ABenaco comenzaron a llegar dos mil personas por día, hasta superar las 300 mil. En poco tiempo se convirtió, a mediados de los años noventa, en el mayor campo de refugiados del mundo. Las organizaciones humanitarias, coordinadas por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), debieron acomodar a unos 17 kilómetros de la frontera entre Ruanda y Tanzania a mujeres, niños y adultos que huían del genocidio, a través del puente Rusomo.
El equipo de emergencia de ACNUR se había formado en pocos días. Uno de sus integrantes, Andrés Ramírez Silva, desde México tuvo que subirse a cinco aviones para llegar a Ngara, Tanzania, a 53 kilómetros de la frontera con Ruanda, e instalarse en cuestión de horas.
›Había sido entrenado para este tipo de emergencia en Ginebra, Suiza, pero “estaba acostumbrado a trabajar con indígenas de varias etnias mayas guatemaltecas, nunca con africanos; pero lo más diferente —cuenta— era la magnitud del campamento en Benaco, entonces el más grande del mundo”.
Primero se sintió extraño, pero pronto se conmovió por “la enorme energía de la gente por asentarse de manera organizada en el campamento”. En esos momentos Benaco se constituyó como el emblema de las organizaciones frente a las matanzas indiscriminadas. Era un lugar “donde el sufrimiento no es un cuento ficticio, es un drama real, una tragedia de dimensiones inenarrables”, pues en tan sólo 100 días, a partir de abril de 1994, el conflicto étnico entre hutus y tutsis, escaló a una tragedia en la que fueron asesinados 800 mil ruandeses.
Ramírez Silva, un hombre con mucha energía, pero cauto, de rostro apacible y sonrisa ligera, fue designado oficial de campo en Benaco, lo que lo hizo responsable de atender todas las necesidades de agua, vivienda, logística y hasta de cementerio que requirieron los ruandeses.
“Tienes que hacer todo el acopio de tu voluntad, de tu sensibilidad, de tu empatía, para tratar de entenderlos, de escucharlos para poderlos apoyar. Para mí es lo más importante porque no estaría en condiciones de dirigir sino bebí del abrevadero de los flujos, desde la base y de conocer a las personas”, recuerda Ramírez Silva. Pero lo hizo tan bien que su siguiente cargo fue el de coordinador de asistencia alimentaria en Ginebra.
Entre esos ríos de refugiados, Andrés Ramírez sufrió una transfiguración: su piel se hizo de cocodrilo, y ya no le asusta el número de personas por atender. Por eso, con ese temperamento templado, sereno, afable, el funcionario asegura a ejecentral que según sus cálculos a finales de 2019 llegarán poco más de 50 mil peticiones de refugio, una cifra nunca antes vista en México.
Es este mismo personaje —el que ha vivido algunos de los más crueles desplazamientos obligados de personas en el mundo, y que ahora es el coordinador general de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar)—, es quien advierte que la cantidad de refugiados que están llegando a México, aunque está creciendo, no alcanza las dimensiones de un conflicto interno, pero que puede convertirse en una crisis si las instituciones encargadas de atender el problema no cuentan con personal suficiente y capacitado ni presupuestos adecuados.
Y la realidad con la que se topó Andrés Ramírez al llegar a la Comar fue la de una institución casi colapsada, con sólo 100 funcionarios no especializados y sólo 20 millones de pesos de presupuesto. Sin embargo, calcula que necesita 100 personas más y seis veces más dinero.
“El tema es que es importante dotar a los órganos que tienen la responsabilidad de enfrentar la situación, el registrar, el entrevistar, el estudiar, analizar y resolver sobre el tema del reconocimiento de la condición de refugiado. Es a estos órganos a los que les corresponde esa competencia quienes tienen que estar en condiciones operativas para funcionar de manera adecuada, lo cual por tanto no representará una crisis.
›“Pero si estas instancias o estas instituciones tienen un presupuesto precario, o tienen un personal incapacitado, no competente, pues entonces sí se vuelve una crisis porque no tienes cómo resolver, no tienes cómo enfrentar de manera responsable y profesional un tema que en realidad no debería de ser motivo de una crisis”, afirma.
