Renovarse o morir

24 de Abril de 2024

Antonio Cuéllar

Renovarse o morir

blanco

EJECENTRAL

¿No es acaso la falta de credibilidad o la falta de confianza en la clase política lo que más afecta la estabilidad de México? En la marcha de un proceso electoral y con miras al desarrollo de elecciones que permitirían la renovación de la clase política ¿Qué perfil personal, qué cualidades sociales, qué capacidad profesional deben tener los próximos candidatos? Nuestra sociedad, cada vez más participativa y claramente inconforme, debe asumir con seriedad la importancia de tales interrogantes ante la inminencia de un proceso que será totalmente novedoso y extraordinario, porque la elección de diputados, de presidentes municipales y de jefes delegacionales a lo largo del territorio nacional, resultará en la designación de servidores públicos que, por oposición a lo que ha sucedido hasta ahora, podrán reelegirse en su función pública hasta por una docena de años en total.

Pasa desapercibido el hecho de que las elecciones de este año serán totalmente distintas a las anteriores en función de los alcances de la reforma constitucional que, a partir de la legislatura entrante, o de la gobernanza municipal siguiente, permitirá la reelección de gobernantes, un mecanismo que surgió de un gran acuerdo político nacional incrustado en el Pacto por México con el firme propósito de alentar el mejoramiento de una democracia auténticamente participativa. En ese contexto y en mérito de este nuevo empoderamiento ciudadano ¿No deberíamos ser más críticos del proceso interno instaurado en cada partido político para elegir a sus candidatos?

Es este nuevo estado de cosas el que nos lleva a cuestionar la publicidad electoral y la intervención de personajes ajenos al quehacer público en la escena de lo político, a su deseo de convertirse en advenedizos gobernantes en momentos en los que claramente el país demanda talento, capacidad y experiencia en la resolución de problemas comunes.

¿Es verdad que Cuauhtémoc Blanco tenga la capacidad para ser un buen Presidente Municipal de Cuernavaca?, ¿Alejandro Camacho constituye de verdad un apto candidato para intervenir en la tribuna del legislativo? Sin negar en absoluto la muy destacada carrera futbolística o el carisma deportivo del primero, o la amplísima trayectoria y profesionalismo histriónico del segundo, me pregunto si de verdad pueden o no tener el perfil del candidato que la ciudadanía está esperando, o el de un servidor público que habrá de ser, ahora sí, sujeto a un escrutinio público que permitirá la recuperación de la confianza nacional, en un momento en el que las instituciones y quienes las ocupan, carecen de la necesaria legitimación para su desenvolvimiento.

El punto es que la respuesta no es fácil de encontrar, porque resultaría igualmente fácil destruir la deducción que arrojaría la contestación inmediata que cualquiera pudiera conceder a las interrogantes anteriores. Es verdad que los mexicanos demandan gobernantes preparados y con experiencia en el ámbito de la labor pública, pero bajo ningún motivo podría creerse que el elector quisiera conservar en el ejercicio de la función pública a una buena parte de la asentada clase política que hoy lo representa, por mucha experiencia que pudiera sumar en el ejercicio de la labor política.

El próximo proceso electoral constituye un momento crucial para que los partidos legitimen su necesaria intervención en la consolidación de una auténtica democracia, mediante la presentación de una nueva clase política en forma auténtica o con la depuración de la que hoy ostentan.

Todos estamos convencidos de la importancia que tiene para la economía nacional el combate efectivo a la inseguridad, o de la trascendencia que tiene para la estabilidad del sistema político la implementación de un sistema eficaz para combatir la corrupción, el problema ya no estriba en la identificación de la problemática que aqueja al país, sino en el diagnóstico del fenómeno que arrojan los acontecimientos históricos más recientes: el pueblo no cree ni confía más en su clase gobernante o, cuando menos, en una buena parte de ella (porque sería terriblemente injusto calificar a todos nuestros gobernantes con el mismo rasero).

Es esta conclusión la que debe llevarnos a alentar a los partidos políticos a ser sumamente acuciosos en los procesos para elegir a sus próximos candidatos. No se trata de la designación de personajes populares o con experiencia, de líderes sociales aplaudidos cuan inmorales sean sus demandas o planteamientos, sino de la movilización de ciudadanos capaces y auténticos, con probada honorabilidad y vocación de servicio público, sin importar del lugar del que provengan, lo que debe favorecerse en la conformación de las plataformas que habrán de conformar el universo de futuros dirigentes del país, porque la próxima elección no constituye el juego recurrente de reubicación de fichas en un inalterable tablero de ajedrez, se trata del salvamento de un sistema que, ante sí, sólo le queda la fórmula de renovarse o morir.