The Suicide Squad: adiós a la solemnidad

7 de Mayo de 2024

Alejandro Alemán
Alejandro Alemán

The Suicide Squad: adiós a la solemnidad

alejandro aleman

Pensar que The Suicide Squad (el intento de DC por borrar esa catástrofe dirigida por David Ayer en 2016, Suicide Squad) es simplemente una copia de Guardians of The Galaxy (2014) sería injusto e inexacto. Si bien en ambos casos se trata de una cinta sobre un grupo de héroes clase B por los que nadie daría un centavo, lo cierto es que su director, James Gunn, encontró en DC la libertad creativa que nunca tuvo (ni creo que tendrá) en Marvel.

El ADN de su Escuadrón Suicida no está en los cómics, está en las cintas Troma, en The Toxic Avenger (Herz & Kauf-man,1984), en Tromeo & Juliet (Kaufman, 1996), en Slither (Gunn, 2006), en clásicos como The Dirty Dozen (Aldrich, 1967) y en Super (Gunn,2010), la que probablemente sea su mejor cinta sobre superhéroes.

Gunn no parece tener freno. Aquí hay mucha violencia, gore, sangre y chistes guarros. Es una película que busca ofender (cosa no muy difícil en estos tiempos), por lo que sin empacho hace bromas sobre los millennials, sobre penes, y es todo lo antiwoke que se podría ser en una película de superhéroes de presupuesto millonario.

Adiós a la solemnidad impostada del cine de Zack Snyder. En cambio, James Gunn se divierte, y nosotros junto con él.

La cinta no pierde tiempo con explicaciones. El Escuadrón Suicida tiene como misión entrar a la isla de Corto Maltese —que bien podría ser el San Marcos de Bananas (Allen,1971)—, gobernada por algún dictador (Joaquín Cosio). La idea es destruir un laboratorio donde se sospecha están haciendo misteriosos experimentos que podrían poner en peligro a la humanidad. En el camino habrá las vueltas de tuerca de rigor, traiciones y más, todo bañado de mucha sangre, mucha acción y por supuesto, mucho humor.

Las escenas de acción no son del todo genéricas, hay incluso momentos en que se da licencia para cierta creatividad (aquella secuencia que vemos en el reflejo de un casco) aunque tampoco logra escapar de la fórmula: una pelea final ultraviolenta. Lo que sí es constante (además del caos y el exceso) es una auténtica sensación de peligro. Y es que cualquiera (excepto Harley Quinn, obvio) podría no llegar vivo al final de la película.

Superar a la cinta original no tiene mayor mérito, pero habría que reconocer que James Gunn sabe su juego: nadar entre la multitud de personajes sin perder al público, armar diálogos (por momentos tarantinescos), qué botones apretar para generar emoción.

Pero sobre todo, sabe manejar el ritmo: la película es un baile desquiciado que jamás pierde tono. Un juguete hecho a la medida del creador y del cual es complejo no salir contagiado con al menos una sonrisa.

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