Este hombre que conoce perfectamente los flujos migratorios y los países de refugio, advierte algo más que puede ser muy peligroso para nuestro país: “Hay algunos que quisieran, en Estados Unidos, que sí juagáramos un rol y que entonces nadie solicitara la condición de refugiado en Estados Unidos. Y lo que pasa es que eso implicaría lo que se llama la famosa aplicación del tercer país seguro y México ha sido muy claro en rechazar esa posibilidad, porque con una acuerdo de tercer país seguro eso significaría que México tendría que, digamos, prohibir que las personas soliciten la condición de refugiado en los Estados Unidos. Y ahí sí sería una situación muy grave y sí sería a la encamina de volver a México un país tapón, pero eso dista de ocurrir porque las autoridades mexicanas han sido muy claras en rechazar esa posibilidad”.
El diagnóstico
La Comar no sólo requiere de un presupuesto de al menos 130 millones de pesos, también amerita una reingeniería interna que permita duplicar la cantidad del personal a 200 empleados y entrenarlos.
“Hay mucho por hacer. Todavía hay personal que hay que remplazar y que hay que capacitar muchísimo, pero ya estamos en ese plano”, explica el comisionado.
Al revisar el andamiaje institucional, Ramírez Silva se encontró con una estructura “débil, precaria y hasta cierto punto colapsada” que sólo integran 100 personas, pero que a diferencia de otros países, como Colombia o Perú, ha permitido manejar el crecimiento de solicitudes sin descontrol, como está ocurriendo en esos países latinoamericanos con la llegada de refugiados venezolanos.
Para cambiar la situación, el comisionado se está dando a la tarea de designar a nuevos directores de área que cumplan con el perfil: experiencia, sensibilidad, empatía y compromiso, y capacitarlos en los más altos estándares en San Remo o Ginebra. Pero además solicitó a Hacienda duplicar el número de plazas.
También reforzará la capacidad operativa de la Comar, para estar en condiciones no sólo de atender el desafío creciente en materia de protección, sino incluir altos estándares en el desempeño. En el pasado, añade, se trabajaba a destajo “en detrimento de la calidad de los procedimientos”.
“Si nosotros por estar con aquella ansiedad de aceleración extrema le reconocemos la condición de refugiado a una persona que era un delincuente, ahí estamos en un problema, porque entonces se sataniza el tema del refugiado, se nos hace una campaña en contra y se debilita la credibilidad de los genuinos refugiados. Pero aun es peor al revés: si nosotros en aras de la velocidad extrema resulta que rechazamos la condición de refugiado a quien genuinamente lo es, pues lo están deportando y su vida corre riesgo, a lo mejor lo matan. Y todo porque nosotros hicimos nuestro trabajo muy rápido”, apunta.
Otro de los retos es operar una Comisión que cuenta con 20.8 millones de pesos y que necesita seis oficinas. Este año sólo podrán abrir tres, una en Palenque, Chiapas; otra en Tijuana, Baja California, y la tercera en Monterrey, Nuevo León, gracias al apoyo de la ACNUR.
“Pensamos abrir prioritariamente en Palenque para desahogar un poco los casos de Tapachula, sobre todo que está rebasadísimo, porque es ahí donde llega casi todo mundo; en Tijuana que es un lugar donde las solicitudes son fuertes, después de Tapachula, Tenosique y Acayucan. De hecho, en Monterrey y Palenque muy probablemente empecemos a tener una pequeña presencia en las próximas semanas”, adelanta a ejecentral.
Para concretarlo la Comar suscribió un acuerdo con ACNUR y además está en vías de recibir una ampliación presupuestal por parte de la Secretaría de Gobernación. En suma, la Comisión podría allegarse de 103 millones de pesos adicionales en 2019.
¿Las otras tres oficinas para completar las seis que proyecta la Comar en qué ciudades serían?
—En Guadalajara y en Cancún, que es allá donde llega muchísimo venezolano, sobre todo por la vía del aeropuerto y además sería para cubrir toda la península de Yucatán; y la otra sería en Saltillo, porque ahí hay un programa de reubicación de la ACNUR y ellos nos han insistido en la importancia de que la Comar estuviera también presente ahí, y aprovecharía para cubrir el estado de Coahuila.
Problemas para las ciudades
A partir de 2013, el número de solicitantes de la condición de refugiado en México creció extraordinariamente. Desde entonces a la fecha no ha habido un zigzag ni altibajos, la cifra se duplicó cada año y muestra de ello es que en los primeros tres meses de este 2019 ya se superó en más de 1,155% la cantidad de solicitudes recibidas en todo 2013, que fue de mil 296, mientras que de enero a marzo pasados ya suman 16 mil 272.
