No tienen idea

20 de Abril de 2024

J. S Zolliker
J. S Zolliker

No tienen idea

@Zolliker

No tengo ganas de contar esto, pero lo haré, como se hacen muchas cosas en la vida, porque sí, porque es necesario que se sepa y porque puede ayudar a otras personas.

Seguro saben de esas aplicaciones de teléfono para postear fotos, ¿no es cierto? Seguro que las usan seguido. Yo, una usuaria regular.

Retratar a mis amigas, mis reuniones sociales, ahijados y sobrinos. También, debo aceptar, Tinder y Google Maps y GPS para lidiar mejor con el tráfico, otras de jueguitos para acomodar gemas y joyas, y las últimas son unas plataformas en las que haces retos y videos y hasta videorretos con música, coreografías y lo que se te ocurra. En fin, que me he suscrito a todo, según yo, para estar al pendiente de la moda, pero también para vigilar a mis hijos.

Después, y ya como inercia, descargué todos y cada uno de los recién liberados filtros de apps similares y como siempre no leí sus términos y condiciones y le di aceptar a todo para seguirme divirtiendo enormemente, viendo a cuál princesa me parecía, con qué animal tenía similitud, con qué personaje de caricatura tenía equivalencia y un largo, laaargo, etcétera.

¿Saben lo que hacen esas aplicaciones? No tienen idea… Es muy obvio, pero ya nos lo dicen nuestros abuelos de forma clara: nada, absolutamente nada, es gratis en esta vida. Nada. Exacto.

Todas esas aplicaciones por las que no pagamos un centavo no se han vuelto billonarias nada más porque la gente las usa. ¿Cómo pagan a sus empleados? ¿Las rentas? ¿Los billonarios directivos con los que cuentan? ¿Cómo pueden seguir creciendo en servidores y computadoras que nos den servicio ininterrumpido? ¿Unas monjas –esas que te cobran una radiografía al tres mil por ciento de lo que les cuestan– decidieron regalarles dinero para que nos vayamos todos al cielo? ¡Nah!

¿Ya entienden? Esas apps gratuitas ganan billones por lo que nosotros hacemos de ellas.

Y no se trata sólo de crear contenido y que consigan más suscriptores y más lectores. Tampoco se trata sólo de que nos vendan publicidad relacionada (seguro les ha pasado que mencionan o buscan que quieren comprar algo y a los días y les aparece en una de sus redes sociales), sino algo mucho más grave y complejo: en cada una de esas selfies y apps, además de darles acceso a todos los ángulos de nuestra cara (que les venden a los gobiernos y mafias), les hemos estado dando acceso a nuestras estampas biométricas más recónditas: las huellas de nuestros ojos, las digitales, las llaves de nuestra casa y hasta nuestra localización.

Nuestro reloj o pulsera hasta les dice cuántas veces late nuestro corazón cuando vemos a una persona atractiva y en qué lugar la encontramos, las probabilidades de que la volvamos a topar y las más de 250 personas con las que compartimos un Uber en solo un día.

No se engañen: con nuestros datos pueden localizarnos en cualquier momento –lo cual vale gorro porque no tenemos nada que ocultar–, pero pueden crear nuevas cuentas falsas en otras redes sociales y hasta votar cuando todo se vuelva electrónico-digital. ¿Y me preguntan por qué tengo miedo? Y aquí andamos, regalándoles todo para el futuro que ya llegó para que puedan usar en su matrix. No tienen idea.