Un funcionario despedido

26 de Abril de 2024

J. S Zolliker
J. S Zolliker

Un funcionario despedido

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La diferencia entre una democracia y una dictadura consiste en que en la democracia puedes votar antes de obedecer las órdenes. Charles Bukowski. No sé si muchos conozcan un estudio de televisión o una cabina de radio, pero es casi una regla general que fuera de toma, estén rodeados de televisiones sintonizadas en varios canales para observar programas noticiosos de la misma cadena o de la competencia. Me invitaron a participar en una entrevista y en esos monitores, entre comerciales, me enteré que me habían despedido. ¡Moder, fooooquer!

En política, en el servicio público, la gente es muy ingrata. Ya no existe eso de la correspondencia. Mucho menos existe la lealtad por compartir acaso valores, partido o ideología.

Ahora, solo existen intereses y se defienden los que son cómplices para que uno, no delate al otro.

Maldito malagradecido. Yo lo ayudé. No una, no dos, sino cinco veces. Y hay incluso quien dice –y dice bien– que le ayudé a ganar la elección cuando “reabrí” los expedientes de investigación de su contrincante, casi al final de la campaña. Un golpe mediático muy exitoso. Y así me lo paga: corriéndome con una carta que envió ante los medios y que no tuvo los pantalones de enviarme primero a mí. Una carta agresiva, dolorosa, terrible, como pocas se han visto en la vida pública; un golpe en los huevos que te toma por sorpresa.

“Querido fulano, me recomiendan otros funcionarios que ya no haces bien tu trabajo. He decidido hacerles caso y a partir de este momento, está usted terminado y será removido de su puesto de forma inmediata. A pesar de su ayuda para conmigo, creo que usted no encabeza eficientemente su dependencia gubernamental y le deseo la mejor de las suertes en sus futuros empleos. Rúbrica del sonofabich”. ¡Qué poca madre! ¡Sinvergüenza! Parece que no sabe todo lo que sé de él. Entramos de nuevo al aire en tres, dos, uno y mi teléfono celular comienza a vibrar con locura. Mi asistente me hace caras desde el fondo del estudio. Gestos que no logro comprender. El mundo se me acaba de desmoronar frente a mis ojos y no sé qué pasa. Me dedico a la inteligencia y el espionaje y soy el último en enterarme de mi despido. Esto no es normal. Algo anda mal. Nos toma por sorpresa esta noticia, me dice quien entrevista. Sonrío con calidez. Le respondo por instinto: nada es por casualidad.

A ver, entiendan. Mi vida está basada, justo en no sufrir por sorpresas. En prepararlas yo. En preparar a los míos para evitarlas. Para evadirlas. Y de pronto, me sorprenden a mí. Un niñato malagradecido del kínder acaba de darle un golpe mortal al director del área postdoctoral del campus. Y la verdad, no sé qué fue lo que pasó ni qué hacer con eso. ¿A quién llamo antes? ¿A mi mentor? ¿A otro medio? ¿Consultores de imagen para conferencia de prensa? ¿A mi mujer? ¿A mis hijos? ¿A mis padres?

No cabe duda. Aparte de malagradecido, este hombre es un imbécil. Desde que nació, ha vivido rodeado de lujo y de gente que para todo, le dicen que sí. Nunca, nadie, le dijo que no. Hasta que llegué yo y me pidió cosas improcedentes. Apenas se topó en el mundo real y le resulta “más complicado de lo que había imaginado”. Soy un asjol por creerle. Por sentir que tendría cierto agradecimiento para conmigo y todo lo que arriesgué para ayudarle.

Pero él es el mayor asjol de todos porque con él finalmente acabo de comprender que la nueva política, es el arte de obtener la confianza de los miedosos y el voto de los que infunden el miedo, con el pretexto de proteger a los unos de los otros.

@Zolliker J.S. Zolliker le roba a la realidad una licencia para novelar.