Un ex Fidelista

25 de Abril de 2024

J. S Zolliker
J. S Zolliker

Un ex Fidelista

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En mi juventud, fui ferviente creyente del socialismo, miembro del Partido Comunista y admiraba a la revolución cubana y a sus líderes que me parecían heroicos, incorruptibles e inquebrantables. Llegué a leer todas las obras relacionadas con el tema, desde El sol a plomo, de Humberto Arenal, hasta el Diario del Che en Bolivia en 1968.

Es cierto, por mucho tiempo la figura de Fidel Castro fue central en mi vida. Sus textos, su imagen, sus hazañas, cambiaron mi forma de ver el mundo: terminó con el analfabetismo, creó la mayor facultad de medicina del mundo y no había drogadicción (aunque sí alcoholismo con azuquín), mínima delincuencia y hasta records en medallas olímpicas. Y todo esto, sin doblegarse ante el imperio yanqui que les impuso un bloqueo económico.

Pero una cosa es identificarse son sus ideales y otra muy diferente, es despertar con el balde de agua helada de la realidad apersonada. Sí, la Habana muy bien. Nos recibieron y atendieron de maravilla, mucha comida y bebida, cultura, puros y música, la arquitectura de la ciudad, vieja pero colorida, y sectores marginales donde la gente es amable y dicharachera.

El problema surgió cuando me di cuenta —viajando por sus barrios más pobres como la Unión, El Resplandor y el Fanguito— que no se trata de un asunto de desarrollo (pues la pobreza existe en cualquier lado), sino que en la isla, se vive un férrea y cruel dictadura, donde el disenso es castigado hasta con la muerte.

Por ejemplo, y de esto no me percaté sino hasta que me lo hicieron notar, todo el tiempo éramos seguidos muy discretamente por taxistas o aparentes turistas o guías de turistas de otros grupos, que reportaban todos nuestros movimientos. Después, cuando traté de contactar a un viejo amigo de correspondencias, revolucionario, fidelista, trovador, me enteré que estaba preso en unos campos de concentración que el gobierno llamaba las UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción), que estaban destinadas, según las propias palabras de Raúl Castro, a “jóvenes que no habían tenido la mejor conducta ante la vida, […y que eran aprisionados…] con el fin de ayudarlos para que puedan incorporarse a la sociedad”.

Así, a mi escritor amigo, siempre fiel a la revolución cubana, lo llevaron a un campo de trabajos forzados con pisos de tierra donde estaban apresados tras cinco o seis filas de alambrado de púas, unos doscientos hombres, la mayoría enfermos de SIDA que habían sido condenados a morir sin tratamiento médico. Él, fue apresado durante una redada en casa de un amigo “pájaro” (así le llaman a los homosexuales) donde sostenían un club de lectura, porque un vecino los denunció.

Las condiciones en que mi amigo vivió esos años preso, fueron infrahumanas (basta decir que fue varias veces violado y contagiado de VIH) y con mis visitas posteriores a Cuba, me di cuenta del infierno en que se convierte un país que está sometido al poder desmedido y descontrolado de un solo hombre.

Repito: no es un asunto de pobreza ni de igualdad. Es un asunto de totalitarismo y falta de libertad. Parafraseando a Mandela, los verdaderos líderes se sacrificarán para lograr a toda costa, la completa libertad de su pueblo y eso, no lo ha hecho un dictador nunca. En Cuba por ello la gente vive con un terror absoluto del gobierno y hasta de su propia familia y vecinos. Es cierto, les enseñan a leer y escribir, pero no pueden leer lo que quieran ni mucho menos pueden escribir lo que quieran (por este texto ambos iríamos a la cárcel). Toda la información que se trasmite está regulada por el Estado (desde la radio hasta la TV, incluyendo la prohibida internet libre) y allá es impensable salir a marchar para manifestarte, mucho menos salir del país cuando se les venga en gana.

Dictadura es igual, trátese de la de Pinochet o la de Franco o la de Corea del Norte (y esa también se enfrenta al imperialismo yanqui), porque cualquier régimen totalitario suprime las libertades de la gente, y nada ni nadie —incluyendo a Fidel Castro— debe acumular ese poder, pues aún a pesar de los logros alcanzados, la historia no los absolverá si se llegan a saber los rastros de sangre que han dejado en su camino.

J.S. Zolliker le roba a la realidad una licencia para novelar diversas situaciones, muchas veces cómicas y otras tantas agrias, violentas y crudas. @Zolliker