En un mundo que casi calla sobre los presos políticos, hay un silencio todavía mayor sobre las secuelas de la cárcel y la reinserción de quienes sobreviven a la tortura y al encierro arbitrario, herramientas inhumanas que hoy emplean más de 60 autocracias. Para una persona que ha sido encarcelada por motivos políticos, la excarcelación es solo el comienzo. La reinserción no es solo abandonar las celdas construidas por dictaduras como las de Cuba, Venezuela o Nicaragua. Es reconstruir la vida social, económica y política que el régimen intentó destruir.
Hablo desde mi experiencia acompañando a mi esposo, Félix Maradiaga, líder cívico nicaragüense y expreso político. Junto a él he visto que la libertad llega por etapas; primero el cuerpo que sale de la celda, luego la mente que deja de revivir la tortura y, más tarde, el corazón que se atreve a creer en el futuro. En cada fase hacen falta apoyos concretos y también lenguaje para nombrar lo ocurrido sin reducir a la persona a su sufrimiento.
¿Qué hemos aprendido? Que acompañar no es un gesto de lástima, sino un ejercicio de respeto. La primera tarea es proteger la intimidad, permitir el descanso, priorizar la salud física y emocional. Después viene la reconstrucción de lo cotidiano: documentos de identidad, vivienda, acceso a la banca, un empleo digno y la posibilidad de retomar la participación política. Cada paso, por pequeño que parezca, devuelve agencia y dignidad.
Hemos aprendido que nadie se reinserta solo. La familia necesita orientación, la comunidad debe entender el trauma político y las instituciones pueden decidir si cierran puertas o si las abren para que esa persona vuelva a aportar su talento. Pedir ayuda profesional no es debilidad; es una herramienta para ordenar el dolor y prevenir que la violencia se replique en silencio.
Por eso es tan importante escribir un documento que reúna estos aprendizajes. De esa necesidad nace el libro “En Libertad: Manual para la Reintegración de Presos Políticos” que hemos escrito junto al equipo de apoyo a presos políticos del World Liberty Congress. En sus páginas sintetizamos la experiencia de muchas familias: cómo cuidar la salud mental sin estigmas, cómo lidiar con la exclusión financiera y el exilio, cómo evitar la revictimización en los procesos judiciales y mediáticos, y cómo abrir caminos para que la voz del expreso político pueda volver a incidir en la vida pública, si así lo desea. El libro quiere ser, al mismo tiempo, un soporte para las víctimas y una herramienta para quienes diseñan políticas públicas y programas de apoyo.
Este artículo resume parte de esa obra y busca llegar a un público amplio, también en México, donde se sigue de cerca la situación de quienes sufren prisión política en la región. Mi mensaje es sencillo: la liberación no termina el día en que se abre la reja. Si la sociedad acompaña el después —con empleo, escucha, protección y espacios de participación—, la experiencia de la cárcel no sólo deja cicatrices; puede transformarse en fuerza cívica al servicio de la democracia.
La reinserción plena de cada expreso político es, en el fondo, un examen de la salud de nuestras instituciones y de nuestra capacidad de empatía. Y ese examen no se aprueba solo con buenas intenciones: exige educar al público sobre lo que significa la cárcel política, sus secuelas y el derecho a reconstruir la vida. Cuidar ese proceso, y aprender como sociedad a acompañarlo, es responsabilidad de todas y todos.