En 2018, reconoce Ramírez Silva, la tendencia al alza no fue la excepción, pues se cerró con 29 mil 644 solicitantes, equivalente a un repunte de 102.7% en 2017; pese a esos números y la proyección de crecimiento al término de 2019, que se calcula en más de 50 mil solicitudes, para el principal encargado de atender dichas peticiones de protección eso “no es nada” y sostiene que esa cantidad no debe significar una crisis para el país.
Dos razones principales son las que da el titular de la Comar para sostener dicha afirmación: la primera, es el número de habitantes, pues 50 mil solicitudes para una población que ronda los 126 millones de habitantes, según la última actualización del Consejo Nacional de Población, “francamente es un porcentaje muy mínimo con relación a la población total del país”.
El dato. De los 29 mil 623 solicitantes de asilo en México en 2018, un total de 29.2% son mujeres, 12.5% niños y 11.4% niñas.
El otro elemento que debe tomarse en cuenta, para saber si es grave o no la situación que enfrenta el país, es la dimensión de su economía. Al respecto, apunta, “México está considerado en términos económicos como la treceava economía del mundo, entonces, para el PIB nacional y el ingreso per cápita del país, en realidad ese número sigue siendo muy pequeño”.
No obstante, el exfuncionario de la ACNUR reconoce que “es gravoso para determinados lugares pequeños en donde se concentra la población, o sea como país no es nada, pero si van y se concentran en Tapachula, bueno, ahí sí ya el peso de 50 mil es grande, porque además hay que entender que se juntan o se mezclan las corrientes de solicitantes de condición de refugiados con personas que no quieren solicitar esa condición porque son migrantes”.
Aunque por el momento en la sociedad mexicana no existe un rechazo generalizado por el arribo de extranjeros que piden refugio, Andrés Ramírez reconoce que el incremento en los casos podría derivar en un aumento en los ánimos de xenofobia y descontento.
“La gente es muy solidaria mientras que los números (de personas) sean pequeños, en la medida en que van creciendo el riesgo es mayor”; por tanto, destaca que “es importantísimo que haya proyectos también de desarrollo local, de inversión a nivel de las comunidades a fin de que se den cuenta que la llegada de los refugiados no representa una carga, sino un alivio, porque les puede traer consigo recursos adicionales por inversiones, en la infraestructura, en los caminos, en escuelas etc., que puede contribuir al bienestar de esa localidad y que no lo vean como un competencia por sus recursos, a veces escasos”.
¿En qué localidades se ha manifestado más esa situación?
—Tiende a ser mayor en ciertos sectores, en El Suchiate y en Tapachula, por ejemplo, porque llega ahí la mayor parte de gente; tiende a ser también en Tijuana, porque ahí se mezclan todos los tipos de categorías de personas; y la gente no tiene por qué ser experta, la mayoría no sabe la diferencia entre un refugiado y un migrante, un solicitante, un repatriado. Lo que sabe es que es gente de fuera y que presionan el mercado local”.
Para intentar contrarrestar los impactos adversos en las localidades, la Comar plantea desarrollar proyectos productivos para que se integren los refugiados. En este caso, por ejemplo, en Saltillo hay uno gestionando por ACNUR que contribuye a desahogar la presión que hay en las comunidades de la frontera sur.
›“Hacer ciertas inversiones a nivel de las comunidades locales porque eso contribuye también a ampliar la posibilidad de servicios públicos, y contribuir también a que la población local vea con buenos ojos, o cuando menos no con tan malos ojos, la llegada significativa, constante, recurrente de personas en cierta condición de protección internacional”, considera el coordinador.
A esto se debe sumar una campaña mediática que busque mitigar el efecto adverso de las acciones xenófobas. El objetivo, detalla, es hacer entender a la población que los refugiados buscan trabajar y contribuir con el país, y no “vienen a generar una situación de mayor crimen o de mayor inestabilidad en las comunidades”.
Pero, de continuar con esa tendencia y sin fortalecer a la Comar, ¿se pondría en mayores riesgos a la institución o derivar en una especie de crisis?
