Cosa de diez minutos y timbran. Que vienen a revisar el internet, ma. ¡Qué suerte! ¡Mira qué buen servicio! ¡Qué rápidos!

Las amarraron con cinta adhesiva gris. Se llevaron todo lo de valor, incluidas televisiones, joyas, laptops, carteras, pasaportes y carros. Entraron dos, uniformados y con cubrebocas. Amables y educados. Mostraron una orden de atención que porque de la central les avisaron. Parecieron trabajar en el modem, uno dijo que revisaría por fuera y ahí dejó entrar al resto de la banda, que incluía mujeres y niños. No han sido las únicas víctimas, después se han enterado. Aquellos desconectan el teléfono y luego roban; ya van varios casos. El entorno social está descompuesto y la autoridad, incompetente y rebasada. La inseguridad arrecia y nos llenamos de historias de asaltos. Hay que tener cuidado.