Este es el fin

25 de Abril de 2024

Mauricio Gonzalez Lara

Este es el fin

Ya está disponible en Netflix la cinta This is the end, un efectivo divertimento diseñado por Seth Rogen y Evan Goldberg que imagina cómo enfrentarían el fin del mundo un grupo de celebridades atrapadas en una mansión de Hollywood. El trabajo de Rogen y Goldberg es tan sólo una de las decenas de películas que se han estrenado en años recientes cuyo tema principal es el Apocalipsis.

El terror al desastre total es una epidemia para la que no hay cura. Nos encanta vaticinar el fin del mundo, así como nos fascina pensar que somos la única generación obsesionada con el concepto. Es una asunción falsa: la idea apocalíptica es una constante en el desarrollo de la humanidad; una cuestión de ego y conciencia. No podemos concebirnos insignificantes frente al gran estado de las cosas, por lo que atamos la vida del planeta a la de nuestra corta existencia. Ian McEwan, autor inglés de Atonement y The Child in Time, lo explica con nitidez:

“Existe una noción muy poderosa en la historia de la cultura, la idea del fin. Que tendemos a pensar que vivimos el fin de los tiempos por el simple hecho de acomodar esa percepción a nuestra propia muerte. Una manera de reconciliar nuestro destino individual con el del mundo. Para mucha gente, sobre todo quienes tienen fuertes creencias religiosas, la idea de morir en medio de nada y que todo continúe es intolerable.”

La religión, bajo la lógica de McEwan, es un agujero negro de solipsismo: nos empuja a creer que el mundo comienza y termina con la persona que lo contempla; una vez muerto el individuo, éste ingresa a un estadio espiritual en el que encuentra su verdadera felicidad, invencible y eterna.

Creemos que la existencia gira a nuestro alrededor, por lo que imaginar un mundo indiferente e independiente a nosotros es doloroso. Instalados en el egocentrismo, pensamos que si nuestro destino es la muerte debe ser porque el destino de todo es la extinción. Es un gesto tan ridículo como épico: nuestra muerte no será un hecho aislado y sin importancia, sino resultado del Apocalipsis. Ante esto, cualquier profecía o superstición es valiosa para asumir que, en efecto, el fin del mundo se acerca.

No se necesita ser creyente para temer el fin del mundo. Muchos laicos están convencidos de que la muerte de todo está a la vuelta de la esquina. El calentamiento global y la depredación ambiental, nos dicen, terminarán en cuestión de años con el planeta. Es una verdad contundente, pero nos rehusamos a asumir el peligro y, por alguna razón que desafía toda racionalidad, pensamos que falta mucho para eso.

Otro peligro apocalíptico es la amenaza nuclear; ya no proveniente de un enfrentamiento directo entre Estados Unidos y la otrora Unión Soviética, pero sí de grupos terroristas que consigan apoderarse de armas atómicas y decidan detonarlas indiscriminadamente. Algunos creen que la hecatombe vendrá con el triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Con Trump, la idea de pensar en un Nerón que sólo quiere ver arder al mundo dejó de ser un escenario propio de una novela de Stephen King (remember The Dead Zone!) para tornarse en una posibilidad real. ¿Seremos destruidos por un Trump incapaz de contener su compulsión por usar los códigos nucleares?

Quizá no nos toque contemplar el fin del mundo. Los jinetes del Apocalipsis no vendrán armados con grandes bolas de fuego o diluvios bíblicos. Los peligros son otros: recesión económica, desempleo, elecciones, turbulencia social, violencia. El planeta no explotará en llamas pronto, pero sí, tengan miedo, tengan mucho miedo.