—Claro, sería ya una crisis de atención. El número (de 50 mil solicitantes) no es un gran número, sí está aumentando y por eso siempre trato de ver las cosas en su justa dimensión. Por un lado, sí detectar que va incrementando, no podemos cerrar los ojos y decir que es lo mismo, no, porque hoy en una semana llegan más personas a solicitar la condición de refugiado que lo que llegaba en todo el año de 2013.
Con un recorte de más de cinco millones ¿la comisión a su cargo cuenta con esa capacidad operativa?
Sí, el presupuesto de la Comar ha estado muy bajo, y esto puedo decirlo no solamente este año, sino los años anteriores. Y, obvio, tantas más personas van llegando, tanto más presupuesto se requiere; luego entonces lo más adecuado es que se incremente de manera significativa, porque de manera significativa están llegando las personas a ser atendidas. La Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados tiene no solamente una capacidad operativa limitada, sino que además tiene pocas oficinas”.
El perfil perfecto
Cuando se habla de refugiados centroamericanos, el director general de la Comar sabe de lo que se trata.
De julio de 1990 a 1994, la ACNUR lo envió como oficial de campo en Chiapas para atender a los guatemaltecos refugiados en México que superaron los 46 mil.
Es por eso que Ramírez Silva ya puede tener un perfil de las personas que solicitan refugio en México. Actualmente son 60 nacionalidades, pero desde 2013 hay tres que se repiten: la hondureña, salvadoreña y guatemalteca; y desde 2016 se sumaron otras dos, la venezolana y
en 2018, la nicaragüense.
Sin embargo, en 2019 se presentó un nuevo factor, se acentuó la distancia entre los hondureños y las demás nacionalidades.
De 16 mil 272 solicitudes recibidas hasta 50% son hondureños. “En segundo lugar, y aquí sí hay un cambio en la jerarquía, los que han llegado en los primeros cuatro meses del año son los salvadoreños y los venezolanos están en tercer lugar.Ahí sí hay que decir que entre el segundo y tercero están bastante distantes con respecto a los hondureños, pero cercanos entre ellos; y en cuarto lugar siguen siendo los guatemaltecos y el quinto lugar son los nicaragüenses”.
En términos del tipo de persona, refiere el titular de la Comar, el perfil mayoritario son hombres entre 30 y 50 años. Pero hay una diferenciación entre las nacionalidades, los venezolanos primordialmente pertenecen a la clase media, en tanto que los centroamericanos en su conjunto provienen de sectores populares, muchos de ellos comerciantes.
“Esto se explica por el hecho de que los venezolanos que llegan a México llegan en avión; los solicitantes que vienen del triángulo norte o de Nicaragua llegan por tierra; entonces, un venezolano de un estrato más popular normalmente fluye hacia Colombia, hacia Brasil, hacia los países circunvecinos”.
Una fácil integración
Una vez reconocidos como refugiados, las personas tienden a reproducir la lógica del migrante, es decir, buscan las ciudades del país con mayor potencial económico, expone el coordinador general de la Comar. “Hay mucha posibilidad hacia el norte. No es casual que este programa de reubicación del ACNUR sea en Saltillo, y no es casual porque ahí hay oportunidades de empleo, sabemos también de las maquiladoras en la zona fronteriza en donde hay muchísimos puestos de trabajo”.
En contraparte, los refugiados venezolanos tienden a presentar otro tipo de perfil, detalla Andrés Ramírez. “Mantienen muchos los lazos entre ellos por ser sectores de clase media, un tanto más estudiados, muchas veces con título profesional, tienen muchísima más participación en las redes, están muchos más comunicados e informados entre ellos, a diferencia de los otros sectores del triángulo norte o de la propia Nicaragua”.
Ante el envejecimiento de la base social mexicana, explica el sociólogo, los asilados, jóvenes en su mayoría, tienen mayor potencial para adaptarse a México. “Por ejemplo, los grandes proyectos de López Obrador, en lo que él le llama las murallas en el sur, pueden sí tener un sentido de absorción también de mano de obra, no sólo de mexicanos de las zonas sureñas, sino que además de personas provenientes de América Central y el propio Presidente lo ha dicho con toda claridad que habrá muchos interés en apoyar a personas que vengan de estos países para trabajar en los estados fronterizos en los proyectos del Transísmico, del Tren Maya, de la Refinería, de la Reforestación, etcétera”.