Museo o la búsqueda de identidad

17 de Abril de 2024

Alejandro Alemán
Alejandro Alemán

Museo o la búsqueda de identidad

alejandro aleman

Al inicio de Museo, la nueva cinta del director mexicano Alonso Ruizpalacios, un epígrafe advierte: “Esto es una réplica del original”. Y es que, aunque el argumento central de la cinta está basado en el robo ocurrido la Navidad de 1985, cuando un par de jóvenes sustrajeron 140 piezas del Museo Nacional de Antropología de la Ciudad de México, la película no pretende ser una recreación exacta de aquellos hechos. Como bien lo dice uno de los personajes: “¿Para qué echar a perder una buena historia con la verdad?”. Ya instalado completamente en su calidad de autor, Ruizpalacios ve en el llamado “robo del siglo” un campo fértil para desarrollar sus muy particulares obsesiones: el desencanto adolescente, el culto por la ciudad y la destrucción de mitos nacionales. México, 1985. Juan (Gael García) es un joven de clase media que vive en Ciudad Satélite con su familia. El padre de Juan es un prominente médico, mientras que él aún no logra titularse de la carrera de Veterinaria. Juan es un extranjero en su propia familia: el éxito de su padre y lo perfecto de su amorosa familia le causa tremenda frustración. Consigue un trabajo temporal en el Museo de Antropología y es ahí cuando planea el atraco, para lo cual invita a su amigo, el también sateluco Wilson (Leonardo Ortizgris). Lo que sigue no sólo es la crónica del asalto —con escenas que remiten al clásico del género, Rififí (Dassin,1955)— sino un interesante estudio de dos personajes que van por la vida desterrados de su propia historia, “sin pasado y sin futuro”. Juan justifica el robo mediante su férreo nacionalismo, pero esto no deja de ser una vil contradicción: el motivante es su sed de reconocimiento y la necesidad de que algo pase en su vida. La lente dinámica, el ritmo intenso, el empate con el score (música de Silvestre Revueltas) y los lances visuales (aunque más sutiles) que vimos en Güeros son reconocibles en Museo. La dirección de actores sigue siendo el gran fuerte de Ruizpalacios. Aquella secuencia de la cena familiar es el momento más logrado de la película y probablemente uno de los mejores en el cine mexicano de la década. La película ostensiblemente pierde ritmo en el segundo acto, cuando la pareja de ladrones huye a Acapulco para tratar de vender las piezas. Pero en cuanto el roadtrip regresa a la ciudad, la película levanta de nuevo hasta llegar a su brutal desenlace. Y es que, como los circuitos de Satélite, el viaje de estos dos ladronzuelos no es más que uno que regresa al mismo punto de partida: la frustración por sus propias vidas.