Usurpadores de cuerpos

12 de Mayo de 2024

Mauricio Gonzalez Lara

Usurpadores de cuerpos

mauricio gonzalez lara

En La invasión de los usurpadores de cuerpos (1956), cinta dirigida por Don Siegel, el orbe enfrenta una ocupación alienígena perpetrada por un enemigo que sustituye gradual y silenciosamente a los habitantes del planeta por versiones físicamente idénticas a los originales, aunque desprovistas de sentimientos y todo resquicio de individualidad. La película -al igual que los posteriores remakes realizados por Philip Kaufman y Abel Ferrara en los setenta y noventa, respectivamente- es una inquietante crítica contra el pensamiento único (de izquierda o derecha, da igual), así como de los métodos casi invisibles que el autoritarismo utiliza para apoderarse las comunidades. Entre aturdido y horrorizado, el protagonista cobra conciencia de que la pareja, la familia, los vecinos y prácticamente la humanidad entera se han tornado contra él. La comunidad que creía conocer es ahora una turba que lo acosa por resistirse a la usurpación corporal y la posterior destrucción del “yo”.

They Live, película de John Carpenter estrenada en 1988, cuenta la historia de un trabajador que encuentra de manera fortuita unas gafas oscuras que le permiten ver la realidad tal y como es. El panorama es perturbador: los empresarios, líderes políticos y celebridades no son humanos como nosotros, sino seres grotescos provenientes del espacio cuya misión última es someternos a través de mensajes subliminales colocados en comerciales transmitidos por diversas plataformas. El contraste entre la apariencia optimista de los usurpadores y la naturaleza imperfecta de la resistencia (el héroe es interpretado por el luchador Roddy Piper) dota a They Live de una actitud punk que la ha convertido en todo un clásico. La publicidad de la cinta lo dice todo: “Los ves por la calle. Los ves por la televisión. Puede que votes a alguno de ellos este otoño. Piensas que son gente como tú. Estás equivocado. Mortalmente equivocado”.

En agosto pasado, el comediante Bill Maher reflexionó en torno a un fenómeno conocido desde hace ya varios años por cualquier usuario de redes sociales. Durante su programa Real Time, transmitido por HBO, Maher advirtió que las personas ahora habitan dos realidades distintas: en la vida factual lucen como individuos tolerantes que parecen comprender que la existencia está llena de matices y complejidades; en Facebook y Twitter, sin embargo, se comportan como seres intachables de pensamiento binario y maximalista capaces de crucificar a cualquiera a la primera señal de una falta o simplemente por pensar diferente en algún tema sensible de la agenda sociocultural. Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, está convencido de que esta duplicidad es pasajera y la realidad virtual terminará por limpiar “moralmente” la realidad factual. Zuckerberg denomina a esta teoría como “transparencia última o radical”: “Los días en que ofrecías una imagen diferente a tus amigos, compañeros de trabajo y el resto de la gente llegarán a su final. Tener dos identidades para ti mismo supone un ejemplo de falta de integridad. Llevar a la gente a ese punto en el que existe más apertura constituye un gran reto. Pero creo que lo lograremos”. (Un mundo sin ideas, Franklin Foer, 2018).

Nuestro avatar podrá parecerse a nosotros, pero no es una representación fiel de lo que somos y sentimos, sino un disfraz que hemos desarrollado para interactuar en la esfera pública. ¿Llegaremos a un punto en que la persona esté obligada a comportarse como su representación digital? ¿Quién es el usurpador en ese escenario: la imperfecta persona de carne y hueso o la construcción cultural del “deber ser” que pretendemos ser en las redes? Aún es temprano para saberlo. Mientras tanto, me quedo con un consejo de Maher: “si realmente quieres conocer a alguien, ignora su avatar y revisa el historial de su navegador”.

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