La crisis que viene

20 de Abril de 2024

J. S Zolliker
J. S Zolliker

La crisis que viene

js zolliker

Es fierrero. Se llama Hilario Palomo y estudió hasta tercero de primaria. Tiene 26 años, dos hijas chicas y una esposa que hasta hace meses era muchacha de entrada por salida en la ciudad, pero a quien mandaron a descansar porque sus patrones no querían que se fuera a contagiar del coronavirus ese. Un ingreso menos y una boca más, porque cuando trabajaba, al menos le tocaba desayunar y comer en el empleo.

Hilario va en su tercer trasbordo en un camión rumbo a su casa, que le toma como cuatro horas de camino. Tenía varios meses sin ir porque estaba trabajando en una obra pública, pero con la emergencia sanitaria, sus jefes también lo mandaron a descansar sin sueldo, pero indefinidamente.

Conforme se aleja de la ciudad, su preocupación crece desbocada. Antes, mientras almorzaba unos tacos de suadero, vio al Presidente en la tele decir que todo está bien, pero el paisaje lo contradice a gritos donde antes habían surcos: donde se suele sembrar no hay nada. Nada y ya estamos entrando en mayo. No hay milpas, sino pasto. No hay plantas, sino polvo.

Al llegar por fin a casa, su hija mayor corre a su encuentro. Le abraza la pierna y él le da tres palmaditas en la espalda. Con la esposa se saluda con la mirada. Cada uno nota la preocupación del otro. ¿Y mi ‘apá?, pregunta sin rodeos. Con un rápido ademán con la barbilla, ella le señala la calle y él entiende que salió a realizar sus labores en el comisariato hacia donde se enfila después de dejar su morral en la entrada.

Su pueblo es pequeño. Tiene menos de setecientas casas y algunas de ellas, aún son de una recámara y tienen piso de tierra. Mientras camina y mira a los perros tomar siesta bajo la sombra de un árbol, vuelve a sentirse invadido por esa intranquilidad que le avisa desde las tripas, que las cosas no estarán bien este año. Y es que apenas hay dos o tres terrenitos que asoman brotes de maíz.

Frente a una vieja bodega de puertas cerradas coronadas con una manta que reza “precios de garantía”, está reunido su padre y la asamblea ejidal. La mayoría dicen que no ven cómo van a sembrar nada. Subió el precio del maíz y está imposible pagar el abono que subió como lumbre. Alguien dijo que fue a ver a un licenciado del gobierno, pero que no los pueden ayudar, que no hay recursos. Parece que no entienden que, si no hay grandes productores, sólo queda un campo pequeño y fragmentado que sobrevive gracias a que le meten dinero los miembros de la familia que ganan trabajando en otros lados. Y todos, andan involuntariamente, desempleados.

Se arrepiente de haber votado por este gobierno que no sabe distinguir los ideales de lo necesario y de lo urgente. ¿Quién come gasolina?, pregunta enojado su compadre, conociendo ni manejar saben. No cabe duda de que sí se puede estar peor que antes, piensa. Teme que venga el hambre cruel y que a muchos no les alcanzará ni para pagar la luz, no se hable ya de sus préstamos y créditos. El más viejo dice que por eso los chamacos andan en malos pasos. Asiente. Su mujer y él, como sea, piensa, tienen algunas gallinas. Podrán comer huevos hasta que se las roben o se harten y un día y se las coman con mole. Y entonces sí, a ver diacomo nos toca en la crisis que viene.