Ya nada es normal

20 de Abril de 2024

J. S Zolliker
J. S Zolliker

Ya nada es normal

js zolliker

Es domingo y desde temprano el cielo se muestra azul y despejado. La temperatura pinta agradable y se antoja salir, hacer algo al aire libre, como un día de campo. Su compañera, a quien le admira que siempre toma la iniciativa, rápidamente organiza el plan con los Hernández; una pareja con dos niños de la edad de los suyos, con la que han entablado una amistad entrañable. A medio día, parten todos hacia el parque La Marquesa, que se encuentra a 20 minutos de la ciudad, rumbo a Toluca.

Al llegar a su destino estacionan los autos y caminan hacia la zona arbolada. Un poco más adentro se encuentra una zona despejada donde no suele haber demasiada gente; ideal para no tener que convivir con extraños y minimizar de paso el riesgo de contagio. En pleno llano, las mujeres buscan el punto ideal para montar el picnic y los niños de ambas familias echan a correr detrás de un balón, por lo que los dos hombres comienzan a platicar sobre las mismas trivialidades que tanto disfrutan y que evitan que piensen en los problemas cotidianos, como el desempleo, los desabastos y la escasez hasta de los mas comunes alimentos y medicamentos.

–¿Cómo viste a los Tomateros en la liga del Pacífico? ¿Qué tal las Águilas de República Dominicana en la serie del Caribe?

–No manches que ahí vienen esos güeyes –interrumpe Jesús Hernández con evidente preocupación, mientras con un discreto movimiento de cabeza, señala a lo lejos, a un grupo de uniformados que parecen encaminados hacia ellos.

–Tranquilo mi Chuy, vendrán a descansar un rato. ¿A poco crees que ellos no se cansan?

–No Pedro, algo quieren estos. Desde que pasamos la caseta vi clarito por el retrovisor cómo se arrancaron detrás de nosotros– alcanzó a decirle antes de que se apersonaran tres miembros de la Guardia Nacional.

Pedro, amigable, decide saludarlos y en respuesta, el agente líder con notable sequedad les pregunta si llevan bebidas alcohólicas. Ante la negativa, ordena a los subagentes armados que revisen las bolsas con comida y les solicita a ambos sus comprobantes del pago del peaje de la autopista. Jesús, conocedor de sus derechos, se niega a entregarlo:

–No hay ningún motivo para que aquí, fuera de la autopista, me pida ese documento.

–El motivo son mis huevos, ¿cómo ve?

Sobra decir toda la discusión que siguió y basta decir que casi se llevaron a Jesús detenido por cualquier excusa, de no ser porque Pedro dijo poder contactar a alguien en el gobierno que les sonó conocido. Aún así les extorsionaron con todo el dinero que traían (incluyendo las monedas) y hasta la comida se llevaron por “multa administrativa”.

–Miserables –musita mientras emprenden el camino de regreso a su departamento. Intenta no transmitir el miedo que siente a sus hijos, quienes lo inundan con preguntas incrédulas. No sabe como explicarles que por culpa del gobierno, los militares ahora son dueños y señores de los puertos, aeropuertos, caminos, carreteras y zonas federales, y los ciudadanos comunes como ellos están completamente desamparados. Estamos en ese punto, medita en silencio, en que todo lo que prometieron que no pasaría, como convertir al país en un estado sin derechos con pillos en puestos públicos peor que antes, está sucediendo en todo momento, en cualquier lugar y a cada rato. Ya nada es normal, piensa preocupado. Todo esto se está convirtiendo muy rápidamente en lo cotidiano.