Linchamientos

14 de Mayo de 2024

Héctor J. Villarreal Ordóñez

Linchamientos

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Al menos 25 personas han muerto linchadas en 2018 en México y otras 40 fueron rescatadas de morir de esa manera, informó en septiembre la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) que, según su presidente, prepara un informe sobre ese fenómeno. Los medios de comunicación dan cuenta de estos hechos. Muestran imágenes explícitas de cuerpos apaleados y pateados, de personas envueltas en fuego. Porque hemos visto que una costumbre común de los linchadores es acabar su obra, entre gritos, encendiendo a la víctima bañada en gasolina. Las redes digitales juegan un papel. Antes, se convocaba, como hace 50 años en Canoa, con antorchas y las campanas de la iglesia. Hoy, el llamado se agiliza gracias a las redes y los grupos de Whatsapp, convertidos en medio para divulgar el engaño, alertar del rumor, encender la furia colectiva, invocar a la muerte y mover a la gente a la acción. A fines de agosto pasado, Alberto y Ricardo, tío y sobrino de 53 y 22 años, respectivamente, fueron linchados y quemados vivos en Acatlán de Osorio, en Puebla. Trabajaban en el campo, pero la turba propagó que secuestraban niños. Mientras morían, una mujer repetía a gritos la prueba del delito, llevaban uniformes escolares en su vehículo. Un mes después, en Metepec, Hidalgo, otro Alberto murió a palazos, pedradas y fuego tras correr el rumor de que hacía fotos de niños. La multitud asesina fue alentada, según informó La Jornada, por mensajes de Whatsapp y Facebook, y por una página electrónica que publicó: “Unamonos x nuestros hijos. No permitamos que se los roben. Acudan xfabor ahorita aquí en la presidencia. Los quieren soltar”. El enojo de la multitud hacia su propia condición, el hartazgo por el delito impune, la desconfianza hacia la justicia y la autoridad, el miedo expresado por todos en su acceso individual y anónimo a internet, se acumulan en el asesinato en masa. Como todo hoy en día, el linchamiento también se digitaliza. Una vez convocado, no hay mucho más que explicar, se trata sólo de conectar, con ideas breves, temores y prejuicios básicos y profundos. Frases cortas que prenden la ira que es anónima, es de todos y es la misma. El linchamiento se retroalimenta solo. La televisión batalla cada vez más con el rating y como respuesta abandona los formatos y contenidos de análisis o discusión, o los relega a los horarios de la noche o del domingo, para sustituirlos por espectáculo y escándalo. La nota roja es escándalo de alto impacto y, algunos aún creen, de alto rating. El linchamiento aparece entonces una y otra vez en prime time y de ahí regresa para nutrir con más imágenes, testimonios y sangre a las plataformas digitales. Las benditas redes sociales son un poderoso instrumento de comunicación, desplazan a los mediadores y amplían las posibilidades de difusión, expresión y diálogo. Favorecen un contacto, al parecer, más horizontal y democrático. Son también un caldo de cultivo en el que habitan todo tipo de especies viralizables, cuyos efectos y alcances no hemos acabado de ver aún. Estos días, en México, las redes sociales sirven además para mirar cómo cunde el apremio por la transformación total, la obsesión por reintepretar la verdad y hasta los oportunismos baratos como el de atender “el sentir de la población” y pretender borrar y reescribir pedazos del pasado desatornillando placas de las paredes del Metro. La herramienta digital está mostrando que funciona para sacudir emociones, para modelar ideas y opiniones y para convocar a la acción. Se convierte, de hecho, en un instrumento de gobierno y su penetración creciente hace más grande su potencial para lincharnos mejor o para entendernos más.

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