Endoscopía

25 de Abril de 2024

Rebeca Pal

Endoscopía

REBECA PAL

En enero comenzó, pero hace unas tres semanas el dolor se hizo más fuerte. Me despertaba en la madrugada a causa de un vacío-ácido que me quemaba. Al principio pensé que era por hambre; mi organismo ya está tan acostumbrado a que le dé de comer cada tres horas, que hasta en la noche me exige el alimento de forma puntual.

Eran las siete de la mañana de un lunes, cuando bajé a la cocina para preparar el desayuno. Creía que comiendo el malestar se iría, pero no. En cuanto terminaba de comer el vacío-ácido regresaba. Era un dolor muy parecido al ayuno que me confundía, porque no entendía qué quería mi cuerpo.

Fue pasando el día y yo me sentía desganada. A las seis de la tarde me tocó la colación; opté por una ensalada de pollo con lechuga, kale y semillas de girasol. Terminé de comer y, como ya era de costumbre, me sentó mal. El estómago se hinchó y llegaron las nauseas. No hice caso, pensé que en cualquier momento el malestar se iría. Así que muy valiente, bajé al gimnasio para hacer cardio y mi rutina de “intento hacer pesas pero todavía no puedo cargar nada”. Llevaba diez minutos corriendo cuando el dolor tomó posesión de mí. Me bajé de la elíptica y corrí al baño. La película, El exorcista, se queda corta en comparación con el color pluma de guacamaya que vomité.

Como buena mujer, independiente, hice lo que tenía que hacer. Llamé a mi papá el martes por la mañana para decirle que mi panza me estaba dando un golpe de estado y no sabía qué hacer. Al día siguiente me encontré sentada en el consultorio del médico, con mi papá.

El doctor me pidió que me pusiera la bata azul que está de moda en todos los hospitales. Me acostó y con sus frías manos comenzó a presionarme el estómago. La experiencia fue igual de molesta, que si me estuviera presionando un gran moretón con el dedo índice. Al ver que por fuera las cosas no quedaban claras, me pidió una endoscopía.

El jueves me encontraba de nuevo en el hospital. Me hicieron firmar unos papeles en los que sentía que le estaba dando el alma al diablo. Acabando, me dejaron pasar al cuarto en el que me hicieron el estudio y, claro está, no podía faltar la bata azul. Llegó el anestesiólogo y como diría mi papá, antes de que me pusiera la anestesia ya estaba dormida. Al despertar me comentaron que las paredes de mi estómago estaban erosionadas. Era probable que fuera debido a una bacteria. Los resultados los tendría dentro de una semana.

A todo esto, también me pidieron una muestra de copro para analizarla pero como no me inspiré lo suficiente, me la solicitaron para el viernes.

El viernes sí me inspiré y fui al hospital con mi muestra, la cual había cerrado y sellado como si se tratara de una bomba atómica. Llegué a los laboratorios y una enfermera me atendió. Le comenté que los estudios ya estaban pagados y que sólo iba a dejar la muestra que me había solicitado el doctor. Pero no, me equivoqué. La enfermera me comprobó, por medio de la factura, que los estudios de laboratorio estaban sin pagar. Cuando le pregunté el costo de los mismos, me contestó: seis mil pesos. Fue una ofensa terrible para mí. ¡Cómo era posible que por analizar una pequeña prueba me fueran a cobrar eso!

Sin titubear la pregunté a la enfermera: “¿Y qué van a hacer con esto? ¿Clonarme? ¿Crear un nueva forma de vida en el planeta? Lo que me va a matar no es la bacteria, en caso de que sí la haya, si no los médicos en cuanto cobren”. La enfermera abrió los ojos y no parpadeó en ningún momento. Mi muestra y no nos fuimos muy indignadas del hospital.

Mientras iba camino a casa, pensé que enfermarse es un el lujo que pocos pueden pagar y me dije en voz alta: “Rebe, no seas tan aprensiva. Aunque te cueste, ponle nombre a tu dolor de estómago. Aprende a digerir los problemas antes de que ellos te digieran a ti.”