Que nadie robe tu calma

14 de Mayo de 2024

Diana Loyola

Que nadie robe tu calma

DIANA LOYOLA

A mi querida amiga que pasa por un momento muy difícil

Despierto al amanecer y me desconcierta que no sé dónde estoy, siento un pánico pasajero y me toma unos minutos darme cuenta que es casa de mis padres. Después del robo a mi casa no pude dormir más ahí. Ir a empacar en cajas lo poco que los ladrones dejaron ha resultado doloroso, cada vez noto más y más cosas que faltan. El tiempo se viene encima y no he encontrado un nuevo lugar donde instalarme. Salgo a trabajar, en la calle todos me parecen sospechosos. Llego al consultorio y me encierro. Lloro.

Adentro, a salvo, una suave y deliciosa música de fondo llena el espacio y me consuela. El piano de Jean-Yves Thibaudet libera una nota tras otra marcando un ritmo que me es fácil seguir con mis pensamientos, como si se acompasaran. La nitidez del amplificador de factura china no le hace justicia a la limpieza de la ejecución, pero igual la disfruto. La música me aclara la mente y me es más fácil identificar el nudo gordiano que traigo por dentro, las dudas se mezclan con la terrible nostalgia de los días felices, y como remate, la incertidumbre de lo que está por venir. “Confía. Confía. Confía”. Me he repetido a todas horas. “Seguro pronto encuentras la punta del hilo que forma este trabazón emocional”.

El piano sigue, me abrazo, la música también. Pienso que todo está bien a pesar de lo frustrante. Siento ese miedo que invade como hielo el pensamiento, que paraliza. Miedo a no ser yo, a perderme, a no encontrar respuestas, a aceptar que la vida te dobla. De repente me siento flaquear, no quiero más ser una guerrera, quiero sentarme y recargar mi cabeza en alguien, en algo, sentir que vivir no es luchar. Necesito encontrar mi centro y no logro verlo en medio de tanta vulnerabilidad.

Me enojo conmigo misma, me reclamo esta sensación de querer soltar la toalla, renunciar y salir huyendo por la puerta trasera. Me encuentro desprotegida, sola, soy mi propia víctima. Me lacero con ideas que me hacen perder la fe. Respiro profundo y decido que voy a dejar ir, voy a entregar todo esto a la divinidad, no puedo ya, no quiero ya. Me siento obligada a tomar decisiones por presión, a rentar la primera casa o departamento disponibles aunque no sean de mi gusto y me abruma perder el control. Perdí mi casa, mi arraigo, mi tranquilidad. Necesito moverme y lo único que quiero es dormir.

La premura de entregar el inmueble en el que vivía me estresa. Ese espacio ya es ajeno a mí. Una voz me dice que es un cambio para bien, pero yo me siento extraviada, miedosa de aventarme a la vida. No tengo fuerza. De a poco regresa la calma, la música me invita a perderme en sus notas, a olvidarme por unos segundos de todo. Lloro, me entrego al llanto con total abandono.

La paciencia no ha sido mi fuerte desde aquel domingo en el que violaron mi espacio más íntimo, quisiera resolver con rapidez todo aquello que secuestra mi poder, mi centro, mi calma. Me siento más humana que de costumbre, más vulnerable, más sensible a la belleza y al dolor, al propio y al del otro. Encuentro una sublime hermosura en atravesar estos momentos complicados, son ellos los que nos templan, nos curten, nos enseñan, nos lanzan fuera de la zona donde no ocurre nada y nos obligan al cambio.

Recupero el aliento, seco mis lágrimas y logro sentirme agradecida por tener trabajo, salud, mi cuerpo entero para poder hacer cuanto necesito. Abro la ventana y el sol entra escandaloso. La mañana se cuela convertida en viento fresco y el canto de los pájaros acallan al piano de fondo. Afuera parece un día normal, la gente con prisa, los autos… pero adentro ese nudo no logra difuminarse. Llega mi primer paciente, lo recibo. La vida sigue. “Confía. Confía. Confía.”

El eco de esa voz que se expresó en este espacio, es la de una víctima de robo a casa habitación, y no tiene otro objetivo que el de sacarlo de la frialdad de las estadísticas.

@didiloyola

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