Bob Ross: el fango tras el paisaje

26 de Abril de 2024

Alejandro Alemán
Alejandro Alemán

Bob Ross: el fango tras el paisaje

alejandro aleman

De todos los fenómenos que la televisión nos ha dado, el caso de Bob Ross merece un capítulo especial. Nacido en octubre de 1942, Robert Norman Ross pertenecía a la fuerza aérea. Casado y con un hijo, su pasatiempo era pintar paisajes. El hobby se volvió vocación cuando tramitó su jubilación y empezó a dar clases de pintura, aunque pocos acudían.

Una de sus alumnas era Annete Kowalski, una ex agente de la CIA deprimida por la reciente pérdida de su hijo. El tono jovial de las clases de Ross le ayudó a combatir la tristeza, pero también detonó en ella la idea de un potencial negocio.

Ross no fue el primero en plantarse frente a las cámaras de televisión para enseñar al público cómo pintar paisajes; el artista William Alexander (de origen alemán) ya hacía lo propio en 1974 con su programa The Magic Of Painting. Fue ahí donde Bob Ross encontró su estilo. A diferencia de Alexander, que era explosivo y de voz fuerte, Ross en su programa comenzó a hablar como una voz suave y tranquila, “como seduciendo a una mujer”.

La serie fue todo un éxito. Bob Ross vendía la idea de que “todos podemos ser artistas” y que el talento “no es algo dado, sino que se practica”. Pero incluso para aquellos que no pintaban, el programa de Ross fue una especie de terapia de relajación.

La serie, The Joy Of Painting with Bob Ross, duró más de 10 años con 31 temporadas ininterrumpidas excepto al final, con la repentina muerte del artista a los 54 años de edad.

No obstante, la señora Kowalski no detuvo la máquina de hacer dinero; al contrario, su empresa Bob Ross Inc. ha mantenido viva la memoria del paisajista mediante una serie interminable de productos que van desde tazas, plumas, relojes, pelucas, hasta una maceta con la cara del artista.

En el documental, Bob Ross: accidentes felices, traiciones y avaricia —de recién estreno en Netflix— se revela la sucia estratagema de negocio de la señora Kowalski, quien se hizo de los derechos del nombre de Bob, dejando a un lado a su heredero natural, su hijo Steve.

Es él quien junto con un puñado de amigos cuenta la historia detrás del famoso pintor. Con un tono suave y pausado, como emulando los programas de televisión, se va descubriendo el fango tras el paisaje: amoríos, engaños, y hasta el revelador de que el famoso afro de Bob Ross no era natural.

La historia de Ross revela una relación oscura entre el capitalismo y el arte. Porque lo que hacen con Ross, también sucede con grandes artistas de la historia del arte (Cezanne, Picasso, Dalí y por supuesto, Van Gogh), hombres cuyo arte se conoce no tanto por su obra sino por la tienda de regalos a la salida del museo.