¡Ah, el pan!

26 de Abril de 2024

Diana Loyola

¡Ah, el pan!

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Hace pocos días, en plena calle, camino a comprar el pan para la cena, noté una lluvia poco usual, hacía más frío que el día anterior y yo en mi prisa por llegar al calor de la panadería (bendita calefacción que hay por doquier), no me percaté en un primer momento que no se trataba de lluvia, era nieve. Cuando comenzaron a caer copos más grandes mi corazón dio un vuelco, era la primera vez que tenía la suerte de ver nevar. Con entusiasmo infantil, traté de atrapar uno de esos hielitos que caían como pétalos del cielo. Logré ver, gracias a la luz del farol, varios cristales de esos que Masaru Emoto publicó en sus libros, hexágonos sublimes y efímeros como metáforas del ahora, de cada momento, único e irrepetible, que al contacto con cualquier cosa se derretían. Finalmente llegué a la panadería y con gusto acepté esperar tres minutos a que salieran las baguettes del horno. Me sentía eufórica, pero también congelada y con las manos húmedas.

El olor del pan recién horneado invadió el lugar, me invadió a mi y luego comprobé que también invadió la calle. Pagué mi baguette, me la entregaron envuelta en un papel y yo, para evitar que la nieve la humedeciera, la abracé. De inmediato sentí el calor en el espacio que hay entre mis brazos, en mis manos y en la cara. Salí y el olor del pan se confundía con el de los leños de las chimeneas que a esa hora ya están encendidas. Olía a bosque y a hogar.

No pude evitar pensar en México, en el contraste del calor y el sol en mi camino de regreso de la tortillería en mi infancia, siempre fue un regalo ir por las tortillas y “robarme” la primera para hacerla taquito con sal. Ahora, en plena nieve, pensaba en mis tortillas, sin embargo la variedad y calidad de pan que hay aquí, compensan un poco en mi corazón la falta de estas primeras. Además, ¿quién no disfruta el crujir de una corteza dorada a punto y una miga esponjosa y sabrosísima? Aquí no hay bolillos, no hay teleras ni pambazos, pero se encuentran baguettes de trigo, integrales, de campo, a la antigua, con semillas, parisinas; panes para “tartiner” (ideales para untarles mantequilla, mermelada, pasta de verduras, tapenade de aceitunas o lo que a uno se le ocurra), panes de campaña, “flautas” (baguettes gruesas), brioche, pan de leche, pan de miga… panes que he ido aprendiendo a incluir en las comidas del día a día, panes que acompañan el tradicional plato de quesos después del plato fuerte, panes que empiezan a enriquecer mi vida y mi experiencia aquí. ¿Qué decir de los chocolatines y los croissants? Necesitaría varias entregas para poder hablar de ellos, de la pastelería y repostería que permiten llenar de gozo y exquisitez cualquier momento, de esos que cierras los ojos y después te cuesta abrirlos.

Esa imagen del francés con la baguette bajo el brazo camino a su casa, es no sólo clásica si no cierta. Es común ver a la gente en bici, a pie, en el tranvía o el autobús con la baguette bajo el brazo, es parte de su cultura, de su identidad, de su herencia. Además podría aventurarme a decir, que al menos aquí en Lille, hay una panadería o pastelería cada tres cuadras.

El viaje por el pan en Francia es infinito, cada uno cuenta una historia y una tradición. Yo por lo pronto, me quedo con el recuerdo de aquel abrazo calentito que le di a una baguette aquel día de nieve, uno de los abrazos más ricos de mi vida.

À la prochaine!.

@didiloyola