La extraña historia de Irina

18 de Abril de 2024

J. S Zolliker
J. S Zolliker

La extraña historia de Irina

Desde hacía tiempo queríamos alejarnos de todo; necesitábamos una semana de desintoxicación tecnológica y digital. Por eso buscamos en Airbnb y encontramos una hermosa y enorme cabaña en medio de un bosque en la que no había electricidad ni señal de celulares (que dejamos en la guantera del auto) ni teléfono y prometimos no llevar nada que no fuera ropa, comida y un buen libro.

El listado en la aplicación era reciente, no tenía reseñas ni calificaciones, pero el precio era sumamente accesible y prometía completo reembolso en caso de insatisfacción. Decidí arriesgarme, así que para sorprender a mi novio eché mano de mis ahorros e hice el depósito por Paypal.

El viernes que llegamos la pasamos estupendo. Caminamos, disfrutamos de los paisajes, volvimos y nos asoleamos junto al lago, recolectamos madera y al atardecer encendimos la chimenea. Bebimos un poco, hicimos el amor y nos quedamos plácidamente dormidos sobre una gruesa alfombra de piel de animal.

Me desperté llorando a las 11:11 de la noche. Me acuerdo porque mi primera reacción fue mirar el reloj para cerciorarme que estaba consciente. Mi novio me tranquilizó camino a la cama: “Tuviste una pesadilla. Respira profundo y volvamos a dormir”. Pero no pude pegar ojo en toda la noche.

Mi sueño era muy vívido. Estaba en el quirófano de un hospital y veía todo en cámara lenta: el personal, el material quirúrgico, una herida donde habían colocado una prótesis de reemplazo de cadera. Estaban por terminar la sutura. El anestesista brincó de su asiento y los monitores comenzaron a chillar. “Lo estamos perdiendo”, gritó el médico. Desfibrilador, medicamentos. No se pudo hacer nada. Le quitaron la máscara de oxígeno. Era mi abuelo.

Temprano, mi novio accedió a llevarme a una pequeña tienda en un poblado cercano para que llamara a casa y me tranquilizara. Después de pagarle en efectivo a la encargada, marqué al celular de mi madre. Estaba llorando. Mi abuelo se había fracturado la cadera en el baño, lo operaron y falleció por “complicaciones quirúrgicas” a las 11:11 de la noche. Comencé a llorar desconsoladamente y colgué. Mi novio se disculpó con la señora y le explicó lo sucedido.

“Mierda”, dijo.

“No se estarán hospedando en la vieja cabaña por el lago, ¿verdad?” Nos comentó que pertenece a un genio de la lingüística, la filología y la historia que fue apresado por embalsamar y momificar cadáveres de niñas, a quienes después vestía y maquillaba como muñecas, creyendo que podía revivirlas por medio de su vasto conocimiento de magia celta y de su colección de más de 66 mil libros de ocultismo. Habían desenterrado 27 niñas, pero sólo encontraron 26 cadáveres en su hogar. “Cada vez que algún incauto cae en esa casa muere alguien cercano”.

Sobra decir que después de los funerales del abuelo, busqué la propiedad en la plataforma digital. Ya no estaba. Pero pude rastrear un correo por su dirección IP y esta apuntaba hacia un hospital psiquiátrico, donde estaba preso un hombre acusado de crear muñecas momificadas “porque quería tener una heredera”. En internet dicen que por las noches, grita que requiere de almas para mantener vivo el cuerpo de su “hijita” ¿Por qué a mí, carajo? ¿¡Por qué!?