Las mañaneras y el silencio

12 de Mayo de 2024

Héctor J. Villarreal Ordóñez

Las mañaneras y el silencio

Hay cosas que parecen ser algo, pero son una cosa distinta. Por algún motivo recuerdo un comercial de la televisión de los años 70, en el que Olga Breeskin tenía un vaso de lo que parecía jugo de tomate, pero al probarlo le hacía exclamar ¡Esto no sabe a jugo de tomate! El ejemplo es banal, pero algo parecido, aunque mucho más importante ocurre con las disertaciones matutinas del presidente Andrés Manuel López Obrador desde el Palacio Nacional.

Cada mañana a las siete en punto arranca una conferencia de prensa. Acuden los medios, se transmite en vivo, se lanzan temas y se abre un larguísimo espacio para preguntas. El gobierno presume aquello como acto supremo de transparencia y rendición de cuentas. Sin embargo, no es necesariamente lo que dice ser. No sabe a conferencia de prensa.

Las conferencias de prensa reales son intercambios complejos con una dosis de incertidumbre. Implican cierto grado de disputa por el control de la conversación entre quienes convocan y quienes preguntan. Las verdaderas conferencias de prensa suponen que habrá respuestas de asuntos que por su relevancia motivaron la convocatoria. En las conferencias de prensa, los reporteros exhiben su conocimiento de los asuntos, son incisivos, creativos, insistentes y en entornos abiertos como ha dicho Gay Talese, hasta puede que obtengan placer y satisfacción atacando al poder.

El rol de los periodistas en una conferencia de prensa del presidente de una nación democrática sería representar con sus cuestionamientos y actuación el interés de los ciudadanos, lectores, televidentes y radioescuchas para los que, a fin de cuentas, hacen su trabajo.

Por su eventual dificultad y nivel de riesgo, hay presidentes que nunca darían una conferencia de prensa. Limitado y sobreprotegido, Enrique Peña jamás se expuso a una verdadera conferencia de prensa. AMLO, en cambio, lo hace diario, aunque en realidad parece que toma el micrófono para otra cosa.

López Obrador se ha construido un espacio privilegiado para decir lo que quiere. Nuestro Presidente activa todas las mañanas la expectativa de los medios y las audiencias; se hace acompañar de un desmañanado y confundido grupo de colaboradores, dice lo que le place sobre algún tema, presenta y coloca otros. Luego, reparte turnos para que los reporteros le pregunten durante una hora o dos. Pero él sólo se recicla a sí mismo; machaca su visión de la historia, la sociedad, la política; el bien y el mal. Pontifica, no responde; adoctrina, no explica y polariza, no convoca. No habla para construir consenso, quizá porque asume que ya lo tiene.

Hay excepciones, pero en los sermones mañaneros de AMLO llama la atención la conformidad de la mayoría de los reporteros con lo que el Presidente les dice, la falta de insistencia, el poco interés en pugnar por una verdadera respuesta, aun cuando muchos de ellos son periodistas experimentados. Destaca la habilidad de López Obrador para disertar en sintonía con el estado de ánimo de la mayoría de sus oyentes presentes y remotos. Están enojados, hay motivos, él lo sabe y también lo está.

Sorprende más la inexistencia de réplica. El silencio de la pasmada y aturdida oposición; de quienes diario son acusados de ser responsables directos de las tragedias de la patria; de los imputados cuyo enjuiciamiento sólo espera a que el pueblo lo pida; de los integrantes del conjunto informe denominado viejo-régimen-corrupto invocado cada mañana como enemigo a vencer en la gesta épica que encabeza el orador. El silencio de la oposición es tal que, a veces, uno se pregunta si sólo es que se levantan más tarde o si quizá no recuerdan que el que calla otorga.

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