Enigma.2000 (Primera entrega)

12 de Mayo de 2024

J. S Zolliker
J. S Zolliker

Enigma.2000 (Primera entrega)

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Se llama Casimiro Aoyama Duarte. Es un hombre joven, delgado y bien parecido. Tiene un auto deportivo y sus ingresos están por arriba de la media en la ciudad de México. No lo sabe ni lo imagina, pero en una semana estará muerto. Goza de aparente salud y acaba de cumplir cuarenta años que no se le notan. Nunca ha tenido una relación de pareja. Ese será el pensamiento que lo atormentará durante los últimos segundos de su vida. Casimiro, hijo de una veracruzana y un conservador migrante japonés que habla poco y gruñe mucho desde que llegó en un barco mercante al que nunca volvió a subir, disfruta desmedidamente de invadir la privacidad de otras personas a través del fenómeno de las cámaras web. Para él, con una carrera creciente y pujante en una empresa global que produce videojuegos, su adicción no representa mayor problema: trabaja desde su casa y cada día, por horas, desde la intimidad del anonimato, gasta buena parte de sus recursos y su tiempo en observar a mujeres que viven de compartir su cotidianeidad con cualquier extraño que tenga a su alcance una computadora, una línea de internet y una cuenta bancaria. —Despierta. —le increpó una voz con violencia. Apenas podía enfocar y mantener los ojos abiertos. Una lámpara de luz blanca le cegaba. —¿Quién es? —balbuceó, aturdido.—¿Dónde estamos? —Mi nombre es Jorge Balles, me dicen el Diúrex. —¿Qué está pasando? —preguntó Casimiro aún amodorrado—. No entiendo nada… —agregó con un dejo de pánico en la voz. —Quédate tranquilo —le indicó su interlocutor.—El Diúrex tenía voz de mando: clara pero a la vez suave, casi paternal. Casimiro apenas dudó y obedeció. “Tranquilo”, se dijo, y a los segundos sintió una oleada cálida recorrerle las piernas. “No pasa nada”, repitió para sí hasta quedarse nuevamente dormido. El joven Aoyama Duarte no fue siempre un tipo raro y solitario. Durante su funeral, sus compañeros de colegio lo recordarán como alguien afable, generalmente bromista, buen deportista y hasta algo soñador. Alguien incluso evocará —entre esas incómodas y cómicas anécdotas de velorios— que de niño, muchas veces mencionó que quería convertirse en ginecólogo. ¿Qué le pasó a este muchacho que cambió tanto?, se preguntará la madre cuando la llamen a reconocer el cuerpo en las instalaciones forenses. En realidad, no lo podrá identificar plenamente. El rostro del cadáver de Casimiro estará deformado, pero su madre podrá percibir que se trata de él. Una madre siempre lo sentirá, lo sabrá en el fondo. Eso y una seña particular que heredó: una membrana interdigital que une discretamente entre sí, el segundo y tercer dedo del pie derecho; una extraña condición que se ha trasmitido de generación en generación entre los Duarte. Casimiro es siempre de rutinas fijas y obsesivo. Como todos los martes, hoy llega del supermercado, pero a diferencia de otros días, observa cerca de su puerta, una enorme caja de cartón coronada por un elegante moño dorado. Como no lleva su nombre y no es su cumpleaños, asume que se trata de un error y decide dejarlo ahí; quizás sea un regalo para el vecino que algún descuidado mensajero dejó en el pasillo. Abre la puerta, y adentro, se quita zapatos y calcetines porque le gusta caminar a piel desnuda, sobre el costoso piso de madera canadiense. Prepara la tetera y se sienta en su sala de trabajo mientras enciende sus ocho monitores para trabajar en diferentes ordenadores al mismo tiempo, sin saber que hoy faltará por vez primera a una videoconferencia con sus superiores, pues estará desmayado, desnudo, en el baño de su lujoso apartamento. ¿A quién quiero engañar? Los ocho monitores son para conllevar mi adicción. Siete en espiar, uno en el trabajo real. Siete como los días de la semana, como los colores del arcoíris. Siete es mi número de la suerte, como los siete mares, los siete cielos, las siete artes liberales, las siete maravillas y maravillosas son esas tetas redondas y perfectas. Me encanta cuando camina rápido y le rebotan, naturales, místicas, hipnotizadoras. Por eso, aunque esté prohibido en todos los Terms of Service, tengo un sistema para grabar lo que capten mis pantallas. Para poder ver una y otra vez lo que me gusta y no estar sujeto a que todo desaparecerá en un respiro. Continuará el Jueves Santo…

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