Son once solecitos

23 de Abril de 2024

Diana Loyola

Son once solecitos

FRANCIA-TURISMO

Turistas caminan frente a la Torre Eiffel, el sábado 17 de enero de 2015, en París. Desde los ataques terroristas de la semana pasada que costaron la vida a 17 víctimas y tres atacantes, ha disminuido la usual multitud que llega al monumento más visitado de París, dejando al descubierto una poca animada plaza gigante de concreto. (Foto AP/Jacques Brinon)

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Jacques Brinon/AP

La verdad es que me dejé seducir, no opuse resistencia, fluí con el vaivén de sus calles y sus avenidas y es que, recién mi esposo e hijos comenzaron el trabajo y la escuela, yo me salía con mi bebé a caminar por horas (había que conocer el rumbo, ¿cierto?) y me encantaba perderme e improvisar nuestro regreso a casa. Fueron casi dos meses (hasta que el frío llegó para instalarse y a mi bebé le dio gripe) de esas mágicas exploraciones, de esos pasos llenos de magia y cadencia. Descubrimos parques, casas antiquísimas, panaderías, pastelerías y tiendas con aparadores que arrebatan suspiros; ubicamos supermercados, bar tabacs, brasseries (la versión francesa de las cantinas); atajos, aunque siempre preferí los regresos largos y me aprendí los autobuses que pasaban por esos rumbos (no estaba de más). No perdí oportunidad de llenarme los ojos, la panza, la nariz y el espíritu de lo que Francia me regalaba. Y ocurrió que un día, regresando más obligados por la lluvia que por las ganas, me topé con un letrero que ya comprobé que no está en neón, aunque ese día me pareció que sí, el letrero decía: Maison de la Jeunesse du Buisson (Casa de la juventud de Buisson – la colonia-). Entré y supe que es un lugar que se ocupa de ofrecer a niños y jóvenes diferentes opciones culturales, deportivas, recreativas y también dan apoyo escolar. El corazón se me aceleró cuando me dijeron que podía hacer voluntariado ahí. Me enganché. A los dos días ya estaba yo frente a 9 cabecitas sonrientes y Anne-Marie, una señora que ha hecho voluntariado por diez años ayudando a los niños a hacer sus tareas. Comencé por presentarme y me senté en una mesa con cuatro pequeños de entre 6 y 11 años. Cada uno, con esa energía natural en los infantes, me fue regalando una mirada atenta, una sonrisa y su confianza. Cuando terminamos sus tareas me puse a decirles adivinanzas y terminamos riendo y levantando pies y manos para responder. Desde entonces los veo dos veces por semana, días que me emociona saber que nos vamos a encontrar. Estos niños están ahí principalmente por dos razones: O bien la escuela primaria pide este apoyo (algunos tienen problemas de aprendizaje como dislexia, disortografía y algunas otras dis; otros vienen de familias migrantes que no hablan bien francés y no les pueden ayudar con sus tareas, otros padecen déficit de atención), o bien los papás y/o mamás que trabajan hasta tarde o son solteros y deben doblar turnos, solicitan la ayuda de la casa de la juventud para pasar por sus hijos pasadas las 7 de la noche. En general son chiquitos con bajos recursos, de familias disfuncionales o monoparentales, pero eso no les roba la alegría, las ganas de trabajar, de reír, de jugar. Son niños resilientes, es decir, se sobreponen a todas las adversidades que la vida les pone enfrente y se comparten generosos. Algo que al principio me sorprendió y que hoy me parece una maravilla, es que hay una casa de la juventud por colonia, en general están situadas junto a las escuelas públicas, de ese modo saliendo de la escuela, los niños asignados van directo a bailar hip hop, o a jugar basket, realizar manualidades, a aprender sobre algún escritor o pintor, a cocinar recetas sencillas y a hacer sus tareas. Todo gratuito, basta solicitar el espacio en la alcaldía y esperar a que haya lugar. Eso sí, para el apoyo a las tareas los lugares son limitados por razones de espacio y porque como me dijo Marion (la directora): “no somos guardería, estamos para apoyar a familias con verdadera necesidad”, yo agregaría que hacen falta más voluntarios para poder atender a más niños. En definitiva, la existencia de estos espacios me hacen reflexionar sobre una de las enmiendas de esta república: la fraternidad. ¿Qué mayor acto fraterno que ayudar a los papás en apuros a mejorar la calidad de vida de sus hijos? Me parece increíble verlos estudiando un cuadro de Matisse en vez de pasar horas solos en su casa frente al televisor o algún videojuego. La semana pasada llegaron dos preciosas niñas chechenas, casi no hablan francés y fue un reto fantástico entendernos, poco a poco iremos avanzando y confiar en eso me pone muy de buenas. Les cito los nombres de los autores de una de las satisfacciones más grandes y más bonitas que he tenido porque los quiero hacer presentes: Ayoub, Ilyés, Mabalá, Zirine, Younés, Walid, Sandoz, Maysoun, Djenna, Sabina, Amina. Gracias a todos por la oportunidad. Los quiero de un querer muy grande. À la prochaine!! @didiloyola